jueves, 28 de octubre de 2021

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 4 (parte 1 de 2)

Creer en el Poder de Dios

Por Dr. David R. Reagan

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“¡DIOS NO CURA!”. Este titular resonaba en la parte superior de un anuncio de página completa en el Ft. Worth Star Telegram, a mediados de la década de 1980. Fue firmado por una veintena de ministros de las Iglesias de Cristo no instrumentales.

El anuncio proclamaba que Dios no había sanado a nadie en los últimos 2,000 años y, si Jesús retrasara su regreso otros 2,000 años, Dios tampoco sanaría a nadie durante ese período de tiempo. Luego, el anuncio desafiaba a cualquiera a demostrar que había sido curado milagrosamente, y ofrecía una recompensa de $ 10,000 a cualquiera que pudiera hacerlo.

El anuncio era tan extravagante, que apareció en las noticias de la noche en varias de las estaciones de televisión de Dallas-Ft. Worth. Una estación en particular le dio una cobertura detallada. Se mostró a un reportero entrevistando a uno de los ministros que habían firmado el anuncio. Increíblemente, ¡era capellán de un hospital! El ministro afirmó que no creía en la curación sobrenatural.

“Entonces, ¿por qué está aquí en este hospital?”, preguntó el reportero.

“Estoy aquí para consolar a los que sufren”, respondió el ministro.

Pensé para mis adentros: “¿Va a consolarlos asegurándoles que Dios ya no sana? ¿Qué tipo de consuelo es ése?”.

En el siguiente segmento del informe de noticias, se mostró al reportero entrevistando a un predicador de las Asambleas de Dios, que pastoreaba una iglesia en Ft. Worth. El rostro del pastor estaba terriblemente deformado, incluido el hecho de que no tenía oídos.

El reportero le preguntó si alguna vez había experimentado una curación milagrosa. El pastor respondió que sí.

“Nací con todo tipo de defectos congénitos”, explicó el pastor. “No podía ver ni oír. Mis padres me llevaron a muchos médicos y dijeron que no se podía hacer nada por mí. Entonces, un día mi mamá me llevó a una reunión de carpa dirigida por un evangelista con el don de sanidad. Me impuso las manos y oró para que fuera sano y, mientras oraba, de repente comencé a oír y ver. Fue un momento glorioso”.

“¿Puede probar que fue curado?”, preguntó el reportero.

“Sí”, respondió el pastor con confianza. “Tengo extensos registros médicos que prueban mi curación”.

“¿Va a reclamar la recompensa?”.

El pastor sonrió y negó con la cabeza. “Sería una pérdida de tiempo”, observó. “Aquellos tipos que firmaron ese anuncio nunca creerían mi evidencia. Son como los líderes religiosos de la época de Jesús, que decían que creerían que Jesús era el Mesías sólo si resucitaba a alguien de entre los muertos. Bueno, resucitó a Lázaro de entre los muertos, y los líderes religiosos respondieron matándolo”.

Una Herencia de Incredulidad

El anuncio y el programa de televisión me trajeron muchos recuerdos, porque los ministros que firmaron ese anuncio representaban la secta en la que había crecido. Yo conocía y entendía muy bien su punto de vista sobre la sanidad. Era el punto de vista que había dominado mi pensamiento sobre el poder de Dios durante casi 30 años.

Una de nuestras creencias fundamentales podría resumirse en la declaración: “La era de los milagros ha terminado”. Creíamos que todos los aspectos de lo sobrenatural — milagros, demonios, ángeles, etc. — habían cesado con la muerte del último apóstol. Nuestro Dios era el Gran Anciano en el Cielo, que se había jubilado a fines del primer siglo. Para nosotros, Él era el gran “Yo Era”, no el gran “Yo Soy”. Nos reíamos y nos burlábamos de la gente que todavía creía en un Dios que obraba milagros. Los tachábamos de “ignorantes” y “supersticiosos”.

Recuerdo cuando salió la película Los Diez Mandamientos. La miré fascinado, maravillándome de los poderosos milagros que Dios realizó por los hijos de Israel cuando escaparon de Egipto y luego vagaron por el desierto durante 40 años. La película me hizo anhelar un Dios así hoy — un Dios poderoso, activo y bondadoso. Pero no podía convencerme de que ese Dios ya existía.

Habíamos puesto a Dios en una caja, y pasábamos la mayor parte de nuestro tiempo diciéndole a la gente lo que Dios no podía hacer. No nos dábamos cuenta de que, en el proceso, nos habíamos hecho Dios — un Dios falso.

El Dios del Deísmo

En términos teológicos, éramos deístas. Un deísta es una persona que cree en Dios, pero cree en un Dios impersonal. El Dios de los deístas es remoto y distante. Una vez que terminó de crear el universo, le dio la espalda a Su creación y la dejó operar de acuerdo con ciertas leyes inmutables de la naturaleza. Nos dejó para hacer frente a la vida con nuestro cerebro y Su libro, la Biblia.

Un deísta se reiría de la idea de un Dios personal y bondadoso que está dispuesto y ansioso por responder a las necesidades de Sus criaturas. El deísta diría que tal Dios es una muleta imaginaria conjurada por aquellos que no tienen la fuerza para perseverar con sus propias habilidades dadas por Dios.

Encontré un buen ejemplo de este tipo de pensamiento en 1986, cuando usé mi programa de radio para pedirle a la gente que orara por la seguridad y la buena salud de un grupo que estaba a punto de llevar a Israel. Un abogado en Louisville, Kentucky, escribió: “Habiendo sido criado en la Iglesia de Cristo, comprenderá que, aunque le deseo lo mejor en su viaje y un regreso seguro a su hogar, no puedo ofrecer oraciones a Dios con ese propósito, ya que no creemos que Dios intervenga ahora en los asuntos humanos”. Concluyó la carta con estas palabras: “El hombre es hombre, y Dios es Dios, y los dos casi nunca se encuentran”.1

Desde que dejé la Iglesia de Cristo, he pasado 30 años moviéndome entre una gran variedad de denominaciones, y he descubierto que las Iglesias de Cristo no tienen ningún concesionario de franquicia exclusivo sobre el deísmo. De hecho, me atrevería a decir que he observado que la gran mayoría de los cristianos profesantes son deístas.

Ejemplos de Deísmo en Acción

¿Recuerda en la década de 1970 cuando James Robinson era el favorito de los bautistas del sur? Fue catalogado como “el próximo Billy Graham”. Hablaba con regularidad en la Primera Iglesia Bautista, en Dallas, la más grande de las iglesias bautistas del sur en ese momento.

Entonces, un día en su programa de televisión, James anunció que había recibido una curación milagrosa, y también su esposa. Contó cómo un humilde instalador de alfombras había llegado a su habitación de hotel durante una de sus cruzadas. El hombre anunció que Dios lo había enviado a orar por James y su esposa, y compartió información sobre sus aflicciones que sólo podría haber venido de Dios. El hombre les impuso las manos, oró y fueron sanados.

Esta buena noticia de una curación milagrosa no fue recibida como tal por muchos bautistas del sur. El programa de reuniones de James para los próximos 10 años se canceló casi de la noche a la mañana. De repente se convirtió en un paria.

Lo mismo le sucedió a Jack Deere, profesor del Seminario Teológico de Dallas. Su hijo fue sanado milagrosamente en una conferencia de la Viña, cuando John Wimber oró por él. Deere compartió las buenas noticias con sus colegas del seminario. El seminario respondió dejando en claro que debía voltear la página.3

A principios de la década de 1980, dirigí una serie de conferencias proféticas en Sudáfrica. En una de las ciudades que visité, conocí a un notable misionero patrocinado por las Iglesias Cristianas Independientes en los Estados Unidos. Una noche, mientras hablábamos, me preguntó si creía en los demonios. Le dije que sí. Luego reveló que el exorcismo de demonios se había convertido en uno de sus principales ministerios.

“La gente aquí en África adora todo, desde rocas hasta serpientes”, explicó, “y esto los abre a una invasión demoníaca. Por lo tanto, la posesión demoníaca es muy común aquí”.

Me preguntó si me gustaría participar en un exorcismo. Estaba renuente, ya que ésa no es mi vocación. Pero estuve de acuerdo cuando me explicó que mi función sería orar por él y su socio mientras se enfrentaban al demonio. La sesión resultó ser agotadora, pero fue emocionante ver a este hombre confrontar con valentía y confianza los poderes de las tinieblas en el poder del Espíritu Santo y en el nombre de Jesús.

Cuando terminó esa noche, el misionero me llamó aparte y me dijo: “Por favor, no le diga a nadie en los Estados que estoy involucrado en el ministerio de exorcismo, porque ninguna de las iglesias que me apoyan cree siquiera en la realidad de los demonios. Me cortarían el apoyo si supieran lo que estoy haciendo”.

El Impacto del Deísmo en la Lectura de la Biblia y la Oración

Estoy convencido de que el pensamiento deísta es la razón por la que tan pocos cristianos leen la Biblia con regularidad. Después de todo, la Biblia está llena de historias sobre personas que se encuentran en condiciones desesperadas y luego claman a Dios para que las libere. Si usted cree que Dios ya no responde a tales súplicas como lo hizo una vez, entonces la Biblia es realmente irrelevante.

Lo mismo ocurre con la oración. ¿Por qué molestarse en orar a un Dios que es distante e indiferente — y que ya no tiene el poder de hacer nada — incluso si quisiera?

En este sentido, recuerdo que, en la iglesia de mi niñez, nunca oraríamos por sanidad porque no creíamos en ella. En cambio, oraríamos para que Dios ayudara a los médicos a recordar lo que habían aprendido en la escuela de medicina. De hecho, si alguien en nuestra iglesia simplemente hubiera orado, “Señor, estamos preocupados por nuestra hermana que está enferma. Por favor, sánala”, probablemente hubiéramos experimentado dos o tres infartos en nuestra congregación — simplemente porque se había pronunciado la palabra “sana”.

Si alguna vez los cristianos necesitaron el poder de Dios en su vida diaria, es en estos tiempos del fin en los que estamos viviendo ahora. Los cristianos profesantes deben tomarse en serio lo que enseña la Biblia con respecto a lo sobrenatural y lo milagroso.

Tomando en Serio lo Sobrenatural

Con respecto a lo sobrenatural, los cristianos deben despertar al hecho de que el racionalismo científico occidental les ha lavado el cerebro. Éste es el punto de vista que niega la realidad de cualquier cosa que no pueda cuantificarse de alguna manera. Así, de acuerdo con esta actitud, si algo no se puede ver, tocar, pesar, medir o cuantificar de alguna otra manera, entonces no existe.

Pero la Biblia enseña que hay todo un ámbito de realidad que normalmente no puede ser percibido por los sentidos. Se llama lo sobrenatural. Debido a que tantos cristianos han rechazado lo sobrenatural, gran parte de la Biblia les resulta incomprensible o irrelevante.

La Realidad de los Demonios

Se puede encontrar un ejemplo en Marcos 1:32–34. En estos versículos se nos dice que la gente de Galilea llevó a Jesús a los “enfermos y endemoniados” para que los sanara. El pasaje dice: “Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios”. También dice que no permitía que los demonios hablaran.

Ahora, ¿qué le parece? ¿Algunas de las personas estaban poseídas por demonios o no? Los predicadores de mi herencia se dividían sobre el tema. Algunos tomaban la posición de que aquellos que estaban “poseídos por demonios” estaban simplemente enfermos emocionalmente, y como la gente del primer siglo no entendía la enfermedad emocional, la atribuían supersticiosamente a los demonios. Otros de nuestros predicadores argumentaban que los demonios eran reales, ¡pero que todos se retiraron al final del primer siglo!

De hecho, asistí una vez a una reunión de ministros en la que se debatió este tema. No pudieron ponerse de acuerdo sobre la naturaleza de los demonios en el primer siglo, pero al final de la reunión, votaron sobre si los demonios existen o no en la actualidad. ¡La votación fue 25 a 0 de que los demonios no existen actualmente! Me estremecí en ese momento al pensar en cómo las hordas de Satanás debían haberse estado riendo de ese voto tonto, y cómo debían de estar relamiéndose ante la perspectiva de atacar las iglesias de esos ministros.

La Realidad de los Ángeles

Otro ejemplo de un pasaje de las Escrituras con el que la mayoría de los cristianos no pueden lidiar se encuentra en Hebreos 1:14: “¿No son [los ángeles] todos espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?”. Este versículo afirma que hay un ministerio activo de los ángeles en el mundo hoy al servicio de los cristianos.

Nunca olvidaré lo emocionado que me sentí cuando descubrí este versículo. Fue una de las primeras ideas que me dio el Espíritu Santo, después de que decidí dejar de jugar con las Escrituras espiritualizándolas hasta la muerte. Cuando acepté el significado de sentido llano de este versículo, comencé a comprender otros versículos aparentemente crípticos. como el de Hebreos 13:2, que nos advierte que debemos ser hospitalarios con los extraños porque “algunos han hospedado a ángeles sin saberlo”.

También comencé a experimentar un nuevo poder y confianza en mi caminar cristiano cuando comencé a confiar en el ministerio de los ángeles. Por ejemplo, nunca vuelo a ningún lado sin pedirle a Dios que rodee el avión con sus santos ángeles. De la misma manera, siempre le pido al Señor que coloque un ángel en mi casa para protegerla y a mis seres queridos.

Corrie ten Boom relata un gran ejemplo del ministerio de los ángeles en su libro, The Hiding Place.4 Ella cuenta que los nazis la llevaron a ella y a otros a un campo de concentración. A su llegada, se les dijo a las mujeres que se desnudaran y caminaran por un edificio donde las despiojarían. Tenía una pequeña Biblia escondida debajo de la axila y un frasco de vitaminas líquidas debajo de la otra. Sabía que, si se quitaba la ropa, encontrarían ambos artículos. Entonces, con una fe como la de un niño, oró: “Señor, rodéame con tus santos ángeles y hazme invisible”. Pasó junto a dos guardias en la puerta y atravesó todo el edificio, ¡y nadie le dijo una palabra!

La Realidad de la Guerra Espiritual

Efesios 6:10–18 es otro pasaje que significa poco para la mayoría de los cristianos profesantes, porque trata sobre la guerra espiritual. Este pasaje establece claramente que las luchas que tenemos en esta vida no son “contra sangre y carne”. Más bien, están en contra de “principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Estas palabras no tienen sentido para una persona que no cree en lo sobrenatural.

No es de extrañar que tantos cristianos vivan vidas derrotadas. Tomemos, por ejemplo, al cristiano que está tratando de lidiar con un jefe abusivo en el trabajo. En lugar de reconocer su lucha como espiritual y responder a ella orando por el jefe, se pasa el tiempo enfurecido por los malos tratos y soñando con la venganza.

Lo Sobrenatural y el Cristianismo

A medida que aumenta la presión sobre los cristianos en estos tiempos del fin, será cada vez más importante que todos aquellos que profesan a Cristo se tomen en serio lo sobrenatural.

La conclusión es que lo sobrenatural está indisolublemente entrelazado con el cristianismo. Piénselo —

Dios creó el universo sobrenaturalmente.

Dios sostiene Su creación sobrenaturalmente.

Dios destruyó la tierra sobrenaturalmente.

Dios ha intervenido en la historia repetidamente de maneras sobrenaturales.

Lo más significativo es que Dios se hizo carne sobrenaturalmente.

Jesús realizó repetidamente actos sobrenaturales. Resucitó sobrenaturalmente. Ascendió al cielo sobrenaturalmente. Se le apareció sobrenaturalmente a John en la isla de Patmos.

Los cristianos hemos nacido de nuevo sobrenaturalmente. El Espíritu Santo reside en nosotros sobrenaturalmente. Nos comunicamos con Dios sobrenaturalmente. Algún día, pronto, Jesús regresará a esta tierra sobrenaturalmente.

Lo sobrenatural es real y debemos tomarlo en serio. Sin una creencia en lo sobrenatural, es imposible ponerse “toda la armadura de Dios”,  para que podamos “estar firmes contra los asechanzas” (Efesios 6:11).

Creer en Milagros

Cuando se trata de milagros, nuestro problema básico es que hemos definido los milagros fuera de la existencia. La mayoría de la gente definiría un milagro como una acción que viola una ley de la naturaleza. Esa definición es demasiado estrecha.

Es cierto que algunos milagros bíblicos violaron las leyes de la naturaleza, como cuando Jesús caminó sobre el agua. Pero este tipo de milagro ocurre raramente en las Escrituras. Hay cuatro grupos de estos milagros, separados ampliamente en el tiempo. El primer grupo se relaciona con los milagros de la creación. El segundo grupo ocurrió junto con la liberación de los judíos del cautiverio egipcio. El tercer grupo se produjo durante los ministerios de Elías y Eliseo, cuando Dios habló a través de ellos para llamar a los judíos a salir de la idolatría. El cuarto grupo consistió en los milagros manifestados en el ministerio de Jesús.

El punto que a menudo se pasa por alto es que la mayoría de los milagros bíblicos nunca violaron ninguna ley de la naturaleza. Fueron considerados milagros no por su esencia sobrenatural, sino por su momento oportuno.

Un Pronosticador del Tiempo Milagroso

Considere al profeta Elías. Fue enviado a enfrentarse al malvado rey Acab. Para probar que estaba hablando por el único Dios verdadero, Elías le dijo a Acab que los cielos se cerrarían y que no volvería a llover hasta que él lo dijera (1 Reyes 17:1). Siguió una intensa sequía que duró tres años y medio. Finalmente, cuando Elías sintió que había dejado claro su punto, oró pidiendo lluvia, ¡y Dios envió un chaparrón! (1 Reyes 18:41–46)

Ahora bien, ¿de qué manera este milagro violó una ley de la naturaleza? No hay ninguna ley de la naturaleza que diga que debe llover en Israel todos los años. Éste fue un milagro de tiempo. Dejó de llover cuando Elías ordenó que lo hiciera, y comenzó a llover de nuevo cuando oró para que lo hiciera.

El hombre moderno lo llamaría una “coincidencia”. Y estoy seguro de que mucha gente en la época de Elías consideraba que era sólo eso. Pero ya ven, con un Dios soberano, no hay coincidencias; sólo hay incidencias de Dios.

Piense por un momento en cómo reaccionaría la gente hoy ante tal evento. Digamos que Dios envía a un profeta para confrontar al líder ruso, y supongamos que el profeta anuncia que no volverá a llover en Moscú hasta que él lo diga. Pasan tres años y no llueve. Luego, el profeta ora públicamente en la Plaza Roja, pidiendo lluvia, y comienza a llover. ¿Crees que la mayoría de la gente lo consideraría un milagro? Lo dudo. Creo que la mayoría de la gente diría: “¡Vaya! Ese tipo es un gran pronosticador del tiempo. Ojalá pudiéramos ponerlo en nuestra estación de televisión”.

Lea la parte 2 aquí

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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miércoles, 27 de octubre de 2021

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 3 (pdf)

Permanecer en la Palabra

Por Dr. David R. Reagan

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La primera clave para una vida cristiana triunfante en los tiempos del fin es volver a la Biblia como la fuente de toda autoridad, respetándola como la Palabra de Dios. Es la deriva de la Biblia lo que ha debilitado a la Iglesia y socavado su impacto en la sociedad.

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Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 3 (parte 2 de 2)

Permanecer en la Palabra de Dios

Por Dr. David R. Reagan

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Usando Textos de Prueba de la Palabra

También tuve que descartar mi enfoque de textos de prueba de la Biblia. Mi herencia espiritual trataba la Biblia como si fuera el Código Anotado de Texas. En nuestro punto de vista, la Ley Antigua había sido reemplazada por la Nueva, y la Nueva Ley era el Nuevo Testamento. Entonces, lo tratamos como un libro de leyes, en lugar de una colección de biografías y cartas de amor.

El resultado fue que nunca leí la Palabra sólo para dejar que me ministrara. Más bien, buscaba textos de prueba que pudiera usar para clavar a un bautista en la pared o para cortarle las piernas a un presbiteriano. Usaba textos de prueba como si fueran granadas de mano.

Tenía veintitantos años antes de sentarme a leer la Biblia por el puro placer de leerla. La ocasión fue un regalo de Navidad de mis padres. Me dieron una copia de la paráfrasis de J. B. Phillips del Nuevo Testamento.4 Hasta ese momento, nunca había disfrutado mucho leyendo la Biblia, porque la única versión disponible era la King James, y me parecía a Shakespeare. El idioma era demasiado forzado y me costaba entenderlo.

La paráfrasis de Phillips tuvo un efecto transformador en mí. Empecé a leerla y no pude dejarla. Me cautivó. Por primera vez en mi vida, leí la Palabra de Dios con el corazón abierto y no sólo mentalmente, buscando textos de prueba.

Recibiendo la Palabra

El Espíritu Santo comenzó a ministrarme mientras leía. Lo primero que noté es que nunca había escuchado sermones como los registrados en el libro de los Hechos. Los sermones que había escuchado toda mi vida eran sobre el “plan de salvación”. No pude encontrar un solo sermón en Hechos sobre tal cosa. Todos los sermones de Hechos eran sobre un hombre, no sobre un plan. Los apóstoles predicaron a Jesús. Predicaron Su muerte, sepultura y resurrección y enfatizaron especialmente Su resurrección como prueba de que Él era Dios encarnado. Descubrí que me había convertido a un plan en lugar de al Hombre, Jesús. Ese descubrimiento crucial provino simplemente de leer la Palabra de Dios con un corazón abierto, permitiendo que el Espíritu Santo fuera mi maestro.

La lección más difícil que tuve que aprender fue la importancia de exaltar la Palabra de Dios sobre las tradiciones de mi herencia. Esto resultó doloroso porque mi herencia, como la mayoría de los grupos conservadores, no permitía mucha libertad de opinión. Teníamos un dicho: “En la fe unidad; en opinión, libertad; en todas las cosas amor”. Sonaba bien, ¡pero el problema para nosotros era que nada entraba en el ámbito de la opinión!

La tradición era sagrada para nosotros. Era exaltado sobre la Palabra. Violarla significaba condenación (lo que llamamos “el pie izquierdo de la comunión”). Pero, a medida que aprendí a seguir la Palabra de Dios dondequiera que me llevara, descubrí que los beneficios superaban con creces el dolor.

Descubrimientos sobre la Palabra

En Juan 8:31–32, Jesús dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Observe el calificador. Es un gran “si”. Para ser liberados, debemos permanecer en Su Palabra, incluso si viola nuestras tradiciones sagradas. En otra ocasión, Jesús les dijo a los escribas y fariseos que eran hipócritas porque, “dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres” (Marcos 7:6–8).

Para que mi vida espiritual diera un giro y tomara poder, tuve que darme cuenta de que las Escrituras no fueron escritas para intelectuales, y que no tenía que tener un doctorado en hermenéutica para entender lo que decían. Fueron escritas para la gente común.

Tuve que darme cuenta de que las Escrituras no fueron escritas para ser analizadas como una obra de Shakespeare. Fueron escritas para convencer a las personas de pecado y llevarlas a la salvación en Jesús.

Tuve que darme cuenta de que las Escrituras no son difíciles de entender si confías en el Espíritu Santo y las aceptas por su significado de sentido llano. Dios sabe comunicarse.

Tuve que darme cuenta de que las Escrituras no fueron dadas como un código legal para poner a la humanidad en una camisa de fuerza legalista. Más bien, fueron dadas como una carta de amor de Dios, para llevarnos a una relación personal y profunda con él.

Tuve que darme cuenta de que las Escrituras son mucho más sagradas que las tradiciones de los hombres — que las Escrituras liberarán, mientras que la tradición esclavizará.

Tuve que darme cuenta de que las Escrituras tienen un poder sobrenatural, el poder de penetrar el alma de las personas y cambiar sus vidas, que la Palabra de Dios es “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).

La Validez de la Palabra

Todas estas comprensiones que hicieron que la Biblia cobrara vida para mí, son contrarias al pensamiento del hombre moderno, incluso al pensamiento de muchos cristianos profesantes. ¿Por qué debería alguien creer que este libro llamado Biblia es diferente de todos los demás libros? ¿Qué lo distingue? ¿Cómo sabemos que vino de Dios?

Un buen lugar para comenzar es el hecho de que la Biblia misma afirma estar divinamente inspirada. Más de 3,000 veces los escritores bíblicos afirman estar hablando las palabras de Dios. Una y otra vez, los escritores dicen: “Así dice el Señor”, o “El Señor dijo”. Éstas son las frases más comunes de la Biblia.

Los escritores también se refieren repetidamente a las Escrituras como “la Palabra de Dios” (1 Samuel 9:27; Hechos 6:2), y afirman que es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16).

Más importante aún, Jesús afirmó las Escrituras como la Palabra inspirada de Dios. En una ocasión, mientras Jesús estaba enseñando, fue interrumpido por una mujer que gritó: “¡Bienaventurada el vientre que te trajo!”. A lo que Jesús respondió: “Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:27–28).

En su Sermón del Monte, pronunciado al principio de Su ministerio, Jesús afirmó que había venido a cumplir las Escrituras, y afirmó que el cielo y la tierra pasarían antes de una jota (la letra más pequeña) o una tilde (el trazo más pequeño) de la Palabra de Dios pasara, afirmando así la inspiración verbal de las Escrituras (Mateo 5:18). Al final de Su ministerio, en la última oración que oró con Sus discípulos, Jesús se refirió a las Escrituras como la Palabra de Dios, y luego agregó: “Tu Palabra es verdad” (Juan 17:14–17).

La vida de Jesús es un testimonio de Su creencia en la autoridad divina de las Escrituras. A la edad de 12 años, confundió a los líderes espirituales de Israel con Su conocimiento de la Palabra de Dios (Lucas 2:41–51). Usó las Escrituras para justificar Sus afirmaciones mesiánicas (Lucas 4:16–21). Usó las Escrituras para enseñar los fundamentos de la vida en el reino (Mateo 5–7). Usó las Escrituras para confrontar y confundir a Satanás (Mateo 4:1–11). Usó las Escrituras para enseñar a Sus discípulos después de Su resurrección (Lucas 24:27, 44–45).

Jesús citó a Moisés, los Salmos y los Profetas. Y sí, citó los dos libros del Antiguo Testamento que los liberales de hoy en día más desprecian: Jonás y Daniel.

Los discípulos de Jesús evidenciaron el mismo respeto por las Escrituras. El Evangelio de Mateo cita repetidamente pasajes del Antiguo Testamento de principio a fin, intentando demostrar a los lectores judíos que Jesús cumplió la profecía mesiánica. Pablo se refiere a las Escrituras como “inspiradas por Dios” (2 Timoteo 3:16). Pedro se refiere a los profetas hebreos como hombres que fueron guiados en lo que dijeron por “el Espíritu de Cristo dentro de ellos” (1 Pedro 1:11). El apóstol Juan afirmó que el que ama al Señor es el que “guarda su palabra” (1 Juan 2:5).

La Naturaleza Única de la Palabra

Ahora, habiendo dicho todo esto, quiero hacer una pausa para señalar que soy consciente del hecho de que estoy usando la Biblia para probar la Biblia. Por tanto, se me podría acusar de razonamiento circular: “la Biblia es la Palabra de Dios porque la Biblia lo dice”.

Por lo tanto, debo tomarme un momento para señalar que no se comete el error del razonamiento circular cuando se usa la Biblia para probar la Biblia. La razón es muy sencilla. Verá, ¡la Biblia no es un solo libro! Es una colección de 66 libros escritos por más de 40 autores durante un período de 1,600 años.

Por lo tanto, si cita a Jeremías o Isaías para fundamentar a Daniel, o si cita a Daniel para verificar Apocalipsis, no está involucrado en un razonamiento circular. En cambio, está citando fuentes totalmente independientes, que están unidas entre las portadas del mismo libro. Sin embargo, la paradoja es que cuanto más lee estos libros, más se da cuenta de que las fuentes no son tan independientes.

Éste es mi argumento: los autores de esos 66 libros procedían de todos los ámbitos de la vida, incluidos reyes, campesinos, filósofos, pescadores, poetas, estadistas, eruditos, recaudadores de impuestos, agricultores y médicos. Escribieron en todos los lugares imaginables: palacios, mazmorras, prisiones, en islas, en el desierto, en ciudades y en medio de guerras. Escribieron en diferentes estados de ánimo, desde las alturas del éxtasis hasta las profundidades de la desesperación y el dolor.

Hablaron sobre cientos de temas controvertidos. Escribieron en tres idiomas diferentes. Utilizaron todos los estilos literarios imaginables: historia, derecho, poesía, biografía, memorias, cartas, sermones, drama, parábolas, profecía, ¡lo que sea!

Sin embargo, a pesar de toda esta diversidad, sus escritos se entrelazan con una armonía y continuidad desde el Génesis hasta el Apocalipsis, que sólo puede explicarse señalando la inspiración divina.

Podría presentar muchas otras pruebas de que la Biblia es la Palabra autorizada de Dios, pero el espacio no lo permite. S´plo mencionaré algunos puntos de pasada. Uno es la sabiduría del mensaje de la Biblia y el impacto transformador de ese mensaje en millones de vidas a lo largo de la historia. Otro es el detalle de sus registros históricos y su exactitud, como lo confirma la arqueología. Y luego, por supuesto, está la notable supervivencia de la Biblia, a pesar de los esfuerzos de tantos por destruirla. Isaías atestiguó la permanencia de la Palabra de Dios cuando escribió: “Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8).

Verificación Profética de la Palabra

Algunas de las pruebas más convincentes de la inspiración divina de la Biblia se encuentran en sus profecías. Mas de una cuarta parte de la Biblia es de naturaleza profética. Además de

las bien conocidas profecías mesiánicas, hay cientos de profecías seculares sobre personas, ciudades y naciones, muchas de las cuales ya se han cumplido en la historia.

Tomemos, por ejemplo, la profecía de Miqueas de que Jerusalén y su Templo serían destruidos (Miqueas 3:11–12). Esta profecía fue escrita más de 150 años antes de que los babilonios conquistaran Jerusalén y destruyeran el Templo.

El contemporáneo de Miqueas, Isaías, profetizó que los hijos de Israel serían llevados cautivos, pero que finalmente serían liberados por un hombre llamado Ciro (Isaías 44:28). Esta profecía fue escrita 150 años antes del reinado de Ciro, quien emitió la orden para que los judíos regresaran a casa (Esdras 1:1–4).

Jeremías profetizó que el cautiverio babilónico duraría exactamente 70 años (Jeremías 29:10). Años más tarde, cuando Daniel descubrió la profecía de Jeremías (Daniel 9:2), calculó que los judíos estaban en el año 69 del cautiverio. Creyendo que Jeremías era un profeta de Dios y que sus palabras fueron inspiradas por Dios, Daniel se arrodilló y oró por el cumplimiento de la profecía de Jeremías (Daniel 9:4–19). Al año siguiente, la profecía se cumplió cuando el primer grupo de judíos fue enviado de regreso a Jerusalén por Ciro (Esdras 1:1–4).

¿Son estas notables profecías y su cumplimiento una cuestión de coincidencia? Yo creo que no. Tal cumplimiento profético está más allá del ámbito de lo posible. Lleva la huella de la mano de Dios.

El Nuevo Testamento contiene profecías similares que se han cumplido con precisión en la historia. Considere la profecía que hizo Jesús la última vez que salió de Galilea hacia Jerusalén. Él puso una maldición sobre tres pueblos donde había enfocado Su ministerio, porque se habían negado a arrepentirse (Mateo 11:20–24). Esas ciudades fueron Capernaum, Corazín y Betsaida. Aproximadamente 150 años después, un gran terremoto destruyó las tres. De hecho, estaban tan completamente destruidas, que, en 1800, los críticos de la Biblia estaban usando estos tres pueblos como prueba positiva de que la Biblia está llena de errores. ¡Afirmaron que las ciudades nunca existieron! Hoy, puede visitar las tres, porque desde entonces han sido descubiertos por arqueólogos modernos.

De igual manera, Jesús profetizó que la ciudad de Jerusalén y su Templo serían completamente destruidos. Como dijo Él: “No quedará piedra sobre piedra” (Lucas 21:6). Esas palabras fueron dichas alrededor del año 30 d.C. Cuarenta años después, los romanos conquistaron la ciudad y destruyeron totalmente el Templo.

La profecía cumplida es una de las características más singulares de la Biblia. Ningún otro libro que forme la base de una religión contiene profecía cumplida. No hay profecías cumplidas en el Corán, el Libro del Mormón, las Vedas hindúes, o los dichos de Confucio o Buda. No es de extrañar que los libros proféticos de la Biblia pusieran nerviosos a los liberales, porque las profecías cumplidas de la Biblia prueban que es un libro de origen sobrenatural.

Preguntas Cruciales sobre la Palabra

¿Cuál es su relación con la Biblia? ¿No es más que una decoración para su mesa de centro? ¿La lee de vez en cuando, cuando hay una crisis, o necesita un versículo para probar algo? Tal vez sea un lector habitual, pero lo hace por un sentido del deber, más que por pasión.

¿De verdad considera que la Biblia es la Palabra de Dios? ¿En serio? Si es así, ¿por qué no la trata como tal?

Permítame decirlo de esta manera: si recibiera una carta de la Casa Blanca en un hermoso sobre dorado en relieve con su nombre y dirección grabados en él, ¿qué haría con ella? ¿La pondría en su mesa de café y se la mostraría a todos sus amigos? ¿O la abriría y la leería?

La Biblia es una carta personal que le envía su Creador. Está diseñada para alimentar su alma animándole, iluminándole, guiándole, fortaleciéndole y señalándole a Jesús, la única esperanza verdadera para su vida.

Comprométase a leerla todos los días. Nutrirá su alma y le permitirá vivir una vida cristiana victoriosa en medio de un mundo cada vez más pagano.

Lea la parte 1 aquí

Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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martes, 26 de octubre de 2021

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 2 (pdf)

La Apostasía de la Iglesia

Por Dr. David R. Reagan

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La Biblia profetiza claramente que la Iglesia de los tiempos del fin se caracterizará por la apostasía, lo que significa que la gente se apartará de los fundamentos de la fe cristiana. Jesús profetizó que “muchos tropezarán” y “el amor de muchos se enfriará” (Mateo 24:10, 12). De la misma manera, el apóstol Pablo pronosticó que, en los tiempos del fin, habrá quienes “apostatarán de la fe” porque prestarán atención a “espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1). El apóstol Pedro se unió al coro en 2 Pedro 3:3–4, donde advirtió que en “los postreros días vendrán burladores” de la promesa de que Jesús regresará.

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Recurso recomendado:

Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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sábado, 23 de octubre de 2021

Libro: Viviendo para Cristo en los Tiempos del Fin – Capítulo 3 (parte 1 de 2)

Permanecer en la Palabra de Dios

Por Dr. David R. Reagan

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Era principios de la década de 1980, y me habían invitado a hablar en una iglesia presbiteriana ubicada en el área entre Dallas y Ft. Worth.

La invitación vino gracias a los esfuerzos de un oyente de radio que llamó y me preguntó si estaría dispuesto a presentar una lección sobre la profecía bíblica en su iglesia un domingo por la noche. Respondí que estaría feliz de hacerlo. 

“Bueno”, dijo, “comience a orar por mí”.

“¿Qué quieres decir?”, pregunté.

“Quiero decir que va a ser difícil que lo inviten”, respondió. “Verá, a nuestro pastor no le gustan los estudios bíblicos, así que los domingos por la noche normalmente sólo tenemos entretenimiento secular, como un cantante de música popular.

Una Petición Inusual

Luego agregó: “De hecho, para que lo inviten, voy a necesitar un título llamativo”.

“¿Un título llamativo?”. Mientras repetía las palabras, un título inusual y pegadizo apareció de repente en mi mente. “¿Qué tal, ‘El Futuro de la Agonía del Gran Planeta Tierra’?”.

“¡Eso es llamativo!”, respondió. “Veré qué puedo hacer”.

Al día siguiente volvió a llamar. Estaba tan emocionado que podrías haberlo oído gritar a través de Dallas. “¡Estuvo de acuerdo, estuvo de acuerdo! Ni siquiera tuve que discutir con él. Nuestro pastor me dijo que lo llamara y lo invitara”.

Una Noche Memorable

Llegó la noche y no sentí nada malo hasta que el pastor comenzó su presentación: “Estamos muy contentos de tener a un experto en profecía bíblica aquí con nosotros esta noche. Él nos va a demostrar que no hay profecía en la Biblia, y en el proceso, nos mostrará lo ridículo que es tomarnos en serio los libros sobre profecías como los escritos por Hal Lindsey”.

No sé qué más dijo, porque su segunda frase me dejó en estado de shock. ¿Me estaba presentando? ¿O estaba presentando a alguien más con quien esperaba que debatiera? Mientras mi mente corría con estas preguntas, de repente escuché mi nombre. ¡Era de mí de quien estaba hablando! Le hice un gesto a un lado, y frente a unas 50 personas tuvimos una conferencia susurrada.

“Creo que ha habido un gran malentendido”, le dije.

“¿Qué quieres decir?”, preguntó.

“Bueno, ya ve, yo creo en la validez de la profecía bíblica, y también creo que los libros de Hal Lindsey son muy buenas guías para comprender la profecía”. Hice una pausa por un momento para dejar que mis palabras se asimilaran, luego pregunté: “¿Quiere que me vaya a casa?”.

El pastor parecía aturdido. Pensó por un momento y luego susurró: “No, puedes quedarte, pero hazlo breve”.

Subí al púlpito sin saber por dónde empezar ni qué decir. De repente pensé en el primer sermón del evangelio que jamás se haya predicado, el que presentó Pedro el día de Pentecostés. Pensé que podría ser un buen lugar para comenzar, ya que contiene una cita de profecía tras otra de principio a fin.

“Por favor, abran sus Biblias en el capítulo dos de Hechos”, anuncié.

Ahora bien, soy el tipo de predicador al que le gusta escuchar el crujir de las páginas cuando anuncio una escritura. Cuando me volví hacia el pasaje, noté que mis páginas eran las únicas que crujían. “¿Cuántos de ustedes tienen sus Biblias con ustedes esta noche?”, pregunté.

Ni una sola persona levantó la mano.

“Bueno, entonces, por favor miren en sus Biblias de las bancas”.

Un hombre gritó: “No tenemos Biblias en las bancas en esta iglesia”.

Pensé por un momento y luego dije: “Va a ser difícil enseñarles una lección bíblica sin Biblias. ¿Pasarían varios de ustedes por el ala de educación del edificio y recogerían las Biblias? Dirigiré algunas canciones mientras lo hacen”.

Varios hombres se levantaron de un salto y se dirigieron a las aulas. Comencé a dirigir algunos himnos.

Unos cinco minutos después, los hombres regresaron con las manos vacías. “No pudimos encontrar ninguna Biblia”, anunció uno de ellos. 

Inmediatamente pensé en el momento en que el rey Josías de Judá ordenó que el templo fuera purgado de ídolos, y los sacerdotes encontraron la Palabra de Dios en un rincón oscuro detrás de un ídolo. Ellos habían perdido la Palabra de Dios y también esta iglesia. En ese momento, el pastor se levantó de un salto. “Creo que tengo algunas Biblias en mi oficina”, dijo.

Regresó con unas cinco Biblias. Organizamos a la gente en grupos y le dimos a cada grupo una Biblia.

Un Estudio Bíblico Disruptivo

“Ahora”, dije triunfalmente, “vayamos al capítulo dos de Hechos.

Las páginas empezaron a crujir. ¡Y crujían y crujían! La gente buscaba el libro de los Hechos tanto al principio como al final de la Biblia. Me quedé asombrado.

Decidí cambiar de marcha rápidamente y realizar un ejercicio bíblico. Durante los siguientes diez minutos, les presenté la Biblia, les dije la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y les mostré los tipos de literatura: histórica, profética, sabiduría, apocalíptica, etc. Estaban encantados. Finalmente los llevé al libro de los Hechos y les expuse mi punto. Luego les pedí que se dirigieran a Daniel. En el momento en que lo hice, el pastor saltó de su asiento.

“Lo siento”, gritó, “¡pero no permitimos que se lea el libro de Daniel en esta iglesia!”.

“¿Por qué no?”, pregunté.

“Porque es una pieza de literatura fraudulenta que pretende ser una profecía, pero, en realidad, no lo es. Afirma haber sido escrito 500 años antes de Cristo, cuando en realidad se escribió cerca del tiempo de Cristo”. Hizo una pausa por un momento, y luego me señaló con el dedo de manera acusatoria. “Es obvio que no eres un graduado de seminario, o de lo contrario sabrías que es mejor no citar el libro de Daniel”. 

Decidí enfrentarme a él. (¡Tenga en cuenta que todo esto estaba sucediendo frente a su congregación!)

“¿Cómo”, pregunté, “puede afirmar que el libro de Daniel fue escrito en la época de Cristo cuando se incluyó en la traducción de la Septuaginta de las Escrituras Hebreas?”.

“¿Qué quieres decir?”, respondió.

“Quiero decir que la Septuaginta fue traducida aproximadamente 280 años antes de Cristo”.

“Bueno, no creo que fue entonces cuando se tradujo”, espetó.

“Tengo otra pregunta para usted”, agregué rápidamente.

“¿Cómo explica el hecho de que cuando Alejandro Magno vino a destruir Jerusalén en el 333 a. C., fue confrontado por el Sumo Sacerdote que le mostró dónde estaba profetizado en el libro de Daniel? Estaba tan impresionado que salvó a la ciudad de la destrucción”.

“¿De dónde sacaste esa historia?”, preguntó.

“Lo encontrará en los escritos de Josefo”, respondí.

“No puedes creer nada de lo que dice Josefo”, replicó con disgusto. “Todo lo que hizo fue escribir cuentos de viejas”.

“¿Quiere que me vaya a casa?”, pregunté de nuevo.

“No, simplemente no quiero que cites a Daniel”.

“Está bien”, dije, “consideremos la primera profecía mesiánica en la Biblia. Por favor, vayan a Génesis 3:15”.

Una vez más, el pastor se puso de pie de un salto. “No quiero que lea ese pasaje”, dijo.

“¿Por qué?”.

“Porque sé lo que vas a hacer con él. Lo vas a usar para enseñar sobre el nacimiento virginal”.

“¿Hay algo de malo en eso?”.

“Sí”, respondió. “No creemos en el nacimiento virginal en esta iglesia”.

Los Caminos Misteriosos de Dios 

Y así fue toda la noche — el pastor tratando de proteger a su pueblo de la Palabra de Dios. Más tarde me enteré de cómo me invitaron y la historia me impresionó tanto de la soberanía de Dios como de Su sentido del humor.

Me enteré de que cuando el oyente de la radio fue a la oficina de su pastor para ver si me podían invitar, el pastor estaba leyendo un libro titulado “El Futuro de la Agonía del Gran Planeta Tierra”. Era un libro del que nunca había oído hablar. Era un libro que atacaba la profecía bíblica e intentaba refutar los escritos de Hal Lindsey en su libro, “La Agonía del Gran Planeta Tierra”. Debido a que había propuesto ese título exacto para mi presentación, el pastor pensó que iba a presentar el punto de vista de ese libro, por lo que autorizó mi invitación. ¡El Señor realmente obra de maneras extrañas y misteriosas!

La Necesidad de la Palabra de Dios

Esa experiencia conmovedora me enfatizó la importancia de la Palabra de Dios. Me ha impresionado hasta el día de hoy que la primera clave para una vida cristiana triunfante en los tiempos del fin es volver a la Biblia como la fuente de toda autoridad, respetándola como la Palabra de Dios. Es la deriva de la Biblia lo que ha debilitado a la Iglesia y socavado su impacto en la sociedad.

En todo Estados Unidos hoy, y en todo el mundo, hay un “hambre de la Palabra” (Amós 8:11; Jeremías 6:10). La sabiduría del hombre ha reemplazado a la Palabra de Dios en muchos púlpitos. Con demasiada frecuencia, los sermones no son más que cancioncillas inspiradoras y reconfortantes extraídas de fuentes como el Reader's Digest.

Esta falta de respeto por la Palabra de Dios no es sólo un problema limitado a los liberales. Es fácil criticarlos porque su apostasía es tan asquerosa. Pero a menudo, al hacerlo, pasamos por alto el hecho de que aquellos de nosotros que afirmamos estar firmes en la Palabra a menudo somos culpables de ignorarla o manipularla.

Ignorando la Palabra

Con respecto a ignorar la Palabra, las encuestas de opinión pública muestran consistentemente que incluso los evangélicos rara vez leen sus Biblias. Una encuesta de Gallup hace unos años mostró que el hogar evangélico promedio en Estados Unidos tiene cinco Biblias. Sin embargo, también reveló que sólo el 12% de los evangélicos leen la Biblia a diario. Billy Graham respondió a la encuesta observando: “La Biblia es el best seller menos leído de todos los tiempos”.2 El trágico resultado es que, en la mayoría de las iglesias evangélicas de hoy, se puede pedir a la gente que recurra a Ezequías 4:1, ¡y la mayoría se sentiría avergonzada de descubrir que no existe tal libro!

¿Cuántos cristianos conoce que pasan tanto tiempo diariamente leyendo la Biblia como leyendo el periódico o viendo las noticias de la televisión? ¿Y usted?

La ignorancia de la Palabra allana el camino para la herejía y la apostasía, porque las personas no saben cómo usar la Biblia para probar lo que se les enseña. El apóstol Pablo elogió a la gente de la ciudad de Berea por probar todo lo que él enseñó por las Escrituras (Hechos 17:10-11). Cuánto más debemos probar lo que enseñan los que no son apóstoles.

Esto es particularmente cierto hoy, en esta época de super-estrellas cristianas que han sido creadas por los medios de comunicación. Los cristianos a menudo se vuelven seguidores serviles de alguna personalidad de los medios de comunicación, dispuestos a aceptar cualquier cosa que él o ella pueda enseñar, sin importar cuán extravagante pueda ser. La mentalidad se convierte en la de decir: "Tiene que ser verdad porque el Hermano Fulano de Tal lo dijo". Bueno, en las palabras de la canción de Gershwin, "¡No es necesariamente así!"

Manipulación de la Palabra

Otra forma en que las personas abusan de la Biblia es mediante la manipulación. El proceso es uno que me recuerda una historia registrada en Jeremías 36. El rey de Judá, Joacim, escuchó que el profeta Jeremías había escrito un nuevo rollo con palabras del Señor. Envió a buscar el rollo y pidió que se lo leyera. Cada vez que se leía una porción que al rey no le gustaba, tomaba un cuchillo, cortaba el pasaje del rollo y lo arrojaba a una chimenea que ardía junto a él (Jeremías 36:20-26).

El Señor se enfureció con el desprecio que el rey mostró hacia Su Palabra. Le ordenó a Jeremías que reescribiera el rollo, y luego le dijo a Jeremías que hablara algunas palabras proféticas al rey.

En obediencia, Jeremías le dijo al rey que ninguno de sus descendientes se sentaría en el trono de David. También le dijo al rey que su cadáver sería arrojado a pudrirse en el calor del día y las heladas de la noche (Jeremías 36:30).

El mensaje de esta historia es muy claro. Dios toma Su Palabra en serio, y cualquiera es insensato si se mete con ella. Los evangélicos retroceden horrorizados ante tal historia, pero la verdad es que hay personas “creyentes en la Biblia” que están involucradas diariamente en poner un cuchillo a las Escrituras.

Editando la Palabra

Tome mi herencia, por ejemplo. Crecí en las Iglesias de Cristo no instrumentales, un grupo conservador de personas que honran la Biblia. Sin embargo, jugábamos con la Palabra de Dios todo el tiempo.

Le pasamos una hoja de afeitar a Hebreos 6:1-2, donde uno de los fundamentos de la fe se define como "doctrina de bautismos”.3 Cortamos la “s” del final de la palabra, bautismos, porque sólo creíamos en el bautismo en agua. Negábamos el bautismo del Espíritu e ignorábamos el bautismo de fuego.

Usamos esa misma hoja de afeitar para cortar la siguiente frase que se refiere a la “imposición de manos” (Hebreos 6:2). No creíamos en hacer eso porque era algo que hacían los pentecostales. Entonces, lo descartamos como una “práctica del primer siglo” que ya no tenía ninguna relevancia. Al hacerlo, cerramos los ojos a una verdad bíblica fundamental.

Usamos una navaja de bolsillo con Santiago 5:13-15. Éste es el pasaje que dice que una persona que está enferma debe llamar a los ancianos para que la unjan con aceite y que oren por ella. También lo descartamos como del “primer siglo” y argumentamos que ya no era aplicable.

Hicimos lo mismo con 1 Timoteo 2:8, que dice: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda”. La sola idea nos horrorizaba porque, de nuevo, ése era el tipo de cosa emocional que sólo los pentecostales hacían. Es interesante mirar hacia atrás. Nos encantaba 1 Timoteo 2:11: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción”. Pero usamos una navaja de bolsillo con 1 Timoteo 2:8, porque no íbamos a tolerar que nadie levantara la mano.

A veces los pasajes que queríamos descartar eran tan grandes que tuvimos que recurrir a un instrumento de corte más grande. En consecuencia, aplicamos un cuchillo de caza a Apocalipsis 20. Éramos militantemente amilenialistas (lo que significa que no creíamos en un reinado terrenal futuro de Jesús), por lo que simplemente tuvimos que ignorar este pasaje que enseña tan claramente que Jesús va a regresar para reinar por mil años como Rey de reyes.

Se aplicaban tijeras a 1 Corintios 12 y 14. Nos deleitábamos con el gran poema de amor de Pablo en 1 Corintios 13, pero no podíamos tolerar los capítulos a cada lado porque discutían en detalle algo en lo que no creíamos, es decir, los dones espirituales.

Tuvimos que usar unas tijeras dentadas para deshacernos de un pasaje muy grueso que nos volvía locos. Eso era Romanos del 9 al 11. No podíamos soportar estos capítulos porque enseñan que Dios todavía tiene un propósito para el pueblo judío, y que parte de ese propósito es traer un gran remanente a la salvación en su Mesías.

Y, lo crea o no, usamos un hacha con el Antiguo Testamento. Nuestros predicadores argumentaban que había sido “clavado en la cruz” y, por lo tanto, ya no era válido para los cristianos. Algunas de las historias, como Noé y el arca, pueden ser apropiadas para los niños, pero el Nuevo Testamento por sí solo es la única escritura apropiada para cristianos maduros. Éramos un “pueblo del Nuevo Testamento”, y lo tomamos tan literalmente, que muchos de nosotros ni siquiera teníamos una Biblia completa.

Espiritualizando la Palabra

A veces, dejábamos un pasaje en la Biblia, pero lo manipulábamos espiritualizándolo. Particularmente adoptamos ese enfoque con respecto a las profecías sobre la Segunda Venida. Nuestra posición era muy peculiar: “La Biblia significa exactamente lo que dice, a menos que se refiera a la Segunda Venida; entonces nunca significa lo que dice”.

Recuerdo un día que descubrí Zacarías 14:1-9.  Sólo tenía 12 años en ese momento, pero podía entender claramente lo que decía este pasaje y me perturbó profundamente. Nuevamente, nuestra iglesia adoptó la posición de que Jesús nunca volvería a reinar en esta tierra. En consecuencia, había escuchado a nuestro predicador decir muchas veces: “No hay un solo versículo en la Biblia que implique siquiera que Jesús volverá a poner los pies en esta tierra”.

Bueno, Zacarías 14 hace más que implicar. Dice a quemarropa que el Mesías regresará al Monte de los Olivos y que, cuando Sus pies toquen el suelo, el monte se partirá (Zacarías 14:4). Concluye afirmando que ese día el Señor se convertirá en “rey sobre toda la tierra” (Zacarías 14:9).

¿Qué podría ser más claro? Decidí confrontar al pastor de mi iglesia con eso. Lo hice con miedo y temblando. Leyó el pasaje y luego lo volvió a leer varias veces. No creo que lo hubiera visto antes. Mientras continuaba releyéndolo, comencé a preguntarme si alguna vez iba a decir algo. Finalmente, lo hizo.

Me puso el dedo en la cara y dijo: “Hijo, no sé lo que significa este pasaje, pero te garantizo una cosa, ¡no significa lo que dice!”.

Bueno, mi nombre es Reagan, y eso significa que soy irlandés, así que soy obstinado por naturaleza. No estaba dispuesto a aceptar esa respuesta. Además, ese mismo pastor me había enseñado que “la Biblia significa lo que dice”.

A partir de ese momento, cada vez que un predicador venía a la ciudad y proclamaba: “No hay un versículo en la Biblia que siquiera implique...”, lo confrontaba con Zacarías 14. Siempre la respuesta era la misma: “No significa lo que dice”.

Finalmente, cuando tenía unos 19 años, vino un predicador que se había graduado del seminario, algo que era raro en nuestra iglesia en la década de 1950. Cuando hizo la misma afirmación, lo confronté. No dudó ni un momento en darme una respuesta. Conocía el pasaje y estaba listo. “¡Es apocalíptico!”, afirmó con gran autoridad.

No tenía idea de lo que eso significaba. Por lo que sabía, ¡era algún tipo de enfermedad! Pero me sonaba bien. Y, después de todo, él era un graduado de seminario.

Entonces, cuando comencé a predicar, hice lo que la mayoría de los predicadores jóvenes hacen: repetía lo que había escuchado. Declararía con confianza: “No hay un solo versículo en la Biblia que implique siquiera que Jesús volverá a poner los pies en esta tierra”. Cuando una viejecita se acercaba y me desafiaba con Zacarías 14, yo gritaba: “¡Apocalíptico!”. Ella corría hacia la puerta y yo sonreía. Lo trágico es que no tenía la menor idea de lo que estaba hablando.

Entonces, un día, hice algo que nunca había hecho antes: leí todo el libro de Zacarías. Descubrí que está lleno de profecías sobre la Primera Venida. Profetiza que el Mesías vendrá en un burro, será aclamado como rey y será traicionado por un amigo por treinta piezas de plata. También dice que será levantado y traspasado en Sus manos.

Mientras leía estas profecías, una simple verdad repentinamente me llamó la atención. ¡Me di cuenta de que cada una de esas profecías significaba exactamente lo que decían! Ese descubrimiento me llevó inmediatamente a una conclusión que cambió mi vida. Decidí que, si las profecías de la Primera Venida significaban lo que decían, entonces las profecías de la Segunda Venida también deben significar lo que dicen. No hace falta ser un científico espacial para darse cuenta de esto.

Ese día decidí dejar de jugar con la Palabra de Dios. Decidí aceptar su significado de sentido llano independientemente de si el significado se alineaba o no con todas mis doctrinas tradicionales. Ése fue el día en que la Biblia comenzó a cobrar vida para mí. Desde entonces he seguido lo que llamo la “regla de oro” de la interpretación bíblica: “Si el sentido llano tiene sentido, no busques ningún otro sentido, para que no termines con un sinsentido”.

Lea la parte 2 aquí

Traducido por Donald Dolmus
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