Nubes oscuras se han asentado sobre nuestra nación, mientras nos hemos
arraigado en nuestra rebelión contra Dios. Como señalo en el artículo principal
de esta edición, la legalización de la abominación del matrimonio entre
personas del mismo sexo de nuestra Corte Suprema ha sellado nuestra perdición,
y ahora somos una nación muerta en vida.
Dios odia la rebelión, y la castiga severamente. Cuando el rey Saúl
trató de justificar su violación de los mandamientos de Dios, Samuel respondió
con una fuerte reprimenda (1 Samuel 15:22-23):
Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los
holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?
Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que
la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y
como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de
Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey.
Cuando Dios llamó a Ezequiel para que fuera un profeta a Judá, lo hizo
con el propósito de advertir a la nación de que Él estaba hastiado de su
espíritu rebelde (Ezequiel 2:6-7):
Y tú, hijo de hombre, no les temas, ni tengas
miedo de sus palabras, aunque te hallas entre zarzas y espinos, y moras con
escorpiones; no tengas miedo de sus palabras, ni temas delante de ellos, porque
son casa rebelde. Les hablarás, pues, mis palabras, escuchen o dejen de
escuchar; porque son muy rebeldes.
Y cuando la nación apretó sus dientes contra Dios, negándose a responder
en arrepentimiento a las palabras de Sus profetas y las calamidades de Sus
juicios correctivos, Dios envió a los babilonios a conquistarlos y a llevarlos
en cautiverio. Este acto de destrucción por parte de Dios está descrito en 2
Crónicas 36:15-16. Al leer el pasaje, casi se puede oír a Dios llorando:
Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por
medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su
habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y
menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira
de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio.
Ahí es precisamente dónde estamos hoy. Como muestro en el artículo
principal de esta edición, como nación nos hemos burlado de las voces
proféticas que Dios ha enviado en el pasado y que aún sigue enviando. Y hemos
fallado en arrepentirnos en respuesta a los juicios correctivos que han
afectado a nuestra nación.
En lugar de arrepentirnos, hemos
acelerado nuestra rebelión y, en el proceso, hemos sellado nuestra destrucción.
La “brillante ciudad en una colina” se ha convertido en un oscuro tugurio en un
pantano moral.
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Traducido por Donald Dolmus