Por William MacDonald
“Sin embargo, grande ganancia es la piedad con contentamiento. Porque nada trajimos a este mundo, y es evidente que nada podremos sacar. Así que, teniendo el sustento y con qué cubrirnos estaremos contentos con esto. Porque los que desean enriquecerse caen en tentación y trampa, y en muchas pasiones insensatas y dañinas que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores”.
“A los ricos de la edad presente manda que no sean altivos ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas sino en Dios quien nos provee todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. 8 Que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, que sean generosos y dispuestos a compartir, atesorando para sí buen fundamento para el porvenir para que echen mano de la vida verdadera”.
1 Timoteo 6:6-10; 17-19 (RVA-2015)
En 1 Timoteo 6:3-5, Pablo le advierte a Timoteo sobre ciertos líderes cristianos que creen que el ministerio cristiano es una forma de enriquecerse. Estos nombres suponen que la piedad profesional es una forma fácil de llenarse de oro los bolsillos. Sus descendientes aún están con nosotros (celebridades de radio y televisión que han elevado la captación de recursos a la categoría de arte y la han reducido a una ciencia). A través del uso de ciertas estrategias psicológicas y astutas, manipulan a algunos creyentes que son fácilmente impresionables. Siempre tienen algún nuevo proyecto para agregarle a su vasto imperio. Ellos viven en casas lujosas, construyen carteras de inversión bastante abultadas, visten ropas y joyas muy elegantes, y exhiben un peinado realizado por el coiffure de moda. Y todo esto lo hacen en nombre de nuestro Amigo de Nazareth, el cual no tenía ni un centavo.
El apóstol advierte a Timoteo que se aleje de estos traficantes religiosos, y por implicación de sus prácticas. La combinación ideal es tener piedad con contentamiento. Una persona piadosa que tenga contentamiento, que sea rica en carácter y rica en las pocas cosas que desea, tiene algo que el dinero no puede comprar.
Malcolm Muggeridge testificó que los momentos más felices de su vida fueron aquellos en los que disfrutó de la sencillez y la austeridad (una pequeña cabaña, una mesa, una silla, un poco de arroz sobre una hoja verde). Estas cosas, dijo, conllevan su cuota de entusiasmo.
Nada hemos traído a este mundo y ciertamente nada nos llevaremos del mismo. Las manos de un recién nacido están cerradas con firmeza pero no tienen nada en ellas. Cuando la persona muere más adelante, sus manos están abiertas y vacías. Alejandro Magno dejó instrucciones para que cuando muriera, sus manos quedaran visibles con sus palmas vacías. Había conquistado al mundo pero había muerto con las manos vacías.
El Dr. James Dobson aprendió esta lección al jugar un juego con su familia. Dejaremos que él nos cuente la historia.
Shirley y yo nos casamos en 1960 y no tuvimos ninguna especie de problema financiero debido a que no teníamos finanzas. A partir de allí el Señor nos bendijo, y hemos probado un poco lo que el mundo piensa que debes tener para ser feliz, como una casa, un auto, y otras cosas. Pero estoy aprendiendo más y más que la felicidad no se encuentra en las posesiones materiales. El Señor me ha estado enseñando sobre el vacío del materialismo, incluso ha usado un juego para trasmitirme el mensaje.
Recientemente con mi familia jugamos Monopolio, haciendo que volviera a jugarlo por primera vez luego de más de quince años. Unos momentos después de empezar, volví a sentir aquel entusiasmo y pasión, especialmente cuando comencé a ganar. Todo me salía bien y llegué a ser el maestro de la partida. Ya era dueño del Boardwalk y del Park Place, y tenía casas y hoteles por todos lados. Mi familia estaba ofuscada, y yo colocaba billetes de 500 dólares en mis bolsillos, debajo del juego y en el asiento. Repentinamente el juego terminó. Yo había ganado. Shirley y los chicos fueron a la cama y yo puse todo de nuevo en la caja. Entonces me impactó un sentimiento de vacío. Todo el entusiasmo y la pasión que había sentido anteriormente no tenían fundamento. No poseía a nadie más que aquellos a quienes había derrotado. ¡Todo lo demás tuvo que volver a la caja!
El Señor me mostró que debía aprender una lección más allá del juego del Monopolio. Reconocí que también estaba siendo testigo del juego de la vida. Luchamos para acumular y comprar y poseer y refinanciar, y repentinamente llegamos al final de nuestras vidas y tenemos que colocar todo nuevamente en la caja. No podemos llevar ni un sólo centavo. No hay compañías de transporte que nos acompañen a través del Valle de Sombra de Muerte. Ahora entiendo por qué la Escritura nos dice: "La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee".
En algunos países atrapan a los monos colocando arroz en un recipiente lo suficientemente grande como para que el animal logre hacer entrar su mano vacía. Cuando obtiene el arroz y cierra su puño ya no la puede quitar. Pero no suelta el arroz. Por lo cual queda atrapado. Atrapado por su propia codicia.
Anteriormente Pablo sobre habló sobre el contentamiento. Ahora el versículo 8 lo define como una satisfacción provocada por la comida y la vestimenta. La palabra que usa para "abrigo " no sólo se refiere a la ropa sino también a un techo sobre nuestra cabeza. Así que se refiere a lo básico de la vida. Nos hemos familiarizado tanto con este versículo que dejamos de darnos cuenta lo radical que es.
Quizá nos ayude si recordamos cuan pocos creyentes que conocemos quedan satisfechos con la comida, la ropa y la casa. Para una mayoría de la cristiandad sería muy bueno si este versículo no estuviera en la Biblia.
En el versículo 9 el apóstol continúa hablando y se refiere a aquellos que desean hacerse ricos. Esto incluye a todos, tanto a los ricos, como a los pobres. Incluye a todo aquel que sea avaro. La avaricia es la compulsión de obtener cada vez más, la determinación de obtener algo incluso si Dios no quiere que la persona lo tenga. Una persona codiciosa no puede disfrutar de algo a menos que lo posea o por lo menos que posea parte de ello.
El pecado puede ser sexual (''No codiciarás la mujer de tu prójimo") o, como en el caso de 1 Timoteo 6, puede ser materialista. En todo caso, se trata de idolatría porque adora y sirve aquello que es creado en vez de al Creador.
El problema es que hemos tomado este pecado y lo hemos bautizado con el bautismo cristiano. Le hemos otorgado un respeto cristiano al llamarlo prudencia, sentido común, responsabilidad financiera, y previsión. Cuando preguntamos, "¿Cuánto vale aquel hombre?" queremos decir, "¿Cuánto dinero ha acumulado?" "Avanzar en el mundo" significa acumular cosas materiales. Llamamos a los codiciosos "la crema de la sociedad" y "la cresta de la ola". Algunos han señalado que la codicia fue la que vendió a Jesús por 30 piezas de plata. Una vez que Cristo fue vendido para ir a la cruz, la iglesia profesante comenzó a vender la cruz misma. Luego comenzó a vender la forma de llegar al cielo a través de las indulgencias, prometiendo la liberación del purgatorio.
La codicia niega el verdadero propósito de nuestra existencia. Se olvida que estamos aquí con una misión superior que la de hacer dinero o absolvernos a nosotros mismos. Se olvida que el mejor uso de nuestro dinero es para propósitos espirituales. Es engañosa. J.H. Jowett dijo,
Las riquezas pueden hacer que un hombre piense que crece en tamaño cuando en realidad está decreciendo. Considera su propio tamaño en base a sus ingresos y no en base a sus egresos por razones de beneficencia. Mientras sus ingresos se expanden, sus egresos se contraen.
Es irracional. Luchamos por obtener cosas que no necesitamos para impresionar a gente que no nos cae bien.
El hecho que amontonemos dinero que podría usarse en la propagación del evangelio frustra el plan de Dios en pro de la evangelización mundial.
Descalifica a una persona del liderazgo de la iglesia, ya que un anciano debe ser "no codicioso" (1 Timoteo 3:3). Pero, peor que eso, excluye al hombre del reino de Dios (1 Corintios 6:10).
Aquí en nuestro pasaje, Pablo advierte a Timoteo que el deseo de enriquecerse conduce a la tentación. Un hombre codicioso buscará medios ilegales para obtener lo que quiere. Esto lo conduce a una trampa. Es como aferrarse a un cable de electricidad pelado; no puede soltarlo. O como beber agua salada; produce más sed.
Un hombre le dijo a un amigo, "Cuando tenía 500 dólares era feliz. Ahora tengo un millón y soy un miserable".
"No hay problema", dijo el amigo, "regala los 950.000".
El millonario se quejó, "no puedo".
El deseo de enriquecerse lleva a "muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición ". Estas son expresiones fuertes. Pablo advierte que la codicia conduce a la ruina eterna. ¡Qué extraño, por lo tanto, que los creyentes aprueben aquello que Dios condena en forma tan fehaciente!
El amor al dinero es la raíz de todos los males. Por ejemplo, es la raíz de las mentiras. J.H. Jowett cuenta que le pidió ayuda a un hombre acaudalado en Nueva York a favor de una causa extremadamente digna.
Su rostro inmediatamente respondió mi apelación, y habló como si él fuera alguien al borde la miseria: "En realidad no puedo darte dinero. Con todo lo que está sucediendo no sé en qué vamos a terminar". Pocas semanas después murió y su testamento tenía más de 60 millones de dólares. Me pregunto, me pregunto si al final de su último día escuchó al mensajero del Señor diciéndole, "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?".
El amor al dinero conduce a cometer fraudes, robos e incluso homicidios. Resquebraja matrimonios y arruina a los hijos. Causa perturbaciones nerviosas y emocionales, y ha conducido al suicidio. Las personas acaudaladas viven en el temor del robo, secuestro y extorsión. Se preocupan sobre la inflación y el colapso mercantil. Sufren de estrés, aburrimiento, insatisfacción y envidia. Algunas veces caen en la prisión y en la desgracia. Debido a que las Escrituras condenan todo ese estilo de vida, se apartan de la fe en lugar de lograr un verdadero cambio. Ellos tergiversan, cambian y reescriben la Biblia para justificar su afluencia. No sólo eso, son traspasados con muchos dolores. Cuando Howard Hughes murió, dejó un estimativo de unos 2.300 millones de dólares. Sin embargo una revista informó:
Paradójicamente, para todo el poder que poseía, vivió una vida sombría, sin alegría, media lunática fue prácticamente prisionero de sus propios temores y debilidades. Quien una vez fue una figura vibrante y dinámica, descuidó su apariencia y salud durante los últimos quince años, hasta que se convirtió en un espectro patético. Era adicto a las drogas. Su apariencia física era terrible. Si bien cuatro doctores rotaban para cuidarlo, su condición médica era muy pobre. Su principal entretenimiento era mirar películas. Vivía semana tras semana en base a una dieta que incluso una tienda de artículos a diez centavos habría despreciado, pero era muy meticuloso sobre la preparación de la misma. Comía una cucharada de sopa y entonces se interesaba en una película. La misma sopa era recalentada doce veces.
Al terminar esta sección, Pablo le dice a Timoteo que se encargue de aquellos que son ricos en este mundo. Que no deberían ser orgullosos ni arrogantes, ni confiar en las riquezas inciertas. Más bien su confianza debía estar en el Dios vivo, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Esta última expresión "el cual nos da abundantemente para que las disfrutemos" a menudo se ha usado para justificar la acumulación de riquezas. Pero el siguiente versículo lo explica todo muy bien.
No disfrutamos el dinero cuando se apila en el banco, sino cuando lo usamos para hacer lo bueno, para distribuir a los necesitados, y para compartir con nuestros vecinos menos afortunados. De esa forma, amontonamos una gran recompensa en el mundo venidero y disfrutamos una vida que ciertamente es vida.
¿Qué concluimos? Ronald Sider nos lo dice en su libro. Rich Christians in an Age of Hunger (Cristianos Ricos en una Época de Hambre).
El rico necio es el epítome de la persona codiciosa. Él tiene una compulsión avara para adquirir más y más posesiones a pesar que no las necesita. Y este éxito fenomenal de apilar más y más posesiones conduce a la conclusión blasfema que las posesiones pueden satisfacer sus necesidades. Pero desde la perspectiva divina, esta actitud es una tremenda locura. Él no es más que un necio.
Acerca del autor: William MacDonald, por más de cincuenta años, abordó los temas cruciales del cristianismo, en términos claros y sencillos. Sus más de ochenta libros se caracterizan por una presentación enérgica y valiente de la verdad.
Tomado de:
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