Dr. David Reagan: El mayor milagro del Siglo XX fue uno que claramente señaló que estamos viviendo en la época del regreso del Señor, cuando Él reinará sobre este mundo durante mil años desde el Monte Sión en Jerusalén. ¿Cuál fue ese gran milagro? Quédese en sintonía.
martes, 2 de mayo de 2017
Libro: Confiando en Dios - Capítulo 3
Limitando a Dios
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Había crecido en una iglesia legalista y sectaria. Creíamos que éramos los únicos que teníamos la verdad. Creíamos que el resto del así llamado “mundo cristiano” estaba terriblemente engañado. Los condenábamos al infierno y creíamos que se lo merecían porque, después de todo, ¡no estaban de acuerdo con nosotros!
Creíamos que la Biblia era la Palabra de Dios, pero no creíamos en el Dios que estaba revelado en la Biblia. Nuestro Dios era el Dios de la Nostalgia. Él era el “Gran Anciano en el Cielo”. Él era un Dios que una vez realizó hechos poderosos en los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamentos — pero que se quedó sin gasolina al final del Siglo I —. Él ya se había jubilado. La era de los milagros había cesado.
Poniendo a Dios en una Caja
Si quería experimentar a Dios, tenía que ir a ver una película como Los Diez Mandamientos, en Technicolor y Panavision, con un elenco de miles. Me sentaría ahí en asombro, mientras presenciaba a Cecil B. DeMille recrear los milagros de Dios dividiendo el Mar Rojo, guiando a los hijos de Israel con una nube y alimentándolos con maná. Conduciría a casa con escalofríos, anhelando un Dios así hoy — un Dios de poder que estaba preocupado por mí y mis problemas —.
Pero no creía en tal Dios. Mi Dios era un Dios impersonal que tenía cosas más importantes de qué preocuparse que de mis problemas. Además, incluso si estuviera preocupado, Él no podría hacer nada, porque ya no intervenía en los asuntos humanos — excepto, por supuesto, ¡molestarme para que predicara! —.
Mi iglesia había rechazado más que el poder de Dios. Habíamos dejado de lado todo el ámbito de lo sobrenatural. No creíamos en demonios o ángeles. ¡Ellos también se habían retirado al final del Primer Siglo!
No sabíamos nada acerca de la guerra espiritual. Pensábamos que nuestra lucha era con carne y sangre. No sabíamos nada acerca del poder de la Palabra, el poder de la oración o el poder del nombre de Jesús.
Toda nuestra fe era en tiempo pasado — dirigida a la Cruz —. Nuestra fe no se relacionaba con el presente o el futuro. Con respecto al presente, nuestra actitud era que Dios nos había dado un libro de reglas y la mente. Teníamos que seguir las reglas y usar nuestras mentes para lidiar racionalmente con los problemas de la vida.
Nuestra fe no se relacionaba con el futuro debido a que ignorábamos la Palabra Profética de Dios. También, estábamos atrapados en una salvación por obras y, por lo tanto, estábamos todos inseguros acerca de nuestro destino eterno. El futuro era desconocido. Tratábamos de no pensar en ello.
Viviendo en un Vacío Espiritual
Nuestra fe estaba realmente en nuestra iglesia. Confiábamos en la iglesia porque se nos dijo que nuestra iglesia tenía la razón en todo. Nos enorgullecíamos de nuestra iglesia. Nos alegrábamos en derribar otras iglesias.
Éramos polemistas. Nos gustaba demostrar que las otras personas estaban equivocadas. A los 15 años, tenía páginas en la parte de atrás de mi Biblia, que estaban designadas para cada grupo denominacional importante. Teníamos un celo de demostrar que teníamos la razón en todo.
Esto era antes de los días de la radio y la televisión cristianos, y de las librerías cristianas. Nuestros ministros podían mantenernos aislados del resto del mundo. Hablábamos sólo entre nosotros mismos.
Clasificando al Espíritu Santo
Otro aspecto de nuestro rechazo de lo sobrenatural era nuestro tratamiento del Espíritu Santo. Principalmente ignorábamos al Espíritu. Nuestros predicadores sentían que cualquier énfasis en el Espíritu conduciría a un “peligroso emocionalismo”. El Espíritu Santo era el gran tema tabú de nuestra comunidad.
Esto me causó algunos problemas serios cuando era niño. La única versión de la Biblia que usábamos era la King James. Ésta usaba el término “Holy Ghost” (que traducido al español sería Fantasma Santo). Esto era confuso para mí. Sentía como si el Fantasma Santo se suponía que era algo bueno, pero todos los fantasmas de los que había oído hablar, habían sido malos. Yo iba a los campamentos de los Boy Scouts, y nos sentábamos alrededor de la fogata en la noche y contaríamos historias de fantasmas. Éramos buenos en eso porque, ¡todos acabaríamos durmiendo en la misma tienda!
Me preguntaba cómo un fantasma podía ser bueno. Un sábado por la mañana, cuando tenía unos 12 años encontré la respuesta. Me subí a un autobús en Waco, Texas, donde crecí y me fui al centro al Teatro Strand, donde pagué nueve centavos para ver una doble matiné de vaqueros. Entre las películas metieron una serie y una caricatura.
Mientras miraba la caricatura esa mañana, mi teología del Espíritu (Fantasma) Santo se cristalizó repentinamente. La caricatura era, “Gasparín, el Fantasma Amistoso”. Se me ocurrió que el (Espíritu) Fantasma Santo era como Gasparín — siempre ahí para ayudarte, para levantarte, para sacudirte el polvo, para animarte, y para ayudarte a ganar tus batallas —.
Nunca tuve más problemas con el Espíritu (Fantasma) Santo hasta que tuve 16 años. A esa edad, todos los chicos de mi iglesia pasaban por un rito de iniciación llamado “Clase de Capacitación Bíblica para Jóvenes”. Se nos enseñaba cómo orar, enseñar, servir la comunión y demostrar que un metodista iba al infierno.
Causé un gran revuelo la noche que estudiamos al Espíritu Santo. El maestro comenzó preguntando, “¿Quién puede identificar al Espíritu Santo?”.
Aproveché la oportunidad. “El Espíritu Santo”, espeté, “¡es como Gasparín, el Fantasma Amistoso!”.
Casi recibí el pie izquierdo del compañerismo esa noche. El maestro me puso a mecate corto. Me dijo en términos inequívocos que Gasparín no tenía nada que ver con el Espíritu Santo. “El Espíritu Santo”, explicó, “es la Biblia”.
Así es. Se nos enseñaba que el Espíritu Santo es un objeto inanimado — un libro —. Si queríamos obtener el Espíritu, tendríamos que memorizar el libro. Cuanto más versos nos comprometiéramos a memorizar, cuanto más del Espíritu recibiríamos.
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Traducido por Donald Dolmus
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Lamplighter Magazine - May/June 2017
Francis Schaeffer: An End Time Prophet to America
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»» The Hyper-Grace Cotton Candy
»» Is Jesus the Only Way?
»» "Operation Moked"
»» Why The Shack Must be Rejected
»» Bill Salus: A True Eschatologist
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Libro: Confiando en Dios - Capítulo 2
Encontrando a Dios a Medias
Mi papá no estaba muy entusiasmado con el tipo de negocio que yo tenía en mente. Él habría preferido algo más práctico, como una distribuidora de suministros de plomería.
Pero me animó a dar el paso. Mi hermano menor ya era un exitoso empresario. ¡Papá sintió que por fin podría haber alguna esperanza para mí!
Esperando Agradar a Dios
Me preocupaba más la reacción de mi Padre Celestial, porque lo que yo quería más que nada en el mundo era paz interior. Sabía que ella sólo podía provenir de Dios.
No sabía nada en esos días acerca de cómo buscar la voluntad de Dios. Sólo sabía que Dios me había llamado a ser un ministro, e imaginé que Él saltaría de alegría cuando finalmente dejé de huir de Él y di un paso en Su dirección, al iniciar un negocio relacionado con la iglesia.
Estaba equivocado. Iba a descubrir de la manera difícil que Dios no está interesado en que lo encontremos a medio camino. Él ha ido más que a la mitad del camino al enviar a Su Hijo a morir por nuestros pecados. Él espera que nos entreguemos plenamente, no parcialmente, a Su voluntad. Pero no lo entendía entonces.
Salté al proyecto con gran entusiasmo. Creí que éste tenía que tener éxito, debido que tenía la bendición de mi padre físico y de mi padre espiritual.
Dando el Paso Decisivo
Pasé un año y medio preparando el negocio. Tuve que encontrar un lugar, comprar un edificio, asegurar los accesorios, revisar las revistas comerciales y ordenar el inventario. Iba a ser la tienda cristiana más grande de Dallas — mucho más que una simple librería —. Íbamos a ofrecer música cristiana, currículos de escuela bíblica, arte religiosa, suministros para la iglesia, batas para coros, baptisterios de fibra de vidrio — lo que se le ocurra —.
Durante el año y medio que tomó iniciar el negocio, no tuve ingresos. Mi esposa y yo vendimos todos los activos que teníamos, incluyendo nuestra casa, para generar el dinero necesario para un negocio tan grandioso. No lo que no podíamos pagar, lo obteníamos a través de préstamos otorgados por el historial crediticio de mi papá. Nunca se me ocurrió empezar con algo pequeño y que luego creciera. No, mi tienda tenía que ser la más grande y la mejor.
La llamé Casa de Renovación. El nombre demostró ser profético, ya que Dios la usó para renovarme.
Operé la tienda durante un año y medio. Nuestro volumen de negocio crecía constantemente cada mes, pero nunca lo suficientemente rápido. Había demasiados gastos generales y demasiado interés de los préstamos. Finalmente, llegó el día en que ya no me quedaba efectivo. Llamé al banco para conseguir más. La respuesta fue “¡No!”.
Experimentando el Fracaso
Nunca olvidaré ese día. Tres años de mi vida — cada momento de ella — habían ido a este proyecto. Ahora me enfrentaba a la bancarrota. El fracaso de nuevo.
Era más de lo que podía soportar. Me enfermé físicamente. Descendí a un pozo de depresión.
Unos días más tarde tuve que poner el letrero de “CERRADO” en la puerta principal. Fue un momento difícil. Miré por la ventana el bar homosexual que estaba ubicado justo al otro lado de la calle de mi tienda. La capacidad del lugar se llenaba todas las noches. Estaban nadando en dinero. Yo quería gritar, “¿Por qué a mí, Dios? ¿Por qué no a esa guarida de iniquidad?”.
Justo en ese momento, el dueño del bar llegó en su Jaguar de cuatro puertas y se estacionó en frente. Usaba un traje costoso. Se detuvo a su coche por un momento, y encendió un cigarro. Era como si satanás estuviera burlándose de mí, diciendo, “¡Mira cómo recompenso a aquellos que me sirven!”.
La angustia emocional se intensificó más tarde ese día, cuando llamé al banco para obtener el total de cuánto debía. La respuesta me aturdió: “El saldo de su préstamo es de $100,000”. ¡Cien mil dólares! Ni siquiera podía imaginar tanto dinero. ¿Dónde lo conseguiría? ¿Cómo podría evitar la bancarrota y la humillación total?
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Traducido por Donald Dolmus
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sábado, 29 de abril de 2017
Libro: Confiando en Dios - Parte I: La Misión
Parte I
La Misión
“Heme aquí, Señor — ¡Envía a alguien más!” —.
Evadiendo a Dios
Pasé 20 años huyendo tan duro como pude de Dios. Todo comenzó en 1959, cuando me gradué de la Universidad de Texas.
Había cursado la universidad en tres años, y estaba exhausto. Decidí faltar a clases por un año y trabajar para mi papá. Tenía la intención de usar el tiempo para descansar y decidir si iría a la escuela de derecho o a la escuela de posgrado.
Unos días después de que me mudé de regreso a casa, a través de una extraña serie de circunstancias, me encontré sirviendo como el pastor de una pequeña iglesia rural en Groesbeck, Texas. Supe, entonces, que Dios me estaba llamando a ser un ministro.
Pero yo no quería ser un ministro. Yo quería ser un político. Soñaba con ser gobernador o servir en el Congreso. Así que rechacé el llamado del Señor, y lo racionalicé diciendo, “Seré un político para Jesús”. En realidad, yo quería ser una gran cosa para Dave Reagan.
Empujando al Señor a un Lado
Serví a la pequeña iglesia rural durante un año y luego fui a una escuela de posgrado de Boston para estudiar política internacional. La escuela se llamaba The Fletcher School of Law and Diplomacy (Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia). Era propiedad y era operada conjuntamente por las Universidades Tufts y Harvard.
Hasta ese momento en mi vida había sido muy bendecido. Había nacido en una familia cristiana, criado en la iglesia, recibí una educación sobresaliente, y me había enamorado de una bella joven cristiana con la que me había casado.
Pero, cuando me fui a Fletcher, comencé a huir del Señor, y mi suerte comenzó a cambiar. No pude obtener mi maestría a tiempo porque no pude pasar el examen de idioma extranjero. Nunca había experimentado dificultades académicas de algún tipo antes en mi vida, y este fracaso fue una píldora amarga. Pero fui obstinado, y persistí.
Me convertí en uno de los primeros de mi clase en obtener un doctorado. Pero no hallé satisfacción en este logro. De hecho, odié cada momento. Escribir la disertación fue un puro trabajo fastidioso para mí, hasta tal punto que sólo lo he mirado un par de veces desde el día en que lo terminé. Fue simplemente un paso necesario para obtener una tarjeta sindical para enseñar a nivel universitario — un título de doctor —.
En Búsqueda de Propósito
Anhelaba enseñar con gran entusiasmo, creyendo que esto llenaría el vacío que sentía tan fuertemente en mi alma. Pero no lo hizo. Cambié a una carrera en administración académica. Pensé que la vida tendría un nuevo significado si tan sólo pudiera escapar del confinamiento del salón de clases. No lo hizo.
Finalmente, en 1972, decidí dejar la vida académica atrás y buscar el cumplimiento de los sueños de mi infancia. Entré a la política. Me presenté para postularme al Congreso y, de nuevo, a través de una extraña serie de circunstancias, ¡terminé como candidato de la nominación Republicana para gobernador de Texas! Sólo tenía 34 años. Fue una experiencia embriagadora.
También fue una experiencia terriblemente decepcionante. Siempre había estado políticamente motivado por consideraciones altruistas. Soñaba con un gobierno honesto que serviría a las necesidades de la gente. Descubrí que la mayoría de las personas involucradas en la política son impulsadas por motivos egoístas. Tenía mi cabeza en las nubes. Yo hablaba de metas idealistas como revisar la anticuada constitución de Texas. Descubrí que la gente estaba más preocupada por cuestiones de dólares y centavos.
Una vez más, probé la amargura del fracaso. Quedé en tercer lugar de siete participantes. Me enojé contra Dios en mi corazón. “¿Cómo pudo decepcionarme cuando quería hacer tanto bien en Su nombre”?
Sintiéndome Vacío
Durante los próximos años me concentré en pagar mis deudas de campaña. Regresé a la educación superior y serví como presidente de una facultad, decano de otra y vicepresidente de una tercera. Me mudé casi anualmente, dando poca consideración al efecto de una vida tan nómada sobre mi esposa y mis dos hijas. Todo lo que importaba era mi carrera.
Logré mucho en términos mundanos. Tuve posiciones de prestigio. Gané mucho dinero. Pero no había satisfacción. Me seguí sintiendo vacío por dentro.
Moviéndome en una Nueva Dirección
Entonces un día tuve una idea brillante. Decidí entrar en los negocios. Mi papá era un hombre de negocios muy exitoso, y me había instado durante años a salir de la torre de marfil y a vivir en el “mundo real”, al iniciar un negocio.
De repente se me ocurrió que podría matar dos pájaros con un solo tiro. Podría quitarme a mi padre terrenal de encima al entrar a los negocios. Al mismo tiempo, podría quitarme a mi Padre Celestial de encima al establecer un negocio relacionado con la iglesia. Anuncié que iba a abrir una librería y centro de suministro cristianos. ¡Pensé que era un momento de genialidad puro!
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Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe
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