miércoles, 3 de mayo de 2017

Libro: Confiando en Dios - Capítulo 4

Acudiendo a Dios

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El punto es que, mientras estaba allí ese día a mediados de los años 70, frente a la escalofriante realidad de un negocio fallido y una deuda de $100,000, no tenía poder espiritual alguno que me ayudara a hacer frente a la crisis.

Permítame retractarme. Sí tenía el poder, ya que había recibido a Jesús como mi Salvador muchos años antes, y ese día había recibido el poder interior del Espíritu Santo. Pero yo no lo sabía. Nunca me había enchufado a la corriente. Nunca había liberado el poder del Espíritu en mi vida. En cambio, había sofocado y apagado el Espíritu.

Pensaba que el Espíritu era un libro. No me daba cuenta que el Espíritu es una personalidad, que el Espíritu es la presencia sobrenatural de Dios en el mundo hoy, y que Él habita dentro de los creyentes. Podía recitar los cinco pasos de lo que nuestra iglesia llamaba “El Plan de Salvación”. También podía recitar lo que llamábamos “Los Cincos Actos de la Adoración”. Podía darle capítulo y versículo para justificar varias docenas de nuestras doctrinas preferidas. Pero no tenía poder alguno para lidiar con un fracaso empresarial y una deuda de $100,000.

Revolcándome en Autocompasión

Así que hice lo único que sabía hacer — me regodeé en autocompasión —. Y cuando lo hice, me hundí más profundo en el foso de la depresión.

Finalmente me sentí tan desalentado, que decidí suicidarme. Sentí que no podía enfrentar la desgracia y el dolor de tal fracaso. Además, estaba enojado con Dios. ¿Cómo pudo defraudarme tan miserablemente cuando había, por fin, dignado a encontrarlo a medio camino? En mi emocionalmente  razonamiento pervertido, decidí que, al quitarme la vida, ¡le enseñaría una lección a Dios! Sé que eso suena raro, pero cuando estás profundamente deprimido, no piensas muy claramente. 

Durante varios días planeé mi desaparición. Justo cuando tenía todo planeado cuidadosamente, de repente tuve un extraño pensamiento: ¿”Por qué no probar a Dios?”. Ése era un pensamiento extraño para mí porque no creía en un Dios personal o poderoso. Mirando hacia atrás hoy, sólo puedo concluir que el pensamiento debió haber venido de la agitación del Espíritu dentro de mí. Yo había apagado el Espíritu, pero Él todavía estaba ahí y, como Gasparín, estaba intentando ministrarme en mi momento de necesidad.

Traté de suprimir el pensamiento, pero no se iba. Una y otra vez venía a mí: “¿Por qué no probar a Dios”.

Pidiendo Ayuda

Finalmente decidí seguir el impulse. Tomé el teléfono y llamé a varios amigos. Les pedí que vinieran a mi casa. Cuando llegaron, les expliqué mi aprieto y les pedí que oraran por mí. Uno por uno oraron. Sus oraciones eran sin vida e incrédulas. Ellos, al igual que yo, no creían en un Dios personal y poderoso.

Mientras oraban con monotonía, me puse agitado. “Esto no servirá”, interrumpí. “Ninguno de ustedes está orando con propósito. No entienden. ¡Necesito un milagro! Probemos de nuevo y, esta vez, ¡oren con algo de fe! Apenas podía creer que esas palabras salieron de mi boca. Pero sí lo hicieron. Mis amigos comenzaron a orar de nuevo, esta vez con cierto fervor. 

Dios hizo el milagro a la mañana siguiente, y transformó mi vida. Usted podría empezar a conjeturar ahora mismo y conjeturar hasta que el Señor regrese, y nunca imaginaría la forma en la que Dios respondió a nuestras oraciones. 

Siendo Formado por Dios

Verá, cuando Dios responde a un clamor de ayuda, lo hace de una manera que siempre está diseñada para ministrar primero al hombre interior, a la naturaleza espiritual. No es que Él no se preocupe por el hombre físico, y el dolor físico y emocional; es sólo que Sus prioridades son diferentes a las nuestras. Queremos ser ministrados de afuera hacia adentro. Él nos ministra de adentro hacia afuera, debido a que éste es la única clase de ministerio que tiene efectos duraderos. 

Si usted fuera a adivinar cómo el Señor respondió a nuestras oraciones, lo más probable es que supondría que algún hombre entró a mi tienda la mañana siguiente y ofreció comprar el negocio por $100,000. Eso hubiera sido realmente excepcional, pero no hubiera tenido un efecto transformador sobre mí. Probablemente lo habría considerado como una “coincidencia”, en lugar de reconocerlo como una respuesta a la oración. Muy probablemente, hubiera suspirado con alivio y seguido en mi camino de tratar de encontrar a Dios a medias. 

Dios respondió mi oración milagrosamente, pero lo hizo de una manera diseñada para llamar mi atención, para convencerme de que Él es verdaderamente un Dios personal y poderoso que está en el trono, escucha oraciones, y todavía realiza milagros. También usó un método que estaba diseñado a transformarme más a la imagen de Su Hijo. 

Lea también:
»» Capítulo 3
Traducido por Donald Dolmus

Estimado lector: Sus contribuciones voluntarias serán de gran ayuda para que este libro sea traducido en su totalidad al español. Si siente de parte de Dios apoyar este proyecto, escríbame a mi correo electrónico, para indicarle cómo podrá hacerlo.

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La doctrina de la seguridad eterna, o SE (OSAS –Una vez salvos siempre salvos, por sus siglas en inglés) es uno de los tópicos más ardientemente debatidos en todo el cristianismo. ¿La muerte del Señor realmente pagó por todos los pecados de nuestra vida, y por lo tanto les garantiza un lugar en el Cielo a todas las personas creyentes nacidas de nuevo?

O, ¿somos nosotros responsables por los pecados que cometemos después de haber nacido de nuevo, corriendo el riesgo de que nuestro comportamiento después de ser salvos pueda hacer que Dios rescinda Su promesa de salvarnos?

Y, si Dios no rescinde Su promesa, ¿podemos nosotros alejarnos de nuestra relación con Él y efectivamente renunciar a nuestra salvación?

Usted encontrará las respuestas a estas y otras preguntas en este libro, así como las respuestas bíblicas a algunas de las preguntas más frecuentes acerca de la Seguridad Eterna.

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martes, 2 de mayo de 2017

Video: El Nacimiento de Israel (subtitulado)



Dr. David Reagan: El mayor milagro del Siglo XX fue uno que claramente señaló que estamos viviendo en la época del regreso del Señor, cuando Él reinará sobre este mundo durante mil años desde el Monte Sión en Jerusalén. ¿Cuál fue ese gran milagro? Quédese en sintonía.

Libro: Confiando en Dios - Capítulo 3

Limitando a Dios

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Necesitaba desesperadamente a Dios. Pero no sabía cómo llegar a Él.

Había crecido en una iglesia legalista y sectaria. Creíamos que éramos los únicos que teníamos la verdad. Creíamos que el resto del así llamado “mundo cristiano” estaba terriblemente engañado. Los condenábamos al infierno y creíamos que se lo merecían porque, después de todo, ¡no estaban de acuerdo con nosotros!

Creíamos que la Biblia era la Palabra de Dios, pero no creíamos en el Dios que estaba revelado en la Biblia. Nuestro Dios era el Dios de la Nostalgia. Él era el “Gran Anciano en el Cielo”. Él era un Dios que una vez realizó hechos poderosos en los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamentos — pero que se quedó sin gasolina al final del Siglo I . Él ya se había jubilado. La era de los milagros había cesado. 

Poniendo a Dios en una Caja

Si quería experimentar a Dios, tenía que ir a ver una película como Los Diez Mandamientos, en Technicolor y Panavision, con un elenco de miles. Me sentaría ahí en asombro, mientras presenciaba a Cecil B. DeMille recrear los milagros de Dios dividiendo el Mar Rojo, guiando a los hijos de Israel con una nube y alimentándolos con maná. Conduciría a casa con escalofríos, anhelando un Dios así hoy — un Dios de poder que estaba preocupado por mí y mis problemas —.

Pero no creía en tal Dios. Mi Dios era un Dios impersonal que tenía cosas más importantes de qué preocuparse que de mis problemas. Además, incluso si estuviera preocupado, Él no podría hacer nada, porque ya no intervenía en los asuntos humanos — excepto, por supuesto, ¡molestarme para que predicara! —. 

Mi iglesia había rechazado más que el poder de Dios. Habíamos dejado de lado todo el ámbito de lo sobrenatural. No creíamos en demonios o ángeles. ¡Ellos también se habían retirado al final del Primer Siglo!

No sabíamos nada acerca de la guerra espiritual. Pensábamos que nuestra lucha era con carne y sangre. No sabíamos nada acerca del poder de la Palabra, el poder de la oración o el poder del nombre de Jesús. 

Toda nuestra fe era en tiempo pasado — dirigida a la Cruz —. Nuestra fe no se relacionaba con el presente o el futuro. Con respecto al presente, nuestra actitud era que Dios nos había dado un libro de reglas y la mente. Teníamos que seguir las reglas y usar nuestras mentes para lidiar racionalmente con los problemas de la vida.

Nuestra fe no se relacionaba con el futuro debido a que ignorábamos la Palabra Profética de Dios. También, estábamos atrapados en una salvación por obras y, por lo tanto, estábamos todos inseguros acerca de nuestro destino eterno. El futuro era desconocido. Tratábamos de no pensar en ello. 

Viviendo en un Vacío Espiritual

Nuestra fe estaba realmente en nuestra iglesia. Confiábamos en la iglesia porque se nos dijo que nuestra iglesia tenía la razón en todo. Nos enorgullecíamos de nuestra iglesia. Nos alegrábamos en derribar otras iglesias. 

Éramos polemistas. Nos gustaba demostrar que las otras personas estaban equivocadas. A los 15 años, tenía páginas en la parte de atrás de mi Biblia, que estaban designadas para cada grupo denominacional importante. Teníamos un celo de demostrar que teníamos la razón en todo. 

Esto era antes de los días de la radio y la televisión cristianos, y de las librerías cristianas. Nuestros ministros podían mantenernos aislados del resto del mundo. Hablábamos sólo entre nosotros mismos.

Clasificando al Espíritu Santo

Otro aspecto de nuestro rechazo de lo sobrenatural era nuestro tratamiento del Espíritu Santo. Principalmente ignorábamos al Espíritu. Nuestros predicadores sentían que cualquier énfasis en el Espíritu conduciría a un “peligroso emocionalismo”. El Espíritu Santo era el gran tema tabú de nuestra comunidad. 

Esto me causó algunos problemas serios cuando era niño. La única versión de la Biblia que usábamos era la King James. Ésta usaba el término “Holy Ghost” (que traducido al español sería Fantasma Santo). Esto era confuso para mí. Sentía como si el Fantasma Santo se suponía que era algo bueno, pero todos los fantasmas de los que había oído hablar, habían sido malos. Yo iba a los campamentos de los Boy Scouts, y nos sentábamos alrededor de la fogata en la noche y contaríamos historias de fantasmas. Éramos buenos en eso porque, ¡todos acabaríamos durmiendo en la misma tienda!

Me preguntaba cómo un fantasma podía ser bueno. Un sábado por la mañana, cuando tenía unos 12 años encontré la respuesta. Me subí a un autobús en Waco, Texas, donde crecí y me fui al centro al Teatro Strand, donde pagué nueve centavos para ver una doble matiné de vaqueros. Entre las películas metieron una serie y una caricatura.

Mientras miraba la caricatura esa mañana, mi teología del Espíritu (Fantasma) Santo se cristalizó repentinamente. La caricatura era, “Gasparín, el Fantasma Amistoso”. Se me ocurrió que el (Espíritu) Fantasma Santo era como Gasparín — siempre ahí para ayudarte, para levantarte, para sacudirte el polvo, para animarte, y para ayudarte a ganar tus batallas —.

Nunca tuve más problemas con el Espíritu (Fantasma) Santo hasta que tuve 16 años. A esa edad, todos los chicos de mi iglesia pasaban por un rito de iniciación llamado “Clase de Capacitación Bíblica para Jóvenes”. Se nos enseñaba cómo orar, enseñar, servir la comunión y demostrar que un metodista iba al infierno.

Causé un gran revuelo la noche que estudiamos al Espíritu Santo. El maestro comenzó preguntando, “¿Quién puede identificar al Espíritu Santo?”.

Aproveché la oportunidad. “El Espíritu  Santo”, espeté, “¡es como Gasparín, el Fantasma Amistoso!”.

Casi recibí el pie izquierdo del compañerismo esa noche. El maestro me puso a mecate corto. Me dijo en términos inequívocos que Gasparín no tenía nada que ver con el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo”, explicó, “es la Biblia”. 

Así es. Se nos enseñaba que el Espíritu Santo es un objeto inanimado — un libro —. Si queríamos obtener el Espíritu, tendríamos que memorizar el libro. Cuanto más versos nos comprometiéramos a memorizar, cuanto más del Espíritu recibiríamos. 

Lea también:
»» Capítulo 2

Traducido por Donald Dolmus

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Lamplighter Magazine - May/June 2017

Francis Schaeffer: An End Time Prophet to America

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Topics included in this issue:

»» The Hyper-Grace Cotton Candy
»» Is Jesus the Only Way?
»» "Operation Moked"
»» Why The Shack Must be Rejected
»» Bill Salus: A True Eschatologist

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