Lo que nuestra nación necesita desesperadamente no es a Hillary Clinton ni a Donald Trump. Sin importar cuál gane la presidencia, Estados Unidos perderá.
Lo que nuestra nación necesita sobre todo es renovación espiritual, y eso sólo puede venir por medio del arrepentimiento.
Pecados Nacionales
Necesitamos caer de rodillas ante Dios y arrepentirnos de los siguientes hechos:
- Hemos asesinado a millones de bebés en el nombre de la “libertad de elección para las mujeres”.
- Consumimos más drogas ilegales que el resto del mundo combinado.
- Tenemos una de las tasas de divorcio más altas del mundo.
- Hemos legalizado la perversión sexual y el matrimonio entre personas del mismo sexo.
- Gastamos más de $129 mil millones por año en juegos de azar.
- Alojamos el 60% de todos los sitios porno de Internet en el mundo.
- Hemos sobrecargado a las generaciones futuras con trillones de dólares de deuda.
- Somos el contaminador moral de la tierra, a través de nuestros programas de televisión y películas inmorales, violentos y blasfemos.
El Llamado al Arrepentimiento
Dios no puede bendecir a una nación con estos pecados en sus manos, sin importar quién sea su líder. Debe haber arrepentimiento. La Biblia deja claro que nada toca el corazón de Dios como el arrepentimiento — excepto la fe (Hechos 20:20-21):
“…Y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros [Pablo], públicamente y por las casas, testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo”.
Un Ejemplo Bíblico
Un buen ejemplo del poder del arrepentimiento es la ciudad de Nínive, que era la capital del antiguo imperio bárbaro de Asiria. Dios llamó al profeta Jonás para predicarle a la gente de esta ciudad, para advertirles de su inminente perdición.
Para sorpresa de Jonás, el rey respondió en arrepentimiento. Se quitó las vestiduras reales y se cubrió con cilicio y ceniza. Luego emitió una proclamación a sus súbditos, con la que los llamaba a arrepentirse (Jonás 3:7-9):
“E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?”.
El corazón de Dios fue tocado por la acción del rey y la respuesta del pueblo a su llamado al arrepentimiento, y el Señor decidió perdonar a la ciudad y al imperio.
Pero, 150 años después, Dios llamó a un segundo profeta llamado Nahúm, para que regresara a Nínive y les advirtiera una vez más de su inminente perdición. Nahúm valientemente proclamó (Nahúm 1:2-3):
“Jehová es Dios celoso y vengador; Jehová es vengador y lleno de indignación; se venga de sus adversarios, y guarda enojo para sus enemigos. Jehová es tardo para la ira y grande en poder, y no tendrá por inocente al culpable”.
Nahúm declaró, además, que los pecados de la nación se habían vuelto tan terribles y tan arraigados que “tu herida es incurable” (Nahúm 3:19). Ésta fue una declaración amenazadora. Lo mismo fue dicho de la nación de Judá en sus días finales. Tanto Jeremías como Miqueas proclamaron que los pecados de Judá habían llegado al punto en el que la “herida es incurable” (Jeremías 10:19, 30:12 y Miqueas 1:9).
Nínive se negó a responder al mensaje de Nahúm con arrepentimiento, y Dios destruyó la ciudad y el imperio asirio. De igual manera, cuando el pueblo de Judá se obstinó contra Dios y se negó a arrepentirse, en respuesta a las súplicas de sus profetas y de los juicios correctivos que siguieron, Dios derramó Su ira, y permitió que los romanos destruyeran Jerusalén, el templo y la nación.
Algunos de los versos más tristes en la Biblia hablan de la destrucción reacia de Dios de la nación que tanto amaba, y que había bendecido tan abundantemente (2 Crónicas 36:15-16):
“Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio”.
La cruda realidad es que hay un punto de no retorno en la rebelión de una nación contra Dios.
Y así, en los días finales de Judá, Dios le dijo a Jeremías que ni siquiera orara por su nación (Jeremías 7:16, y 14:11). De igual manera, Dios le dijo a Ezequiel que incluso si los hombres más justos que alguna vez habían vivido — Noé, Daniel y Job — fueran a intervenir por Judá en ese momento, sus oraciones sólo los salvarían a sí mismos y a sus familias, pero no a la nación (Ezequiel 14:12-16).
En el segundo segmento de nuestra mirada a lo que Estados Unidos necesita desesperadamente, cubriremos el poder del arrepentimiento visto en la historia de nuestra nación.
Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)
Para conocer más acerca de este tema: Estados Unidos en la Profecía Bíblica
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