Hay un recuerdo relacionado con el antisemitismo que aún conmueve lo más profundo de mi corazón. Ocurrió en uno de los lugares más tristes de todo el mundo, un lugar en Jerusalén llamado Yad Vashem. En español, lo llamamos el Museo del Holocausto. Como su nombre indica, es una colección de artefactos históricos que autentican cada aspecto de uno de los crímenes más horribles del hombre.
Si usted tiene algo de sensibilidad, es un lugar difícil de recorrer. Está organizado en orden cronológico. La primera habitación registra, en fotografías gráficas, el ascenso de Hitler.
Miles de fotografías llenan el Salón de Nombres del Museo Yad Vashem.
La siguiente habitación muestra los comienzos de las persecuciones nazis contra los judíos. Así sigue y sigue, paso a paso sangrientos. Las tiendas judías son cerradas. Los judíos son arrestados y burlados en público. Vehículos para el ganado son llenos con cargas humanas destinadas para los campos forzados y hornos. Hay filmes de las ejecuciones. La ropa de prisioneros de adultos y niños es exhibida, junto a ladrillos de oro hechos de empastes dentales extraídos de cadáveres.
Un lugar difícil de enfrentar
No se deja nada a la imaginación. Sin embargo, la imaginación no puede comprender tal bestialidad. Es insoportable. He visto a grupos enteros atravesarlo sin decir una sola palabra. He visto a personas desmayarse. Otros se han puesto histéricos. Algunos casi corren, no queriendo ver nada del horror.
Cuando llevo a un grupo ahí, nunca trato de mantenerlos unidos como un grupo. Es un lugar demasiado personal. Sólo les doy una introducción general afuera y luego los dejo libres para que se movilicen a su propio nivel de velocidad. Normalmente asigno hora y media para que regresen al autobús.
Si finalizan antes, les insto a que caminen por el Paseo de los Justos, un bonito jardín exterior donde han sido plantados árboles en memoria de los gentiles justos que arriesgaron sus vidas para salvar a judíos del Holocausto. Uno de esos árboles está dedicado a Corrie ten Boom.
Una hija perdida
En 1984, cuando visité Yad Vashem con un grupo que incluía a miembros de mi familia, todo parecía ir bien hasta que llegó el momento de partir. Contamos cabezas, y mi hija, Ruth, de 23 años, faltaba. Empecé a buscarla, pero no la podía encontrar en ninguna parte – dentro o fuera del museo. Recorrí el museo por segunda vez pero no la vi todavía.
Mientras estaba a punto de salir, noté que una escalinata, que raramente había visto abierta durante las horas regulares de visita, estaba abierta. Sabía a dónde conducía debido a que había estado ahí muchas veces. Conducía a una larga, estrecha y oscura habitación donde están almacenados registros individuales concernientes a cada persona que pereció en el Holocausto. Este es un centro de investigación que raramente es visitado por los turistas.
Fui saltando por las escaleras y mire dentro de la oscura habitación. En el lejano extremo pude distinguir la forma de una persona en la penumbra. Nunca nadie habla más alto que un susurro en esta habitación, así que no pude gritar para ver si era Ruth.
Un descubrimiento brutal
Caminé hacia el extremo. Era Ruth. Ella estaba de pie aferrándose a un estrado de exhibición con ambas manos. El estrado tenía una luz tenue sobre él. La luz iluminaba un documento de muestra bajo el vidrio. Mostraba la fotografía de una pequeña niña de diez años de edad. El documento contenía sus estadísticas vitales – lugar de nacimiento, padres, dirección del hogar, lugar de arresto, lugar de encarcelamiento, fecha y lugar de ejecución. Se leía en un estilo realista.
Ruth estaba llorando. Puse mi brazo alrededor de ella y la abracé.
“Papi”, susurró, “¿cómo pudo pasar esto?”
No pude hablar. Nos quedamos ahí, tomados del brazo, llorando juntos, mirando la imagen de un niño que representaba a seis millones del Pueblo Escogido de Dios.
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Traducido por Donald Dolmus
En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)
Original article:
The Holocaust, Encountering the Horror (pdf)