Debido a que el mundo evangélico de hoy cree en gran
medida que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico,
comenzamos un estudio que narra lo que la Biblia enseña con respecto a este
importante tema del reino. Que habrá un futuro reino mesiánico en la tierra ha
sido revelado hasta ahora a través de la intención divina de restaurar el
oficio de Administrador Teocrático (Génesis 1:26-28) que se perdió en el Edén
(Génesis 3). Del mismo modo, la promesa de un reinado futuro, terrenal y mesiánico
fue profetizada en el Pacto Abrahámico (Génesis 15) y sub-pactos relacionados.
También se explicó que, si bien estos pactos garantizan que el reino algún día
vendrá a la tierra a través de Israel, de acuerdo con el Pacto Mosaico, la
manifestación final del reino está condicionada a la aceptación de Cristo por
parte de la nación como su tan esperado rey durante los eventos finales del
futuro período de tribulación. El artículo anterior también explicó cómo Dios
restauró el oficio de Administrador Teocrático que se perdió en el Edén, al
menos en un sentido limitado, en el Sinaí. Este arreglo teocrático cubrió la
mayor parte de la historia del Antiguo Testamento cuando Dios, incluso después
del tiempo de Moisés, gobernó Israel indirectamente a través de Josué, varios jueces
y, finalmente, los reyes de Israel hasta que el cautiverio babilónico terminó
con la Teocracia.
Los Tiempos de los Gentiles
Este cautiverio
babilónico inició una época oscura en la historia judía conocida como los
“Tiempos de los Gentiles” (Lucas 21:24; Ap. 11:2). Esta era se define como el
período de tiempo en el que la nación estaba funcionando sin un rey davídico
reinando en el Trono de David. Durante este período, Judá sería pisoteado por
varios poderes gentiles. Estos poderes incluyen Babilonia (605–539 a.C.),
Medo-Persia (539–331 a.C.), Grecia (331–63 a.C.), Roma (63 a.C.–70 d.C.), así
como el futuro Imperio Romano revivido del Anticristo (algunas veces llamado
“Roma Fase II”). Nabucodonosor, en un sueño, vio este período de tiempo
simbolizado por una hermosa y deslumbrante estatua. Cada parte de la estatua representa
una potencia gentil diferente (Dn. 2). En su sueño, Daniel vio el mismo período
de tiempo en la forma de cuatro bestias grotescas. Cada bestia representaba una
potencia gentil diferente (Dn. 7). Para Nabucodonosor, quien era el rey de
Babilonia o la primera potencia gentil en pisotear a Judá, este período de
tiempo le parecía hermoso. Esta perspectiva explica por qué Nabucodonosor
percibió esta era en la forma de una estatua atractiva. Para Daniel, un judío, cuyo
pueblo sería pisoteado por estas potencias gentiles, este período era sombrío.
Esta perspectiva explica por qué vio los tiempos de los gentiles representados
por varias bestias feroces.
Note que los Tiempos de los Gentiles, que comenzaron con la deposición de Sedequías por parte de Nabucodonosor y el cautiverio babilónico en el 586 a.C., están marcados por las siguientes tres características: la terminación de la teocracia terrenal; la falta de un rey davídico reinando en el Trono de David en Jerusalén; Judá siendo pisoteada por una sucesiva serie de potencias gentiles y la terminación de la teocracia terrenal que se indica mediante la partida de la gloria shejiná de Dios del templo (Ez. 10:4, 18–19; 11:23). Según las profecías de Daniel, los Tiempos de los Gentiles seguirán su curso y eventualmente concluirán la restauración de un rey legítimo reinando en el Trono de David, y el regreso de la gloria shejiná de Dios al templo milenial (Ez. 43:1–5). Este período difícil terminará con el regreso de Jesucristo para gobernar y reinar desde el Trono de David en Jerusalén (Dn. 2:34–35, 44–45; Mt. 25:31). Mientras que los Tiempos de los Gentiles comenzaron con la deposición de Sedequías por parte de Nabucodonosor, éstos terminarán con el regreso y la entronización de Cristo, inaugurando así el tan esperado reino mesiánico.
Por lo tanto, sólo después de que Cristo haya
terminado el reino final del hombre (el Imperio Romano revivido del
Anticristo), el reino davídico se establecerá entonces en la tierra (Dn.
2:34–35; 43–45; 7:23–27). Este hecho por sí solo debería disuadir a los
intérpretes de encontrar una manifestación prematura del reino en la actual Era
de la Iglesia. Desafortunadamente, los teólogos del “reino ahora” ignoran esta
cronología al argumentar a favor de una forma espiritual presente del reino, a
pesar de que los reinos del hombre aún no han seguido su curso, el Anticristo y
su reino aún no han sido derrocados, y el Segundo Advenimiento aún no ha
ocurrido. Esta cronología de Daniel hace que el erudito del Antiguo Testamento,
Merril Unger, concluya:
…Daniel, ni en la profecía de la imagen del capítulo 2 ni en la profecía de las bestias del capítulo 7, se ocupa de la era presente del llamado de la iglesia, el período durante el cual Israel está temporalmente en rechazo nacional…A Daniel se le dio la visión profética de Roma hasta el momento de la muerte de Cristo (dos piernas). La visión continuó con la reanudación del trato divino con el Israel nacional (después de la finalización de la iglesia en el rapto), durante el período entre la glorificación de la iglesia y el establecimiento del Reino sobre Israel (Hechos 1:6). Por lo tanto, el reino de hierro con sus pies de hierro y barro (cp. 3:33–35, 40. 44), y la bestia indescriptible de 7:7–8 visualizan no sólo el poder gentil (1) como lo fue en el primer advenimiento, pero (2) también la forma en que existirá después del período de la iglesia, cuando Dios reanudará Su trato con la nación de Israel. Qué inútil es para los eruditos conservadores ignorar ese hecho y buscar un cumplimiento literal de esas profecías en la historia o en la iglesia, cuando esas predicciones se refieren a eventos aún futuros y no tienen aplicación alguna para la iglesia.[1]
Los Profetas Anticipan el Reino
A lo largo de los años oscuros de desobediencia
nacional, dominio gentil y aplazamiento del reino, los profetas del Antiguo
Testamento mantuvieron la esperanza para la nación y el mundo, al hablar
fielmente de una generación venidera de judíos que se volverían a Yahvé, marcando
así el comienzo de las bendiciones del reino. A causa de este rayo de luz
espiritual que los profetas proporcionaron en medio de las tinieblas
espirituales, Pedro se refiere a la profecía como “…la palabra profética más
segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra
en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en
vuestros corazones” (2 Pedro 1:19). Si bien se necesitarían múltiples volúmenes
para describir adecuadamente todo lo que los profetas del Antiguo Testamento
revelaron con respecto al reino venidero,[2] algunas predicciones del profeta
Isaías serán suficientes. Según Isaías 2:1b–4:
Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.
Isaías 11:6–9 dice
de manera similar:
Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.
De acuerdo con
estas maravillosas predicciones, cuando el reino mesiánico se materialice,
Jerusalén será el centro de la autoridad espiritual y política mundial. Esta
autoridad dará como resultado a una justicia perfecta, la paz mundial, el cese
del conflicto con y entre el reino animal, y el conocimiento espiritual
universal. Otras características de la era del reino incluyen una tierra
renovada, una Jerusalén regocijada, una reducción de la maldición, una
auténtica justicia social, prosperidad, y respuestas inmediatas a las
oraciones. Estas gloriosas condiciones aguardan la entronización de una futura
generación judía del rey elegido por Dios (Dt. 17:15). Tal entronización hará
que Israel no sólo sea el dueño, sino también el poseedor de todo lo que se
promete en los pactos de Israel. A medida que estas bendiciones pactuales lleguen
a Israel en ese día futuro, el mundo entero también será bendecido (Ro. 11:12,
15).
Continuación de los Tiempos de los Gentiles hasta la Venida de Cristo
Después del
cautiverio babilónico, que comenzó en el 586 a.C., los setenta años
profetizados de disciplina nacional y divina habían recorrido su curso. Por lo
tanto, el recién inaugurado gobierno persa permitió que el pueblo de Dios
regresara a su patria (Esdras; Nehemías). Por lo tanto, para la época de
Cristo, la nación había regresado a la Tierra Prometida durante más de cinco
siglos. Sin embargo, una residencia tan prolongada en la tierra no significaba
que los Tiempos de los Gentiles habían concluido. Durante todo este tiempo,
Israel no había disfrutado de un rey que reinara en el trono de David. Además,
como Daniel había predicho (Dan. 2; 7), Israel continuó bajo el dominio de
varias potencias gentiles. Esas potencias incluían Persia, a la que siguió
Grecia, y finalmente Roma. Cuando Cristo nació, el Imperio Romano ocupaba la
Tierra Prometida, colocó a Israel bajo una enorme carga fiscal y usurpó de los
judíos el derecho de ejecutar a sus propios criminales (Juan 18:31). Más allá
de esto, la nación había pasado por cuatrocientos años de silencio, cuando Dios
no estaba hablando directamente a Su pueblo a través de oráculos proféticos.
Con el telón de
fondo de tal silencio esclavitud entró Jesucristo, el heredero legítimo del
Trono de David. Los relatos de los Evangelios identifican y afirman a
Jesucristo como el anhelado Descendiente Davídico profetizado en los Pactos
Abrahámico y Davídico. Por ejemplo, el Evangelio de Mateo conecta a Cristo
genealógicamente tanto con Abraham como con David (Mt. 1:17). Mateo también asocia
rutinariamente a Cristo con el título “Hijo de David” (Mt. 9:27). De manera
similar, Lucas muestra que Jesús es el heredero legítimo de las promesas de
Dios a David (Lc. 1:32–33, 68–69).
Continuará
Notas finales
[1] Merill F. Unger, Unger's Commentary on the Old Testament (Chicago:
Moody, 1981; reprint, Chatanooga, TN: AMG, 2002), 1643.
[2] For example, see J. Dwight Pentecost, Things to Come: A
Study in Biblical Eschatology (Findlay, OH: Dunham, 1958; reprint,
Grand Rapids, Zondervan, 1964), 481-90.