lunes, 1 de noviembre de 2021

Video: Entrevista a Patrick Wood (parte 1 de 3)

Patrick Wood es un experto líder y crítico en Desarrollo Sostenible, Economía Verde, Agenda 21, Agenda 2030 y Tecnocracia histórica.

Él es el autor de Technocracy Rising: The Trojan Horse of Global Transformation (2015) y coautor de Trilaterals Over Washington, Volúmenes I and II (1978-1980) con el fallecido Antony C. Sutton.

Portada del libro: El Ascenso de la Tecnocracia – El Caballo de Troya de la Transformación Global

Wood sigue siendo un destacado experto en la elitista Comisión Trilateral, sus políticas y logros en la creación de su autoproclamado Nuevo Orden Económico Internacional, que es la esencia del Desarrollo Sostenible a escala mundial.

Economista de formación, analista financiero, y escritor de profesión y constitucionalista estadounidense por elección, Wood mantiene una cosmovisión bíblica y tiene profundos conocimientos históricos sobre los ataques modernos a la soberanía, los derechos de propiedad y la libertad personal. Dichos ataques se caracterizan por la implementación de políticas de la ONU, como la Agenda 21, Desarrollo Sostenible, Crecimiento Inteligente y en educación, la adopción generalizada de Estándares Estatales Básicos Comunes.

Wood es un orador frecuente e invitado en programas de radio en todo el país. Su investigación actual se basa en la hegemonía de la Comisión Trilateral, centrándose en la tecnocracia, el transhumanismo y el cientificismo, y cómo éstos están transformando la economía global, la política y la religión.

Si desea obtener información adicional sobre este tema, visite el sitio web oficial de Wood:

»» Technocracy News & Trends

Material recomendado:

»» Conferencia: El NOM y la Marca de la Bestia (7 partes)

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 5 (parte 1 de 2)

Depender del Espíritu Santo

Por Dr. David R. Reagan

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“¡Pueden comprar el Espíritu Santo por un centavo!”. Nunca olvidaré esas palabras blasfemas. Todavía retrocedo horrorizado cada vez que pienso en ellas, a pesar de que han pasado 60 años desde que las escuché.

Lo crea o no, las gritó un evangelista visitante, mientras predicaba en la iglesia de mi niñez. Se le conocía en todas partes como un predicador que podía “sofocar al Espíritu Santo”. Las iglesias lo llamaban para sofocar cualquier “emocionalismo del Espíritu Santo” que pudiera estar comenzando.

Predicaría poderosamente sobre los peligros de enfatizar el Espíritu Santo — cómo eso conduciría a un emocionalismo desenfrenado y luego a un comportamiento irracional. El clímax de su sermón siempre llegaba cuando buscaba en el bolsillo de su abrigo, sacaba un pequeño Nuevo Testamento de bolsillo, lo agitaba en el aire y gritaba: “¿Quieres el Espíritu Santo? ¡Puedes comprar el Espíritu Santo por un centavo!”. ¡Fue el sermón más emotivo que he escuchado contra el emocionalismo!

El punto que él estaba haciendo es uno con el que crecí — es decir, que el Espíritu Santo es la Biblia. Nuestra posición era que cuantas más escrituras memorizaras, más Espíritu Santo recibirías. No teníamos el concepto de que el Espíritu Santo fuera una persona del Dios único. Para nosotros, el Espíritu Santo era un objeto inanimado.

Tenía 16 años cuando escuché este sermón. Ya me había dado cuenta de que nuestro concepto del Espíritu Santo estaba completamente equivocado, razón por la cual el sermón me irritó con tanta fuerza. Mi revelación sobre el Espíritu Santo había llegado unos tres años antes, cuando tenía 13 años.

Lidiando con el Fantasma Santo

Tenga en cuenta que, cuando era adolescente, la única versión de la Biblia que teníamos era la King James. Se refería al Espíritu Santo como el Fantasma Santo (esa versión lo traduce como Holy Ghost; nota del traductor), y el uso del término fantasma me presentaba un gran problema.

Se suponía que los fantasmas eran algo malvado y aterrador. Yo era un boy scout, y cuando íbamos de campamento, nos sentábamos alrededor de la fogata y contábamos historias de fantasmas, tratando de asustarnos unos a otros. Por lo general, lo lográbamos y, a menudo, ¡pasábamos la noche durmiendo juntos en la misma tienda!

Con este trasfondo, seguía preguntándome cómo este Fantasma Santo [Holy Ghost] en la Biblia podría ser bueno. Cuando leí acerca de Él, ciertamente parecía ser bueno, sin embargo, era llamado fantasma. Simplemente no tenía sentido para mí.

Entonces, un sábado por la mañana, tomé un autobús urbano y fui al centro de mi ciudad natal de Waco, Texas. Pagué nueve centavos para ir al Strand Theatre a ver una doble función de películas de vaqueros. Para mí era un ritual habitual de los sábados por la mañana. Entre las películas siempre mostraban una serie que solía dejar a una damisela angustiada atada a las vías del tren. También mostraban una comedia animada.

Esta mañana en particular, la comedia era una que había visto antes. Se llamaba “Gasparín, el fantasma amistoso”. Mientras estaba sentado viendo a este simpático fantasma que ayudaba a la gente en problemas, de repente se me ocurrió que el Espíritu Santo [Holy Ghost] en la Biblia debe ser una persona como ese fantasma en la pantalla. Eso resolvió mi lucha teológica — hasta tres años después, cuando pasé por un rito de iniciación en nuestra iglesia llamado “Clase de Entrenamiento para Hombres Jóvenes”. Éste era un curso obligatorio para todos los jóvenes de 16 años. En él, se nos enseñaba a orar públicamente, dirigir el canto y servir la comunión. También nos enseñaban las doctrinas fundamentales de nuestra iglesia.

Nunca olvidaré la noche en que llegamos al tema del Espíritu Santo [Holy Ghost]. El maestro preguntó: “¿Quién puede definir el Espíritu Santo para mí?”.

Mi mano se estiró. “El Espíritu Santo es como Gasparín, el fantasma amistoso y . . .”.

Hasta allí llegué. La maestra me interrumpió a mitad de la oración. Me hizo saber en términos inequívocos que relacionar a Gasparín con el Espíritu Santo era una tontería. Nos dejó en claro a todos que el Espíritu Santo era la Biblia. Pero no me convenció. Seguí siendo un creyente secreto de Gasparín.

Una Larga Historia de Confusión

A lo largo de los años, descubrí que la confusión de mi iglesia acerca del Espíritu Santo no era nada única. La confusión tampoco era nada nuevo. Ha existido a lo largo de la historia de la Iglesia. De hecho, puede encontrarla en el Nuevo Testamento.

En Hechos 19 se nos dice que cuando Pablo llegó a Éfeso en su tercer viaje misionero, encontró algunos discípulos. Les preguntó: “Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” Su asombrosa respuesta fue: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo” (Hechos 19:2).

Ésa fue una situación trágica. Pero lo que es aún más trágico es el hecho de que casi 2000 años después, la misma ignorancia del Espíritu Santo existe en la Iglesia moderna. Esto fue claramente revelado en una encuesta realizada en 1997 por el Grupo de Investigación Barna de Oxnard, California. La encuesta mostró que sólo el 40% de los estadounidenses creen en la existencia del Espíritu Santo. Pero lo que fue aún más sorprendente fue la respuesta de los “cristianos nacidos de nuevo”. Más de 5 de cada 10 cristianos nacidos de nuevo (55%) estuvieron de acuerdo en que el Espíritu Santo es un símbolo de la presencia o el poder de Dios, ¡pero no una entidad viviente!1 Parece que a los cristianos se les ha lavado el cerebro para creer que el Espíritu Santo es un poder impersonal como “La Fuerza”, en La Guerra de las Galaxias.

Necesitamos tomarnos en serio la naturaleza y el propósito del Espíritu Santo si queremos tener alguna esperanza de vivir una vida triunfante en estos tiempos del fin. Satanás conoce la profecía bíblica. Sabe que vive con un tiempo prestado. Está decidido a llevarse consigo a tanta gente como pueda. Está decidido a causar estragos en la vida de los cristianos y en sus iglesias. Nuestra única esperanza de enfrentarnos a sus ataques cada vez más intensos es aprender a confiar en el poder del Espíritu Santo de Dios.

Las Causas de la Confusión

¿Por qué hay tanta confusión sobre el Espíritu, y por qué siempre ha sido así en la Iglesia? Creo que se relaciona en parte con el papel modesto del Espíritu. Como veremos, una de sus funciones principales es señalar a las personas a Jesús como Salvador y Señor. No llama la atención sobre sí mismo. Trabaja entre bastidores. Otro factor se relaciona con los muchos símbolos que se usan del Espíritu en las Escrituras — como el viento, la lluvia y el fuego. Estos símbolos parecen connotar una fuerza impersonal.

Nuestro Dios Creador se nos ha revelado como Padre. Ése es un concepto que podemos captar. Jesús tomó un cuerpo humano y vivió entre nosotros. Tenemos biografías de él. Pero, para la mayoría de la gente, el Espíritu Santo es una entidad oscura y difícil de captar. Para muchos, tratar de captar el concepto es como intentar clavar gelatina en una pared.

La Identidad del Espíritu

Entonces, veamos por un momento la identidad del Espíritu Santo. Lo primero que debe tener en cuenta es que nunca se hace referencia al Espíritu como un “eso”. El Espíritu no es un objeto inanimado. Con respecto a la Biblia, el Espíritu está íntimamente relacionado con la Palabra de Dios, porque fue el Espíritu quien inspiró a los escritores bíblicos (2 Timoteo 3:16), pero la Biblia es la palabra del Espíritu, no el Espíritu mismo (Efesios 6:17). El Espíritu obra a través de la Biblia para atraer a la gente a Jesús, aunque la obra del Espíritu no se limita al testimonio de las Escrituras. El Espíritu puede testificar directamente a nuestro espíritu (Romanos 8:16).

El Espíritu Santo es una persona. Siempre se hace referencia al Espíritu directamente en las Escrituras como “Él”. Refiriéndose al Espíritu, Jesús les dijo a Sus discípulos que, cuando se fuera, enviaría un “Consolador” (Paracletos en griego, que significa un ayudante o intercesor). Jesús agregó: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:7–8). Para Jesús, el Espíritu Santo era “Él”, no “Eso”.

La Biblia dice que se le puede mentir al Espíritu Santo (Hechos 5:3–4). También dice que el Espíritu Santo puede ser apagado (1 Tesalonicenses 5:19) y contristado (Efesios 4:30). Éstas son características de una personalidad. No se le puede mentir a una silla, apagar una pared o entristecer a una lámpara.

El Espíritu Santo es la presencia sobrenatural de Dios en el mundo hoy. Pablo lo expresó de esta manera: “El Señor es el Espíritu” (2 Corintios 3:17). Lucas declaró que el Espíritu Santo es “el Espíritu de Jesús” (Hechos 16:6–7). Pedro comparó el Espíritu Santo con Dios el Padre, cuando le dijo a Ananías y Safira que le habían mentido al Espíritu Santo (Hechos 5:3), y luego agregó: “No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:4). Recuerde ese viejo axioma de la geometría: “Las cosas iguales a una misma cosa son iguales entre sí”.

El Espíritu Santo es una de las tres personas que constituyen el Dios único. Ésa es la razón por la que se nos dice que seamos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19). Como tal, Él es co-igual a Jesús y al Padre, pero juega un papel diferente.

La Obra del Espíritu

Esto nos lleva a la obra del Espíritu. El Espíritu Santo tiene dos roles: uno hacia el incrédulo y otro dentro del creyente. En cuanto al incrédulo, el Espíritu Santo es el evangelista del Padre. Con respecto al creyente, Él es el Alfarero del Padre. Consideremos estos dos roles en detalle.

Jesús resumió la obra del Espíritu con respecto a los incrédulos. Dijo que el Espíritu Santo convencería “al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). Específicamente, el Espíritu convence a los incrédulos de su pecaminosidad, les imprime la justicia de Jesús y les señala el juicio del infierno (Juan 16:9–11).

La Biblia deja en claro que ninguna persona puede venir a Jesús sin el testimonio del Espíritu Santo. Jesús lo expresó de esta manera: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). ¿Y cómo atrae el Padre a los incrédulos a Jesús? A través del Espíritu Santo, que da testimonio de Jesús como el Hijo unigénito del Padre (Juan 15:26; 1 Juan 5:7).

Cuando una persona responde al testimonio del Espíritu, al aceptar a Jesús como Señor y Salvador, “nace de nuevo” (Juan 3:3), y el Padre le da a esa persona un regalo de cumpleaños muy especial: el Espíritu Santo (1 Corintios 12:13). Así es, el Espíritu Santo deja de estar en el exterior atrayendo a la persona hacia Jesús. En cambio, se mueve dentro de la persona y se instala dentro de ella (Romanos 8:9). Cuando lo hace, su función cambia.

El Espíritu en el Creyente

Dentro del creyente, el Espíritu Santo es el Alfarero del Padre. Su función es moldear a cada creyente a la imagen de Jesús (Romanos 8:29; Gálatas 4:19), un proceso al que la Biblia se refiere como santificación (Romanos 6:22; 2 Tesalonicenses 2:13). El Espíritu lo hace ante todo dándonos dones. Cada persona, cuando nace de nuevo, recibe al menos un don del Espíritu y, a veces, más de uno (1 Corintios 12:4–11). Si somos buenos administradores de nuestros dones, y los usamos para promover el reino del Señor, es posible que recibamos dones adicionales durante nuestro caminar espiritual con el Señor.

El Espíritu también realiza Su obra de santificación guiándonos (Romanos 8:14), consolándonos (Hechos 9:31), fortaleciéndonos (Filipenses 4:13; 1 Juan 4:4), orando por nosotros (Romanos 8:26–27), animándonos (Romanos 15:5), defendiéndonos (Lucas 12:11–12), e iluminándonos mientras estudiamos la Palabra (1 Juan 2:27).

La obra de santificación dura toda la vida. Continúa hasta que muramos, o seamos arrebatados para encontrarnos con el Señor en el cielo. Es un trabajo interior que se aplica al alma.

Para aclarar esto, permítame explicarle que la salvación es un proceso. No solemos pensar en ello de esta manera. Cuando se nos pregunta si somos salvos, solemos responder diciendo: “Sí, fui salvo en mayo de 1951”. Normalmente damos la fecha en que recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Está bien, excepto por el hecho de que deja la impresión de que nuestra salvación comenzó y terminó ese día.

El hecho es que el día que aceptó a Jesús, la única parte de usted que nació de nuevo fue su espíritu. Su espíritu cobró vida por el poder regenerador del Espíritu Santo, y fue justificado ante Dios. La justificación es el primer paso en el proceso de la salvación. Se refiere a su posición legal ante Dios. Debido a su fe en Jesús, Dios perdona y olvida sus pecados, y usted se presenta ante el Padre justificado en la justicia de Jesús (Romanos 5:18).

En ese momento, comienza el segundo paso del proceso. Se llama santificación. El Espíritu Santo entra y comienza la obra de moldear su alma carnal a la imagen de Jesús. Su alma es su personalidad, su voluntad y sus emociones. Cuando comienza la santificación, se involucra en una lucha espiritual. Cada vez que empiece a tomar una decisión, su espíritu regenerado lo llevará en la dirección de Dios, mientras que su alma carnal lo atraerá al mundo. Esa es la lucha que Pablo describe en su vida en Romanos 7, cuando habla de querer hacer lo correcto, pero a menudo termina haciendo lo incorrecto (Romanos 7:7–25).

El paso final en el proceso de salvación no ocurre hasta la resurrección o el rapto. En ese momento, los cuerpos de los creyentes serán glorificados, lo que significa que serán perfeccionados y hechos inmortales (1 Corintios 15:51–55).

Y allí lo tenemos — las tres etapas en el proceso de salvación: justificación (el espíritu), santificación (el alma) y glorificación (el cuerpo).

Un Proceso Lento y Doloroso

La obra de santificación es un proceso lento y doloroso. Es lento porque el Espíritu es un caballero y no nos obliga a cambiar todo a la vez. Es doloroso porque tenemos una tendencia natural a resistir la obra que el Espíritu quiere hacer dentro de nosotros.

Verá, el Espíritu quiere tomar la dirección de nuestra vida. Pero generalmente queremos que Él sea un residente y no un presidente. Queremos que Él resida dentro de nosotros, pero no que presida. Así que terminamos sofocando la obra del Espíritu, razón por la cual se nos manda: “No apaguéis el Espíritu” (1 Tesalonicenses 5:19).

La mayoría de nosotros venimos al Señor por una necesidad muy específica. Queremos que Él solucione un problema específico que está arruinando nuestra vida. Luego, poco después de haberlo aceptado y recibido el don de Su Espíritu, descubrimos que Él está preocupado por cada aspecto de nuestra vida, no sólo por el problema que nos molestaba. El Espíritu comienza a convencernos de pecados que en realidad nunca nos molestaron tanto y que realmente preferiríamos que Él pasara por alto. Damos la bienvenida al Espíritu como un Ayudador, pero comienza a actuar como un Entrometido.

Lea la parte 2 aquí

Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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jueves, 28 de octubre de 2021

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 4 (pdf)

Creer en el Poder de Dios

Por Dr. David R. Reagan

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««En estos peligrosos tiempos del fin, necesitamos desesperadamente el poder de Dios. Sin embargo, muchos cristianos, si no la mayoría, continúan aferrándose tenazmente al Dios del deísmo, un Dios distante e impotente.

¿Dónde está en su concepto de Dios? ¿Tiene a Dios en una caja? ¿Lo ve como el Gran Anciano en el Cielo que alguna vez tuvo un gran poder, pero que ahora se ha quedado sin gasolina?»».


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Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 4 (parte 2 de 2)

Creer en el Poder de Dios

Por Dr. David R. Reagan

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Un Escape Milagroso de la Cárcel

Pablo y Silas están en una cárcel de Filipos. Están orando y cantando himnos a Dios cuando, de repente, ocurre un terremoto. Para su asombro, la puerta de su celda se abre y salen (Hechos 16:19–34) Son liberados por un milagro de Dios. Pero, ¿qué ley de la naturaleza fue violada? La respuesta es ninguna.

No hay nada de milagroso en los terremotos en Israel. Ocurren todo el tiempo. Lo milagroso de éste fue su momento oportuno. Simplemente “sucedió” que ocurrió en el momento en que Pablo y Silas estaban orando por liberación. Y simplemente “resultó” estar enfocado en su área de modo que “los cimientos de la prisión se sacudían” (Hechos 16:26).

Un Embarazo Milagroso

Ana, una mujer judía afligida por un vientre estéril, va al templo y ora fervientemente para que el Señor bendiga su vientre y le permita tener un hijo. El Señor escucha su oración y la responde, permitiéndole concebir (1 Samuel 1:9–20). Cuando nace el niño, Ana regresa al templo y le da a Dios toda la gloria. También dedica su hijo a Dios. El niño crece hasta convertirse en el gran profeta Samuel (1 Samuel 2:1–10).

Ahora bien, ¿qué aspecto de esta historia viola una ley de la naturaleza? Ana tenía un esposo y tuvo relaciones sexuales con él después de su oración (1 Samuel 1:19). Cada aspecto de esta historia parece ser perfectamente natural. Sin embargo, la Biblia lo trata como un milagro de Dios, y Ana también lo vio como tal. ¿Por qué?

Una vez más, fue un milagro del momento oportuno. Tenía un útero estéril. Parecía no haber esperanza. Pero ella oró, y Dios escuchó y respondió. Tocó su útero y le permitió concebir de forma natural.

Supongamos que tuvimos un incidente con Ana en una típica iglesia moderna. Digamos que hay una mujer que ha ido a un médico tras otro en busca de una cura para su útero estéril. Finalmente, en un último acto de desesperación, se demora una noche después de la iglesia, y cuando el santuario está casi vacío, va al frente, se arrodilla y derrama su corazón ante Dios, suplicándole que tenga misericordia de ella. Un mes después está embarazada. Ella se apresura a ir a la iglesia llena de alegría y acción de gracias y comienza a compartir su milagro con todos. ¿Qué cree que pasaría?

En muchas iglesias, habría una reunión de emergencia de la junta gobernante. La mujer sería llamada y castigada por perturbar la paz de la congregación. Ella protestaría, tratando de explicar que había orado por un milagro y que Dios le habría dado uno. Los miembros de la junta directiva le explicarían entonces que cuando oraba tenía una “experiencia psicológica”, que posteriormente le permitía relajarse durante las relaciones sexuales y así concebir. En otras palabras, los líderes de la iglesia tratarían de desestimar un milagro de Dios.

Ceguera a los Milagros

El hecho es que la mayoría de la gente está ciega a los milagros de Dios. Constantemente descartan como “coincidencia” o “suerte” las bendiciones especiales que Dios trae a sus vidas. ¡Estoy convencido de que la mayoría de los que profesan ser cristianos son tan insensibles espiritualmente que no reconocerían un milagro si Dios les abofeteara con uno!

Recuerdo la historia del niño que jugaba en el techo de su casa. De repente pierde el equilibrio, se cae y comienza a deslizarse por el techo. Presa del terror, comienza a gritar: “¡Sálvame, Señor, por favor sálvame!”. Justo cuando llega al borde, sus pantalones se enganchan en un clavo y se salva de caer. Él mira hacia arriba, se encoge de hombros y dice: “No importa, Señor”.

Una historia similar se refiere a un hombre en una inundación. Las aguas han subido rápido, y él está colgando de la ventana de su segundo piso, clamando a Dios que lo salve. A lo largo llega una lancha a motor a su rescate. Se niega a entrar. “Creo en los milagros”, explica. “Estoy esperando que Dios me salve”.

El agua sigue subiendo. Lo obligan a subir al techo. Continúa clamando a Dios. Llega un helicóptero y deja caer una escalera de cuerda. Él lo aleja. "Estoy esperando que Dios me salve", grita.

El agua sigue subiendo. Lo obligan a subir al techo. Continúa clamando a Dios. Llega un helicóptero y deja caer una escalera de cuerda. Él lo aleja. “Estoy esperando que Dios me salve”, grita.

El hombre se despierta en un lugar extraño. “¿Dónde estoy?”, pregunta.

“Estás en el cielo”.

“¿El cielo? ¿Qué pasó?”.

“Te ahogaste”.

“¡Ahogado! Pero me acerqué a Dios con fe y creí que Él me libraría. ¿Por qué no respondió?”. 

“Bueno, te envió un bote a motor y un helicóptero. ¿Qué más querías?”.

La cuestión es que a menudo estamos tan ocupados buscando lo espectacular que pasamos por alto lo sobrenatural. Lo sobrenatural no siempre es espectacular.

Supongamos que se encuentra en un aprieto financiero. El alquiler está vencido y le faltan $200. No sabe qué hacer, excepto orar. Entonces, clama al Señor. Más tarde en el día, está limpiando su escritorio cuando descubre una pieza de correo que había sido tapada varias semanas antes y olvidada. Lo abre y, para su asombro, resulta ser una tarjeta de cumpleaños de sus padres con un cheque de $200 adjunto.

¿Suena familiar? Todos tenemos historias como ésa. Si le sucediera, ¿comenzaría a elogiar su suerte o comenzaría a balbucear sobre coincidencias? ¿O inclinaría la cabeza y le daría a Dios toda la alabanza y la gloria? Una “coincidencia” es cuando Dios realiza un milagro y no recibe el crédito por ello.

Una Paradoja sobre el Poder de Dios

Esto me lleva a mi punto central. Tiene que ver con una paradoja sobre el poder de Dios.

Aquí está la paradoja: el poder de Dios es ilimitado, pero usted y yo, tan débiles y tontos como somos, podemos limitar el poder de Dios en nuestras vidas con nuestra incredulidad.

Recuerdo bien la primera vez que me enfrenté a esta verdad fundamental. Estaba almorzando con un hombre piadoso que tenía una profunda relación personal con el Señor. Comenzó a hablarme sobre la sanidad. Me contó cómo había sido curado milagrosamente de un tumor. También me habló de una sanidad milagrosa que había experimentado su esposa. Cuando me habló de la obra de Dios en su vida, no dije nada; pero debo haber tenido incredulidad escrita en mi rostro, porque de repente dijo: “No me crees, ¿verdad?”.

No supe qué responder. No quería llamarlo mentiroso o insinuar que era un tonto. Así que me quedé sentado mirando mi plato.

Pero fue insistente. Nuevamente preguntó: “¿No me crees?”.

Cuando todavía dudaba en responder, me hizo una pregunta diferente: “¿Alguna vez has experimentado una curación milagrosa en tu vida?”.

“No lo creo”, respondí.

“¿Y tu esposa o tus hijos?”.

“No que yo sepa”.

“¿Qué hay de alguien en tu iglesia?”.

“No lo creo”.

“Bueno, déjame preguntarte esto. ¿Crees que Dios podría curarte si quisiera?”.

Pensé por un momento y luego respondí honestamente: “No, no lo creo”.

“Entonces”, respondió mi amigo, “nunca esperes que Él lo haga. Verás, David, Dios es un caballero. No te forzará a recibir una bendición”.

Su respuesta atravesó mi corazón. Me hizo pensar profundamente en la naturaleza de Dios y Su poder. Fui conducido a las Escrituras en busca de respuestas, y el primer versículo que el Espíritu Santo trajo a mi atención resultó ser uno que me cambió la vida. Era Hebreos 13:8: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

Ese verso estalló como una bomba en mi espíritu. De repente me di cuenta de que Dios no se había retirado en el primer siglo. Me di cuenta de que el Dios obrador de milagros de la Biblia sigue siendo el Dios de la historia. Él todavía está en el trono, todavía escucha las oraciones y todavía hace milagros. Él es el Dios que no cambia (Malaquías 3:6).

Creo que grité “¡Aleluya!” durante una semana. Saltaba las bancas y me colgaba de los candelabros. ¡Mis amigos pensaron que me había vuelto pentecostal de la noche a la mañana! Pero no, acababa de descubrir que mi Dios estaba vivo y sano, y todavía en control.

Había dejado que Dios saliera de mi caja. Había decidido dejar de decir: “Dios no puede hacer eso”. Caminaba con una fe renovada que afirmaba: “Nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:37). Mientras continuaba escudriñando las Escrituras, encontré ejemplo tras ejemplo de la paradoja de que nosotros, que somos tan débiles, podemos limitar al Creador todopoderoso con nuestra incredulidad.

Ejemplos de la Paradoja en las Escrituras

Un ejemplo clásico se encuentra en el primer capítulo de Deuteronomio. Mientras los hijos de Israel se preparaban para entrar en la Tierra Prometida, Moisés pronunció un discurso para animarlos y exhortarlos a ser siempre obedientes a Dios. La introducción que conduce a la oración de Moisés dice lo siguiente (Deuteronomio 1:2–3):

2) Once jornadas hay desde Horeb, camino del monte de Seir, hasta Cades-barnea.

3) Y aconteció que a los cuarenta años, en el mes undécimo, el primero del mes, Moisés habló a los hijos de Israel conforme a todas las cosas que Jehová le había mandado acerca de ellos,

¿Leyeron esa cita minuciosamente? ¡Afirma que a los hijos de Israel les tomó 40 años hacer un viaje de 11 días! ¿Alguna vez ha tenido una experiencia así? Ciertamente yo sí.

¿Por qué les tomó tanto tiempo? No tenemos que adivinar. Se nos da la razón en el Salmo 78. El salmo presenta un resumen histórico de la liberación de los hijos de Israel de Egipto, y sus andanzas durante 40 años en el desierto del Sinaí. El tema del salmo es que los judíos constantemente “tentaron a Dios” en sus corazones debido a su incredulidad (Salmos 78:18).

El salmista Asaf reitera los increíbles milagros que Dios realizó: la división del mar; su guía por una nube en el día y un fuego por la noche; la provisión de agua de las rocas; y su alimentación diaria con maná. Luego afirma que “Con todo esto, pecaron aún, y no dieron crédito a sus maravillas” (Salmo 78:32). Luego resume su actitud afirmando: “Y volvían, y tentaban a Dios. . . No se acordaron de su poder ”(Salmos 78:41–42).

El Nuevo Testamento contiene un ejemplo igualmente dramático de personas que limitan el poder de Dios con su incredulidad. Se puede encontrar en Marcos 6:1–6. Este pasaje nos dice que Jesús pudo realizar muy pocos milagros en su ciudad natal de Nazaret. Marcos dice: “Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos” (Marcos 6:6). Mateo declara: “Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos” (Mateo 13:58). Piense en ello, ¡su incredulidad limitó el poder de Jesús! También lo motivó a dejar la ciudad y trasladar la sede de su ministerio a Capernaum.

Una Experiencia Personal de la Paradoja

Con frecuencia he experimentado esta barrera espiritual de incredulidad en mi propio ministerio. Recuerdo un incidente en una iglesia en Indiana donde estaba celebrando una reunión. Era una iglesia muy tradicional. Una noche, en respuesta a la invitación que le ofrecí al final de mi sermón, una señora se acercó y pidió que oráramos para que ella se curara del cáncer. Cuando hice ese anuncio, inmediatamente sentí un fuerte sentimiento de incredulidad en la congregación.

Compartí mi discernimiento y luego dije que me preocupaba que el espíritu de incredulidad pudiera limitar mi oración por la curación de la dama. Entonces, les pedí a todos aquellos que creían en la curación que se acercaran. Hubo una larga pausa. Finalmente, una persona pasó al frente y luego otra. ¡Terminamos con unas 8 personas de 300! Luego les pedí a esos 8 que unieran sus manos en un círculo alrededor de la dama, para formar un escudo espiritual de su fe para protegerla de la incredulidad de la congregación. Fue sólo cuando el escudo estuvo en su lugar que procedí a orar por su curación.

El Señuelo del Dios del Deísmo

En estos peligrosos tiempos del fin, necesitamos desesperadamente el poder de Dios. Sin embargo, muchos cristianos, si no la mayoría, continúan aferrándose tenazmente al Dios del deísmo, un Dios distante e impotente.

¿Por qué? Creo que hay al menos dos razones principales. Primero, muchos temen a un Dios poderoso porque quieren un Dios que puedan controlar. Quieren un Dios en una caja, porque quieren ser el Dios de sus vidas.

En segundo lugar, muchos temen a un Dios trascendente, personal y bondadoso, porque no quieren intimidad. No quieren un Dios que constantemente está metiendo Su nariz en sus asuntos.

Desafíos con Respecto al Poder de Dios

¿Dónde está en su concepto de Dios? ¿Tiene a Dios en una caja? ¿Lo ve como el Gran Anciano en el Cielo que alguna vez tuvo un gran poder, pero que ahora se ha quedado sin gasolina?

Lo desafío a abrir esa caja y permitir que Dios opere en su vida en la plenitud de Su poder. Lo desafío a creer en un Dios que todavía está en el trono, que todavía escucha las oraciones y que todavía las responde milagrosamente. Lo desafío a creer en el Dios de la Biblia, que nunca cambia, y con quien nada es imposible. Lo desafío a creer las palabras de 1 Pedro 5:6–7:

6) Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo;

7) echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.

Observe cuidadosamente las palabras importantes con las que termina este pasaje: Él tiene cuidado de vosotros”. El verdadero Dios de este universo es un Dios personal y bondadoso, de poder ilimitado. Su “poderosa mano” está lista para ayudarlo, esperando que se acerque fe.

Nuestro Dios es un Dios maravilloso
Él reina desde el cielo arriba
Con sabiduría, poder y amor
Nuestro Dios es un Dios maravilloso.5

Lea la parte 1 aquí

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 4 (parte 1 de 2)

Creer en el Poder de Dios

Por Dr. David R. Reagan

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“¡DIOS NO CURA!”. Este titular resonaba en la parte superior de un anuncio de página completa en el Ft. Worth Star Telegram, a mediados de la década de 1980. Fue firmado por una veintena de ministros de las Iglesias de Cristo no instrumentales.

El anuncio proclamaba que Dios no había sanado a nadie en los últimos 2,000 años y, si Jesús retrasara su regreso otros 2,000 años, Dios tampoco sanaría a nadie durante ese período de tiempo. Luego, el anuncio desafiaba a cualquiera a demostrar que había sido curado milagrosamente, y ofrecía una recompensa de $ 10,000 a cualquiera que pudiera hacerlo.

El anuncio era tan extravagante, que apareció en las noticias de la noche en varias de las estaciones de televisión de Dallas-Ft. Worth. Una estación en particular le dio una cobertura detallada. Se mostró a un reportero entrevistando a uno de los ministros que habían firmado el anuncio. Increíblemente, ¡era capellán de un hospital! El ministro afirmó que no creía en la curación sobrenatural.

“Entonces, ¿por qué está aquí en este hospital?”, preguntó el reportero.

“Estoy aquí para consolar a los que sufren”, respondió el ministro.

Pensé para mis adentros: “¿Va a consolarlos asegurándoles que Dios ya no sana? ¿Qué tipo de consuelo es ése?”.

En el siguiente segmento del informe de noticias, se mostró al reportero entrevistando a un predicador de las Asambleas de Dios, que pastoreaba una iglesia en Ft. Worth. El rostro del pastor estaba terriblemente deformado, incluido el hecho de que no tenía oídos.

El reportero le preguntó si alguna vez había experimentado una curación milagrosa. El pastor respondió que sí.

“Nací con todo tipo de defectos congénitos”, explicó el pastor. “No podía ver ni oír. Mis padres me llevaron a muchos médicos y dijeron que no se podía hacer nada por mí. Entonces, un día mi mamá me llevó a una reunión de carpa dirigida por un evangelista con el don de sanidad. Me impuso las manos y oró para que fuera sano y, mientras oraba, de repente comencé a oír y ver. Fue un momento glorioso”.

“¿Puede probar que fue curado?”, preguntó el reportero.

“Sí”, respondió el pastor con confianza. “Tengo extensos registros médicos que prueban mi curación”.

“¿Va a reclamar la recompensa?”.

El pastor sonrió y negó con la cabeza. “Sería una pérdida de tiempo”, observó. “Aquellos tipos que firmaron ese anuncio nunca creerían mi evidencia. Son como los líderes religiosos de la época de Jesús, que decían que creerían que Jesús era el Mesías sólo si resucitaba a alguien de entre los muertos. Bueno, resucitó a Lázaro de entre los muertos, y los líderes religiosos respondieron matándolo”.

Una Herencia de Incredulidad

El anuncio y el programa de televisión me trajeron muchos recuerdos, porque los ministros que firmaron ese anuncio representaban la secta en la que había crecido. Yo conocía y entendía muy bien su punto de vista sobre la sanidad. Era el punto de vista que había dominado mi pensamiento sobre el poder de Dios durante casi 30 años.

Una de nuestras creencias fundamentales podría resumirse en la declaración: “La era de los milagros ha terminado”. Creíamos que todos los aspectos de lo sobrenatural — milagros, demonios, ángeles, etc. — habían cesado con la muerte del último apóstol. Nuestro Dios era el Gran Anciano en el Cielo, que se había jubilado a fines del primer siglo. Para nosotros, Él era el gran “Yo Era”, no el gran “Yo Soy”. Nos reíamos y nos burlábamos de la gente que todavía creía en un Dios que obraba milagros. Los tachábamos de “ignorantes” y “supersticiosos”.

Recuerdo cuando salió la película Los Diez Mandamientos. La miré fascinado, maravillándome de los poderosos milagros que Dios realizó por los hijos de Israel cuando escaparon de Egipto y luego vagaron por el desierto durante 40 años. La película me hizo anhelar un Dios así hoy — un Dios poderoso, activo y bondadoso. Pero no podía convencerme de que ese Dios ya existía.

Habíamos puesto a Dios en una caja, y pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo diciéndole a la gente lo que Dios no podía hacer. No nos dábamos cuenta de que, en el proceso, nos habíamos hecho Dios — un Dios falso.

El Dios del Deísmo

En términos teológicos, éramos deístas. Un deísta es una persona que cree en Dios, pero cree en un Dios impersonal. El Dios de los deístas es remoto y distante. Una vez que terminó de crear el universo, le dio la espalda a Su creación y la dejó operar de acuerdo con ciertas leyes inmutables de la naturaleza. Nos dejó para hacer frente a la vida con nuestro cerebro y Su libro, la Biblia.

Un deísta se reiría de la idea de un Dios personal y bondadoso que está dispuesto y ansioso por responder a las necesidades de Sus criaturas. El deísta diría que tal Dios es una muleta imaginaria conjurada por aquellos que no tienen la fuerza para perseverar con sus propias habilidades dadas por Dios.

Encontré un buen ejemplo de este tipo de pensamiento en 1986, cuando usé mi programa de radio para pedirle a la gente que orara por la seguridad y la buena salud de un grupo que estaba a punto de llevar a Israel. Un abogado en Louisville, Kentucky, escribió: “Habiendo sido criado en la Iglesia de Cristo, comprenderá que, aunque le deseo lo mejor en su viaje y un regreso seguro a su hogar, no puedo ofrecer oraciones a Dios con ese propósito, ya que no creemos que Dios intervenga ahora en los asuntos humanos”. Concluyó la carta con estas palabras: “El hombre es hombre, y Dios es Dios, y los dos casi nunca se encuentran”.1

Desde que dejé la Iglesia de Cristo, he pasado 30 años moviéndome entre una gran variedad de denominaciones, y he descubierto que las Iglesias de Cristo no tienen ningún concesionario de franquicia exclusivo sobre el deísmo. De hecho, me atrevería a decir que he observado que la gran mayoría de los cristianos profesantes son deístas.

Ejemplos de Deísmo en Acción

¿Recuerda en la década de 1970 cuando James Robinson era el favorito de los bautistas del sur? Fue catalogado como “el próximo Billy Graham”. Hablaba con regularidad en la Primera Iglesia Bautista, en Dallas, la más grande de las iglesias bautistas del sur en ese momento.

Entonces, un día en su programa de televisión, James anunció que había recibido una curación milagrosa, y también su esposa. Contó cómo un humilde instalador de alfombras había llegado a su habitación de hotel durante una de sus cruzadas. El hombre anunció que Dios lo había enviado a orar por James y su esposa, y compartió información sobre sus aflicciones que sólo podría haber venido de Dios. El hombre les impuso las manos, oró y fueron sanados.

Esta buena noticia de una curación milagrosa no fue recibida como tal por muchos bautistas del sur. El programa de reuniones de James para los próximos 10 años se canceló casi de la noche a la mañana. De repente se convirtió en un paria.

Lo mismo le sucedió a Jack Deere, profesor del Seminario Teológico de Dallas. Su hijo fue sanado milagrosamente en una conferencia de la Viña, cuando John Wimber oró por él. Deere compartió las buenas noticias con sus colegas del seminario. El seminario respondió dejando en claro que debía voltear la página.3

A principios de la década de 1980, dirigí una serie de conferencias proféticas en Sudáfrica. En una de las ciudades que visité, conocí a un notable misionero patrocinado por las Iglesias Cristianas Independientes en los Estados Unidos. Una noche, mientras hablábamos, me preguntó si creía en los demonios. Le dije que sí. Luego reveló que el exorcismo de demonios se había convertido en uno de sus principales ministerios.

“La gente aquí en África adora todo, desde rocas hasta serpientes”, explicó, “y esto los abre a una invasión demoníaca. Por lo tanto, la posesión demoníaca es muy común aquí”.

Me preguntó si me gustaría participar en un exorcismo. Estaba renuente, ya que ésa no es mi vocación. Pero estuve de acuerdo cuando me explicó que mi función sería orar por él y su socio mientras se enfrentaban al demonio. La sesión resultó ser agotadora, pero fue emocionante ver a este hombre confrontar con valentía y confianza los poderes de las tinieblas en el poder del Espíritu Santo y en el nombre de Jesús.

Cuando terminó esa noche, el misionero me llamó aparte y me dijo: “Por favor, no le diga a nadie en los Estados que estoy involucrado en el ministerio de exorcismo, porque ninguna de las iglesias que me apoyan cree siquiera en la realidad de los demonios. Me cortarían el apoyo si supieran lo que estoy haciendo”.

El Impacto del Deísmo en la Lectura de la Biblia y la Oración

Estoy convencido de que el pensamiento deísta es la razón por la que tan pocos cristianos leen la Biblia con regularidad. Después de todo, la Biblia está llena de historias sobre personas que se encuentran en condiciones desesperadas y luego claman a Dios para que las libere. Si usted cree que Dios ya no responde a tales súplicas como lo hizo una vez, entonces la Biblia es realmente irrelevante.

Lo mismo ocurre con la oración. ¿Por qué molestarse en orar a un Dios que es distante e indiferente — y que ya no tiene el poder de hacer nada — incluso si quisiera?

En este sentido, recuerdo que, en la iglesia de mi niñez, nunca oraríamos por sanidad porque no creíamos en ella. En cambio, oraríamos para que Dios ayudara a los médicos a recordar lo que habían aprendido en la escuela de medicina. De hecho, si alguien en nuestra iglesia simplemente hubiera orado, “Señor, estamos preocupados por nuestra hermana que está enferma. Por favor, sánala”, probablemente hubiéramos experimentado dos o tres infartos en nuestra congregación — simplemente porque se había pronunciado la palabra “sana”.

Si alguna vez los cristianos necesitaron el poder de Dios en su vida diaria, es en estos tiempos del fin en los que estamos viviendo ahora. Los cristianos profesantes deben tomarse en serio lo que enseña la Biblia con respecto a lo sobrenatural y lo milagroso.

Tomando en Serio lo Sobrenatural

Con respecto a lo sobrenatural, los cristianos deben despertar al hecho de que el racionalismo científico occidental les ha lavado el cerebro. Éste es el punto de vista que niega la realidad de cualquier cosa que no pueda cuantificarse de alguna manera. Así, de acuerdo con esta actitud, si algo no se puede ver, tocar, pesar, medir o cuantificar de alguna otra manera, entonces no existe.

Pero la Biblia enseña que hay todo un ámbito de realidad que normalmente no puede ser percibido por los sentidos. Se llama lo sobrenatural. Debido a que tantos cristianos han rechazado lo sobrenatural, gran parte de la Biblia les resulta incomprensible o irrelevante.

La Realidad de los Demonios

Se puede encontrar un ejemplo en Marcos 1:32–34. En estos versículos se nos dice que la gente de Galilea llevó a Jesús a los “enfermos y endemoniados” para que los sanara. El pasaje dice: “Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios”. También dice que no permitía que los demonios hablaran.

Ahora, ¿qué le parece? ¿Algunas de las personas estaban poseídas por demonios o no? Los predicadores de mi herencia se dividían sobre el tema. Algunos tomaban la posición de que aquellos que estaban “poseídos por demonios” estaban simplemente enfermos emocionalmente, y como la gente del primer siglo no entendía la enfermedad emocional, la atribuían supersticiosamente a los demonios. Otros de nuestros predicadores argumentaban que los demonios eran reales, ¡pero que todos se retiraron al final del primer siglo!

De hecho, asistí una vez a una reunión de ministros en la que se debatió este tema. No pudieron ponerse de acuerdo sobre la naturaleza de los demonios en el primer siglo, pero al final de la reunión, votaron sobre si los demonios existen o no en la actualidad. ¡La votación fue 25 a 0 de que los demonios no existen actualmente! Me estremecí en ese momento al pensar en cómo las hordas de Satanás debían haberse estado riendo de ese voto tonto, y cómo debían de estar relamiéndose ante la perspectiva de atacar las iglesias de esos ministros.

La Realidad de los Ángeles

Otro ejemplo de un pasaje de las Escrituras con el que la mayoría de los cristianos no pueden lidiar se encuentra en Hebreos 1:14: “¿No son [los ángeles] todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”. Este versículo afirma que hay un ministerio activo de los ángeles en el mundo hoy al servicio de los cristianos.

Nunca olvidaré lo emocionado que me sentí cuando descubrí este versículo. Fue una de las primeras ideas que me dio el Espíritu Santo, después de que decidí dejar de jugar con las Escrituras espiritualizándolas hasta la muerte. Cuando acepté el significado de sentido llano de este versículo, comencé a comprender otros versículos aparentemente crípticos. como el de Hebreos 13:2, que nos advierte que debemos ser hospitalarios con los extraños porque “algunos han hospedado a ángeles sin saberlo”.

También comencé a experimentar un nuevo poder y confianza en mi caminar cristiano cuando comencé a confiar en el ministerio de los ángeles. Por ejemplo, nunca vuelo a ningún lado sin pedirle a Dios que rodee el avión con sus santos ángeles. De la misma manera, siempre le pido al Señor que coloque un ángel en mi casa para protegerla y a mis seres queridos.

Corrie ten Boom relata un gran ejemplo del ministerio de los ángeles en su libro, The Hiding Place.4 Ella cuenta que los nazis la llevaron a ella y a otros a un campo de concentración. A su llegada, se les dijo a las mujeres que se desnudaran y caminaran por un edificio donde las despiojarían. Tenía una pequeña Biblia escondida debajo de la axila y un frasco de vitaminas líquidas debajo de la otra. Sabía que, si se quitaba la ropa, encontrarían ambos artículos. Entonces, con una fe como la de un niño, oró: “Señor, rodéame con tus santos ángeles y hazme invisible”. Pasó junto a dos guardias en la puerta y atravesó todo el edificio, ¡y nadie le dijo una palabra!

La Realidad de la Guerra Espiritual

Efesios 6:10–18 es otro pasaje que significa poco para la mayoría de los cristianos profesantes, porque trata sobre la guerra espiritual. Este pasaje establece claramente que las luchas que tenemos en esta vida no son “contra sangre y carne”. Más bien, están en contra de “principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Estas palabras no tienen sentido para una persona que no cree en lo sobrenatural.

No es de extrañar que tantos cristianos vivan vidas derrotadas. Tomemos, por ejemplo, al cristiano que está tratando de lidiar con un jefe abusivo en el trabajo. En lugar de reconocer su lucha como espiritual y responder a ella orando por el jefe, se pasa el tiempo enfurecido por los malos tratos y soñando con la venganza.

Lo Sobrenatural y el Cristianismo

A medida que aumenta la presión sobre los cristianos en estos tiempos del fin, será cada vez más importante que todos aquellos que profesan a Cristo se tomen en serio lo sobrenatural.

La conclusión es que lo sobrenatural está indisolublemente entrelazado con el cristianismo. Piénselo —

Dios creó el universo sobrenaturalmente.

Dios sostiene Su creación sobrenaturalmente.

Dios destruyó la tierra sobrenaturalmente.

Dios ha intervenido en la historia repetidamente de maneras sobrenaturales.

Lo más significativo es que Dios se hizo carne sobrenaturalmente.

Jesús realizó repetidamente actos sobrenaturales. Resucitó sobrenaturalmente. Ascendió al cielo sobrenaturalmente. Se le apareció sobrenaturalmente a John en la isla de Patmos.

Los cristianos hemos nacido de nuevo sobrenaturalmente. El Espíritu Santo reside en nosotros sobrenaturalmente. Nos comunicamos con Dios sobrenaturalmente. Algún día, pronto, Jesús regresará a esta tierra sobrenaturalmente.

Lo sobrenatural es real y debemos tomarlo en serio. Sin una creencia en lo sobrenatural, es imposible ponerse “toda la armadura de Dios”,  para que podamos “estar firmes contra los asechanzas” (Efesios 6:11).

Creer en Milagros

Cuando se trata de milagros, nuestro problema básico es que hemos definido los milagros fuera de la existencia. La mayoría de la gente definiría un milagro como una acción que viola una ley de la naturaleza. Esa definición es demasiado estrecha.

Es cierto que algunos milagros bíblicos violaron las leyes de la naturaleza, como cuando Jesús caminó sobre el agua. Pero este tipo de milagro ocurre raramente en las Escrituras. Hay cuatro grupos de estos milagros, separados ampliamente en el tiempo. El primer grupo se relaciona con los milagros de la creación. El segundo grupo ocurrió junto con la liberación de los judíos del cautiverio egipcio. El tercer grupo se produjo durante los ministerios de Elías y Eliseo, cuando Dios habló a través de ellos para llamar a los judíos a salir de la idolatría. El cuarto grupo consistió en los milagros manifestados en el ministerio de Jesús.

El punto que a menudo se pasa por alto es que la mayoría de los milagros bíblicos nunca violaron ninguna ley de la naturaleza. Fueron considerados milagros no por su esencia sobrenatural, sino por su momento oportuno.

Un Pronosticador del Tiempo Milagroso

Considere al profeta Elías. Fue enviado a enfrentarse al malvado rey Acab. Para probar que estaba hablando por el único Dios verdadero, Elías le dijo a Acab que los cielos se cerrarían y que no volvería a llover hasta que él lo dijera (1 Reyes 17:1). Siguió una intensa sequía que duró tres años y medio. Finalmente, cuando Elías sintió que había dejado claro su punto, oró pidiendo lluvia, ¡y Dios envió un chaparrón! (1 Reyes 18:41–46)

Ahora bien, ¿de qué manera este milagro violó una ley de la naturaleza? No hay ninguna ley de la naturaleza que diga que debe llover en Israel todos los años. Éste fue un milagro de tiempo. Dejó de llover cuando Elías ordenó que lo hiciera, y comenzó a llover de nuevo cuando oró para que lo hiciera.

El hombre moderno lo llamaría una “coincidencia”. Y estoy seguro de que mucha gente en la época de Elías consideraba que era sólo eso. Pero ya ven, con un Dios soberano, no hay coincidencias; sólo hay incidencias de Dios.

Piense por un momento en cómo reaccionaría la gente hoy ante tal evento. Digamos que Dios envía a un profeta para confrontar al líder ruso, y supongamos que el profeta anuncia que no volverá a llover en Moscú hasta que él lo diga. Pasan tres años y no llueve. Luego, el profeta ora públicamente en la Plaza Roja, pidiendo lluvia, y comienza a llover. ¿Crees que la mayoría de la gente lo consideraría un milagro? Lo dudo. Creo que la mayoría de la gente diría: “¡Vaya! Ese tipo es un gran pronosticador del tiempo. Ojalá pudiéramos ponerlo en nuestra estación de televisión”.

Lea la parte 2 aquí

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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