Por Wilfred Hahn
La teología de la prosperidad ni siquiera resiste los criterios del sentido común. En caso de que las promesas del evangelio de la prosperidad realmente fueran legítimas y perceptibles, sus seguidores deberían ser más prósperos que el promedio de la población. En la realidad, sin embargo, el caso demuestra ser contrario.
¿De qué depende que los cristianos sean tan incautos? Quizás esta credulidad explique el porqué las actas más extensas de reclamos en las oficinas de protección al consumidor en América del Norte (Oficina del Consejo de Mejor Comercio) están llenas de casos de engaños por motivos religiosos. El hecho es que la gente, incluso, inmediatamente abre sus billeteras cuando un estafador o falso maestro declara tener una relación especial con Dios, o cuando, por medio de citas bíblicas, les dan una esperanza de prosperidad a sus oyentes. ¿Por qué será que justamente las congregaciones carismáticas, una y otra vez, son receptivas a los engaños más raídos? Este fenómeno es sorprendente y explicable a la vez. La siguiente cita, de una columna del portal online del diario ruso Pravda (en idioma inglés), ofrece a los lectores una explicación inquietante, si bien, a primera vista, aparentemente secundaria. El periodista no tiene una opinión elevada de Estados Unidos, y es un ardiente defensor de la iglesia ortodoxa-rusa. Para él existe una conexión entre el descenso económico de Estados Unidos y el cristianismo liberalizado.
“Primero se ha entontecido a la población con un sistema educativo politizado y por debajo del promedio, ajustado a una cultura pop y no a los clásicos. Los norteamericanos saben más sobre los dramas televisivos más vistos que sobre el drama en Washington, el cual afecta sus vidas en forma directa. (…) Luego, se ha destruido su fe en Dios hasta que sus iglesias, miles y miles de ‘agrupaciones y congregaciones’, finalmente han llegado a parecer actuaciones dominicales de circo. Sus tele-evangelistas y megapredicadores protestantes, voluntariamente han vendido sus almas y congregaciones para poder estar del “lado ganador”, con uno u otro de los políticos pseudo-marxistas. Las congregaciones quizás se hayan quejado al principio, pero cuando se les explicó que también ellos estarían del ‘lado ganador’, estuvieron dispuestos, con demasiada rapidez, a negar a Cristo por la esperanza del poder terrenal. Esta liberalización escandalosa, incluso, ha afectado a nuestra santa iglesia ortodoxa en Estados Unidos.”1
Nuestra sinopsis de los aspectos extremos del evangelio de la prosperidad no está pensada para parecer un ataque personal a determinados representantes de esta tendencia. Sencillamente, queremos ponernos en la brecha por la verdad, y oponernos a peligrosas doctrinas falsas. Es muy posible que muchos predicadores del evangelio de la prosperidad tengan prédicas inspiradoras, un buen nombre y, quizás, ni siquiera se den cuenta hasta donde están influenciados por esta falsa doctrina. Pero aun así, eso no hace que la teología de la prosperidad sea menos peligrosa. En nuestro mundo real, la pureza es de gran importancia. Si quisiéramos, por ejemplo, comprar una barra de oro fino, esperaríamos obtener oro puro de 24 quilates. Si llenamos el tanque de nuestro automóvil en la estación de servicio, o el doctor nos prescribe penicilina, el contenido debe corresponder a las indicaciones en el empaque. Todo lo demás sería fraude, o engaño premeditado. Lo mismo es válido para toda doctrina que no concuerde en todos los puntos con el evangelio y con la totalidad de la Biblia.
Según las declaraciones bíblicas, Satanás es un astuto mentiroso (Jn. 8:44) y actor (2 Co. 11:14). Supongamos, por ejemplo, que quisiéramos asesinar a alguien con arsénico. En este caso, sabríamos exactamente como administrar el veneno sin que sea notado. Quizás lo escondiéramos en un pedazo de torta de manzana, decorando todo eso, aún, con helado de vainilla. El eficaz veneno de ratas, es ofrecido en un envoltorio de alimentos animales gustosos y nutritivos. Aun cuando sólo un pequeño porcentaje del mismo es venenoso, esa cantidad es suficiente para matar una rata. El hecho de que el 99 por ciento del veneno de ratas consista de alimento para la supervivencia, o que el 99 por ciento de una doctrina esté bíblicamente fundamentada, no cambia nada en su efecto mortal.
¿Qué consecuencias negativas tiene la teología de la prosperidad? ¿Por qué será que esta falsa doctrina se acomoda tan bien en los acontecimientos de los últimos tiempos? Existe una multitud de razones, y puede que algunas de ellas suenen extrañas. Primero, una concepción edificada sobre riquezas materiales y bienestar físico, induce a los cristianos, caracterizados por la misma, a sentirse en casa en el área del poder de las riquezas. Como ya hemos mencionado, en esta ideología los riesgos y recompensas del mundo material son elevados a un nivel espiritual. Esto hace que se desvanezcan los contrastes entre el reino de Dios y el reino del dinero. El éxito financiero, el sube y baja de las cuentas bancarias, y el depósito de los valores, son interpretados como señales divinas. Si yo, por ejemplo, pierdo mi lugar de trabajo, eso es un castigo de Dios. Si recibo una herencia inesperada de algún familiar lejano, soy bendecido por Dios. Esta manera de ver las cosas no es bíblica… ni puede ser hallada en el Nuevo Testamento.
A través de esta doctrina del dinero, se propaga otro error más, es decir, el concepto de que Dios está gobernando Su reino según los principios de los incentivos monetarios y materiales. ¡Qué groseros que son algunos cristianos! ¿Será que Dios logra que Sus hijos Lo amen, atrayéndolos con bienestar material y físico? En una manera tal de ver las cosas, se confunde el reino de las riquezas con el Reino de Dios. El peligro de esta manera de pensar, se muestra también en la actual crisis económica y financiera. Como la cotización de la bolsa y los precios inmobiliarios habían alcanzado alturas vertiginosas, aquellos que han sido fascinados por el espíritu de las riquezas, pensaron que ese acontecimiento era una bendición de Dios y una señal de Su benevolencia hacia Estados Unidos. Pero, en realidad, se trataba de una trampa sistemática y engañosa. Es por eso que ese país se encuentra tan debilitado por la situación de la crisis actual.
La teología de la prosperidad también puede llevar a que los cristianos ya no tomen en serio su responsabilidad financiera. ¿Por qué administrar razonablemente, si uno tiene un par de ‘billetes de lotería’ divina que pronto darán una gran ganancia? ¿Por qué no gastar el dinero por adelantado, si uno de todos modos puede esperar un “rédito” del cien por cien? ¿O será que realmente es una señal de intervención divina, si una sociedad financiera le otorga a uno una hipoteca sin participación de capital propio? ¿Será que Dios realmente quiere hacer posible que un así “favorecido” se compre una casa demasiado grande que, en realidad, no tiene como pagar? Con una manera de pensar tan indisciplinada, muy pronto se termina la conciencia de la responsabilidad en asuntos financieros. Por esta razón, una actitud de ese tipo no es nada provechosa, cuando se trata de una administración razonable del dinero.
La peligrosa manera de pensar de la teología de la prosperidad conlleva por lo menos tres peligros más. Mencionaré aquí tan solamente los peores ejemplos. En primer lugar, el evangelio de la prosperidad es un precursor del último gran ecumenismo, un entramado pervertido de Dios y de las riquezas. ¿Será que Jesucristo realmente ha dicho que no se puede servir a dos señores? Sí, por supuesto. En Mateo 6:24 y en Lucas 16:13, leemos que uno puede servir ya sea a las riquezas o a Dios, pero no a ambos. Esto último solamente es posible si redefinimos bienestar material y dinero como bendición divina, y denominamos a la comercialización masiva al igual que a la globalización como deseados por Dios, porque a través de eso podría solucionarse el problema de la pobreza en el mundo. Si pensamos así, representamos la errada opinión de que el capitalismo y otras ideologías se basan en la Biblia, y que el manipulado auge económico global es el obrar de un Dios que está conforme con nosotros, los seres humanos. Justamente este tipo de mundo, con su fusión global de religión y comercio, es representado en Apocalipsis 17 y 18.
Cuando la utopía de la prosperidad fácil de adquirir no ha correspondido a la realidad, se ha perfilado la segunda catástrofe para Estados Unidos. El país, a través de la crisis actual, ha perdido importancia en la esfera geopolítica de este mundo. Eso, no obstante, no es una buena señal para Israel. Al liderazgo político de EE.UU. no le será demasiado difícil darle la espalda a Israel, si ese paso les garantiza el regreso a la prosperidad anterior.
En tercer lugar, sabemos que vendrá un tiempo en el cual el mundo entero caerá en la “falsa doctrina de la prosperidad”. El soberano mundial anticristiano se levantará, cumpliendo aparentemente la promesa de la prosperidad, quizás incluso la de la eliminación completa de la pobreza. Para la mente fascinada por las riquezas, su promesa sonará convincente: Solamente necesitas aceptar la “señal”, y ya te habrás asegurado un futuro exitoso.
Pero volvamos a la crisis económica actual: Los cristianos, fácilmente podrían dejarse seducir a pensar que Dios y su país los han dejado de lado. El sueño norteamericano se ha terminado, y las palabras suavizantes de sus predicadores no han resistido la realidad. Ahora, ellos experimentan una desilusión en todos los aspectos por tener que pasar por necesidades y dificultades. En esta situación, puede que los cristianos se comporten como Jeremías en su tiempo, haciéndole reproches a Dios. El profeta preguntó a Dios, en aquel entonces: “¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables?" (Jer. 15:18). Como Jeremías caminaba con Dios y respondía a Su llamado, él pensaba merecer un trato especial. Por eso, trataba de negociar con Dios. “No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación?" (Jer. 15:17-18). ¿Cómo responde Dios a esas quejas? Él no las confirma, sino que dice: “Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás” (v.19).
Sin lugar a dudas, los apóstoles del Nuevo Testamento habrían encontrado una solución satisfactoria para este problema. Ellos vivían según la voluntad del Señor y, por eso, eran bendecidos con prosperidad, con ropas ostentosas y comidas deliciosas. ¡No! Por supuesto que no. Ellos experimentaron justamente lo contrario. La mayoría de ellos murieron de muertes violentas, y todos tuvieron que sufrir por su fe. ¿Y eso, acaso, era justo? El Apóstol Pablo lo puntualiza con estas palabras: “Antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero” (2 Co. 6:4-6).
Traducción desde el inglés: Brigitte Hahn; versión ligeramente resumida.
1 Stanislav Mishin,Columna, Pravda Rusia, 1º de junio, 2009
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Apologética Cristiana
Reproducido con permiso de:
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