La resurrección del Mesías estaba bien establecida en las escrituras proféticas hebreas mucho antes de la muerte y resurrección de Jesús.
Las Profecías de David e Isaías
La más sencilla y mejor conocida de las profecías de la resurrección es la escrita por David en el Salmo 16:10, escrita mil años antes del nacimiento de Jesús: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que Tu Santo vea corrupción”.
El Día de Pentecostés, cuando Pedro predicó el primer sermón del Evangelio, él afirmó con denuedo que Dios había levantado a Jesús de los muertos (Hch. 2:24). Luego él explicó que Dios había realizado este hecho milagroso en cumplimiento de la profecía de David en Salmo 16. De hecho, el citó en detalle las palabras de David contenidas en Salmo 16:8-11. Años después, Pablo hizo la misma cosa cuando habló a los judíos de Antioquía en Pisidia. Al igual que Pedro, declaró que Dios había levantado a Jesús de los muertos en cumplimiento del Salmo 16:10 (Hch. 13:33-35).
La resurrección del Mesías está inferida fuertemente en otro de los salmos de David, a saber el Salmo 22. Los primeros dieciocho versículos de este increíble salmo describen el sufrimiento del Mesías en vívido detalle, mencionando incluso la naturaleza de Su muerte: “Horadaron mis manos y mis pies” (Salmo 22:16). Luego, en los versículos 19-21, el Salvador sufriente ora por liberación “de la boca del león” (una metáfora para Satanás). Esta oración desesperada es seguida inmediatamente en los versículos 22-24 por un himno de alabanza en el que el Mesías agradece a Dios por escuchar Su oración y por salvarle. La resurrección del Mesías está claramente inferida entre el final de la oración en el verso 21 y el comienzo del canto de alabanza en el verso 22.
Se habla de la resurrección más deliberadamente en el famoso pasaje de Isaías del “Salvador Sufriente” en Isaías 53. Después de profetizar que el Salvador sufriría por nuestros pecados y que luego sería “cortado de la tierra de los vivientes”, Isaías declara que El “verá Su descendencia” y que Dios el Padre “prolongará Sus días” (Is. 53:5, 8 y 10). Isaías procede a reafirmar la promesa de la resurrección en palabras diferentes: “Después de Su sufrimiento verá la luz y quedará satisfecho” (Is. 53:11).
Las Profecías de Jesús
Pero las profecías de la resurrección no están confinadas al Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento contiene muchas de ellas en las enseñanzas de Jesús. Quizá la más temprana está registrada en Juan 2 que narra la historia de la primera visita de Jesús a Jerusalén después de la inauguración de Su ministerio. Los judíos le pidieron una señal para demostrar que El era el Mesías. Jesús respondió con una declaración sorprendente: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Jn. 2:19). Los judíos pensaron que El estaba hablando acerca del Templo de Herodes, pero Juan dice, “Mas El hablaba del templo de Su cuerpo” (Jn. 2:21). Y Juan añade una observación interesante: “Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, Sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho” (Jn. 2:22).
Luego, en Su discurso del Buen Pastor, registrado en Juan 10, Jesús declaró que llegaría el día cuando El pondría Su vida por Su propia iniciativa. Pero, El afirmó inmediatamente que así como El pondría Su vida por Su propia autoridad, El tenía la autoridad para “volverla a tomar” (Jn. 10:17-18).
En la tumba de Lázaro, justo antes que Jesús demostrara Su poder sobre la muerte al resucitar a Lázaro de los muertos, Jesús dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Jn. 11:25).
Muchas veces a lo largo de Su ministerio, Jesús habló en privado a Sus discípulos acerca de Su muerte y resurrección. Por ejemplo, justo después de la famosa confesión de Pedro de Jesús como el Hijo de Dios, se nos dice que “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a Sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mt. 16:21 y Mr. 8:31).
En el evangelio de Mateo se revela que inmediatamente después de Su Transfiguración, Jesús les dijo a Sus discípulos que no deberían compartir la experiencia con nadie hasta después de que El fuera resucitado de los muertos (Mt. 17:9). Marcos relata la misma historia en su evangelio, pero añade que los discípulos “guardaron la palabra entre sí (que El sería levantado de los muertos), discutiendo qué sería aquello de resucitar de los muertos” (Mr. 9:9-10). Parece que los discípulos nunca comprendieron totalmente el significado de las profecías de Jesús acerca de Su resurrección hasta después que la resurrección había realmente ocurrido.
A pesar de que los discípulos siempre parecían estar desconcertados por las declaraciones acerca de Su resurrección, Jesús continuó haciéndoles las afirmaciones de que El sería asesinado y luego resucitaría al tercer día (Mt. 17:22-23; 20:18-19; 26:31-32; Mr. 10:32-34 y Lc. 18:31-33).
Profecías Simbólicas
Al hablar de Su resurrección, Jesús a menudo recurrió al uso de una poderosa profecía simbólica. El la llamó la “señal de Jonás”. Cuando los judíos le pedían una señal (es decir, un milagro) para demostrar que El era el Mesías, el respondería diciendo, “La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás” (Mt. 16:4). En al menos una ocasión, El definió exactamente lo que quería decir con esta expresión muy enigmática: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches” (Mt. 12:40).
Jonás siendo lanzado a la superficie por el gran pez.
La resurrección también está representada simbólicamente en la vida de José. Sus hermanos le traicionaron así como Jesús fue traicionado por Sus hermanos judíos. Después, los hermanos de José le lanzaron en un pozo y le dijeron a su padre que estaba muerto. Jesús en realidad murió a manos de sus hermanos. Pero José fue rescatado del pozo en una resurrección simbólica que apuntó a la verdadera resurrección del Mesías. Luego, José se presentó a sus hermanos, y le recibieron como su salvador, al igual que Jesús reaparecerá un día cuando los judíos estén dispuestos a ver a Aquél a quien traspasaron y griten, “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Zac. 12:10 y Mt. 23:39).
El ángel detiene a Abraham justo en el momento en que va a matar a su hijo Isaac.
Uno de los retratos más bello y conmovedor de la resurrección en la profecía simbólica se puede encontrar en la vida de Abraham cuando le fue dicho por Dios que sacrificara a su precioso hijo, Isaac. Cuando Abraham estaba listo para hundir el cuchillo en su hijo, un ángel lo detuvo y la vida de su hijo le fue devuelta como un símbolo de la resurrección del Mesías. El escritor de Hebreos reconoció el simbolismo de esta historia cuando escribió: “Consideraba (Abraham) que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos” (Heb. 11:19).
El Hecho de la Resurrección
Estas profecías fueron cumplidas cuando Jesús de Nazaret fue levantado de los muertos. Su triunfo sobre la tumba certifica que El era quien dijo ser – es decir, el Hijo de Dios (Hchs. 13:33).
Panorámica del Jardín de la Tumba
"No está aqui, porque ha resucitado". ¡Gloria a Dios!
Jesús ha vencido a la muerte, el gran enemigo que es temido por toda la humanidad (Heb. 2:15). Por lo tanto, se le ha dado autoridad sobre la muerte (el cuerpo) y el Hades (el espíritu). Jesús mismo proclamó esta gran verdad a Juan en la isla de Patmos: “No temas; Yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:17-18).
Nuestro corazón anhela el regreso de nuestro amado Señor y Salvador Jesucristo. ¡Maranatha!
Un día cercano Jesús aparecerá en los cielos. El traerá con El los espíritus de aquéllos que han muerto con su fe puesta en El. El resucitará sus cuerpos en un gran milagro de restauración y luego El reunirá sus espíritus con sus cuerpos, dándoles cuerpos glorificados que serán perfectos e inmortales (1 Tes. 4:13-18 y 1 Cor. 15:42-44, 51-54).
Me gradué de la Universidad de Texas en 1959 con especialidades en Gobierno e Historia Americana. Había completado mi educación universitaria en tres años, yendo a la escuela a diario, incluyendo los veranos. Estaba cansado. Así que decidí trabajar para mi papá por un año antes de continuar con mis estudios de postgrado. Mi papá era el dueño de una empresa de construcción.
Casi inmediatamente, a través de una extraña serie de circunstancias, me encontré trabajando a tiempo parcial los fines de semana como el pastor de una pequeña iglesia rural en Groesbeck, Texas. La iglesia era tan pequeña, que yo tenía que hacer todo. Enseñaba en la Escuela Dominical, dirigía los cantos, predicaba y dirigía el servicio de la comunión. Estaba de novio con la chica que se convertiría en mi esposa – Ann Granger – y ella viajaría conmigo todas las mañanas de domingo cuando conducía desde Waco a Groesbeck, y ella me ayudaba de muchas maneras.
¡Sí, también fungí como el ministro de jóvenes!
Fue una experiencia maravillosa. Descubrí rápidamente que la mejor forma para aprender realmente la Biblia era predicarla o enseñarla. Estudié la Palabra de Dios atentamente, mientras preparaba mi sermón y la lección de Escuela Dominical cada semana.
Huyendo del Señor
Sentí que Dios me estaba llamando al ministerio de tiempo completo, pero yo tenía otras ideas. Yo quería ir a la escuela de Derecho o de postgrado y, finalmente, convertirme en un político. En lugar de responderle al Señor como lo hizo Isaías diciendo, “Aquí estoy Señor, envíame a mí”, yo en cambio dije, “¡Aquí estoy Señor, envía a cualquier persona en el mundo excepto a mí!”
Cuando completé mi año de servicio a la iglesia en Groesbeck, ingresé a la escuela de postgrado y comencé a perseguir un doctorado en Derecho Internacional y Política. Cuando completé ese grado, me convertí en profesor de política mundial y durante los próximos veinte años, huí del llamado del Señor a mi vida.
La Iglesia de Cristo de South Side en Groesbeck, Texas in 1959.
Durante todo ese tiempo, mientras estaba huyendo del Señor, continué estudiando la Biblia y predicando y enseñando en cada oportunidad. Obtuve mucho reconocimiento durante mi carrera académica y gané muchos premios, pero nunca estaba satisfecho con lo que estaba haciendo porque no estaba en el centro de la voluntad de Dios. De hecho, era miserable.
Rindiéndome al Señor
Finalmente, en 1980, decidí renunciar a mi carrera académica y dedicarme al ministerio de tiempo completo. Fue entonces que hice un descubrimiento sorprendente. Cuando acabé sirviendo como el evangelista de un ministerio de profecía bíblica, de repente caí en la cuenta de que incluso cuando estaba huyendo del Señor, El me estaba preparando para el ministerio que tenía en mente para mí.
Dave predicando en 1959.
Verá, toda la profecía bíblica de los tiempos del fin es acerca de política internacional – la reunión del pueblo judío, el reestablecimiento de Israel, la agresión del mundo árabe, el renacimiento del Imperio Romano y la amenaza de Rusia. Fui capaz de combinar mi conocimiento secular de relaciones internacionales con mi comprensión bíblica del plan de Dios para los tiempos del fin, resultando en percepciones espirituales que de otra forma yo no hubiese podido obtener.
Eso, por supuesto, no justifica mi huida del Señor. No hay ninguna excusa para huir de la voluntad del Señor para su vida. Pero muestra que aun cuando usted es desobediente, Dios no desiste con usted y El puede obrar a través de su desobediencia para cumplir Sus propósitos.
Celebrando un Hito
Este año cumpliré 30 años de servicio a tiempo completo en el reino del Señor. Mi pesar más grande en la vida es que no estaré cumpliendo 50 años. Sí, he estado predicando por 50 años, pero sólo 30 de éstos han sido a tiempo completo.
Le doy gracias a Dios que nunca se dio por vencido conmigo. Estoy tan agradecido de que El nunca revocó Su llamado a mi vida. Y le alabo cada día por las bendiciones que ha derramado sobre el Ministerio Lamb & Lion (Ministerios Cordero y León) durante los pasados 30 años. Mi ferviente oración es que El me permitirá continuar proclamando Su Palabra hasta el mismo día del Rapto.
“Los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables”. (Romanos 11:29)
Los imitadores y los falsificadores siempre han asediado la Palabra y el Camino verdaderos de Dios. Por esta razón, el Señor determinó un claro conjunto de pruebas que la persona debe pasar para que la reconozcan como vocero auténtico de Dios. Hay cuatro pasajes principales del Antiguo Testamento que tratan el tema de los falsos profetas: 1) Deuteronomio 13:1-18; 2) Deuteronomio 18:9-22; 3) Jeremías 23:9-40; y 4) Ezequiel 12:21-14:11.
Al examinar estos cuatro pasajes, y muchos otros, la Escritura presenta por lo menos siete características del profeta verdadero. Aunque todas estas características no se hallen en cada profeta, algunos profetas las presentan todas. Sin embargo, para todo seguidor de Dios que realmente deseara saber quién era verdadero y quién era falso, no había duda acerca de la autenticidad del profeta.
Las siete características distintivas del profeta verdadero
1. El profeta verdadero nunca recurría a la adivinación, la hechicería ni la astrología (Dt. 18:9-14: Miqueas 3:7; Ezequiel 12:24). La fuente del mensaje profético era Dios mismo (2 Pedro 1:20-21).
2. El profeta verdadero nunca adaptaba su mensaje para servir las ansias o deseos de la gente (Jeremías 8:11; 28:8; Ezequiel 13:10). Los profetas falsos daban un mensaje que les acarreaba popularidad y dinero. Eran los profetas al estilo de las grandes empresas ricas, como las 500 de la revista Fortune, los oportunistas religiosos (Miqueas 3:5-6, 11). El profeta verdadero daba el mensaje de Dios sin alteraciones e independientemente de sufrir pérdidas y vergüenzas personales y hasta daño físico.
3. El profeta verdadero mantenía su integridad y carácter personal (Isaías 28:7; Jeremías 23:11; Oseas 9:7-9; Miqueas 3:5, 11; Sofonías 3:4). Jesús dice que los profetas verdaderos y los falsos serían conocidos por sus frutos, esto es, por lo que hacen y dicen (Mateo 7:15-20).
4. El profeta verdadero estaba dispuesto a sufrir en aras de su mensaje (1 Reyes 22:27-28; Jeremías 38:4-13; Ezequiel 3:4-8).
5. El profeta verdadero anunciaba el mensaje coherente con la ley y los mensajes de otros profetas verdaderos (Jeremías 26:17-19). El mensaje nunca contradecía ni desechaba una verdad anteriormente revelada, sino que la confirmaba y se edificaba sobre ese cuerpo de verdad (Dt. 13:1-3).
6. El profeta verdadero tenía el cien por ciento de éxito cuando predecía acontecimientos futuros (Dt. 18:21-22). ¡Al contrario de los “psíquicos” (espiritistas) modernos, no bastaba con tener una tasa de éxito que fuera interior a lo absoluto! Si el supuesto profeta no tenía el cien por ciento de precisión, la gente tenía que sacarlo fuera de la ciudad y apedrearlo (Dt. 18:20).
7. A veces el profeta veía legitimado su mensaje por la obra de uno o más milagros (ver Éxodo 5-12). Sin embargo, esta prueba no era concluyente porque los profetas falsos también hacían milagros ocasionalmente (Éxodo 7:1-12; 8:5-7; Marcos 13:22; 2 Tes. 2:9). Por tanto, Moisés señala más de esta prueba en Deuteronomio 13:1-3:
Si se levanta en medio de ti un profeta o soñador de sueños, y te anuncia una señal o un prodigio, y la señal o el prodigio se cumple, acerca del cual él te había hablado, diciendo: “Vamos en pos de otros dioses a los cuales no has conocido y sirvámosles”, no darás oído a las palabras de ese profeta o de ese soñador de sueños; porque el Señor tu Dios te está probando para ver si amas al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma.
La prueba verdadera era el contenido del mensaje, no los milagros. El profeta verdadero sólo hablaba en el nombre del Señor y llamaba a la gente hacia Dios, no para alejarla de Dios.
Tomado de: El Libro Completo sobre Profecía Bíblica; por Mark Hitchcock