Lectura bíblica: «Y los otros hombres
que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras
de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de
plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni
andar» (Apocalipsis
9:20).
El
párrafo final del capítulo 9 constituye un resumen triste y elocuente de lo que
ha sido la vida del hombre en la tierra. Desde los días de Noé hasta nuestra
generación, la mayoría de los seres humanos han vivido de espaldas a Dios. Esa
indiferencia espiritual se agudizará en los postreros días hasta el punto de
que, a pesar de los sufrimientos y la muerte causada por ejércitos infernales,
los hombres se negarán obstinadamente a someterse a Dios y acogerse a su gracia
salvadora. «Sería de esperar que en medio de todo este sufrimiento los hombres
acudieran a Dios y clamaran pidiendo misericordia». Pero el hombre prefiere
morir en sus pecados y no pedir perdón a Dios por ellos.
El
apóstol Juan es concreto cuando dice: «Y los otros hombres que no fueron muertos
con estas plagas», literalmente, «y el resto de los hombres, los que no fueron
muertos por estas plagas». Es decir, los sobrevivientes de las plagas de fuego,
humo y azufre mencionados en los versículos 17 y 18. También los que no
murieron como resultado de la aflicción producida por las colas semejantes a
serpientes de los caballos infernales.
La
actitud de los sobrevivientes se expresa así: «ni aun así se arrepintieron de
las obras de sus manos», es decir, permanecieron endurecidos y desafiantes
respecto a Dios.
Robert L.
Thomas comenta lo siguiente:
De manera
absoluta se negaron a cambiar su conducta, su credo o sus actitudes hacia Dios,
que al parecer era lo menos que podían hacer a la luz de lo que el mundo ha
acabado de experimentar.
Los
sobrevivientes de las plagas producidas como resultado del toque de la sexta
trompeta no mostraron la más leve inclinación de cambiar de manera de pensar y
de actitud, sino que siguieron haciendo lo que habían practicado durante toda
su vida. La expresión «las obras de sus manos» significa idolatría, algo
absolutamente abominable delante de Dios.
En lugar de arrepentirse, los sobrevivientes «ni dejaron de adorar a los demonios,
y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales
no pueden ver, ni oír, ni andar». El resto de la humanidad se rinde en adoración de los mismos seres
diabólicos que causan su muerte y su ruina total. Satanás y sus demonios son
los promotores de la idolatría en el mundo (1 Corintios 10:19-20). De modo que
adorar ídolos equivale a adorar al mismo Satanás.
Las imágenes que los hombres adoran están hechas de materiales
diversos. Tal vez haya aquí una sugerencia de que la idolatría está esparcida
entre seres humanos de todos los niveles sociales, y no sólo entre los pobres e
ignorantes.
Lo que sí es común a todos los ídolos es su absoluta incapacidad para
actuar. No son capaces de ver, ni oír, ni andar. Lo completamente sorprendente
es que los hombres abandonen al Dios vivo y verdadero y opten por servir,
seguir y adorar a objetos inanimados.
Dr. Evis Carballosa, Apocalipsis: La consumación del plan eterno de
Dios; págs. 184-185.