Por Dave Hunt
Una de las expresiones más comunes que uno escucha
en los círculos cristianos, especialmente para consuelo cuando las cosas no van
bien, es que “Dios está en control, Él aún está en el trono”. Los cristianos se
consuelan con estas palabras pero, ¿qué significan? ¿Dios no estaba en
“control” cuando Satanás se rebeló y cuando Adán y Eva desobedecieron, pero ahora
sí lo está? El hecho de que Dios esté en control, ¿significa que todas las
violaciones, asesinatos, guerras y la maldad multiplicada son exactamente lo
que Él planeó y lo que desea?
Cristo nos pide que oremos, “Venga tu reino. Hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). ¿Por qué esa oración
si ya estamos en el reino de Dios con Satanás atado, tal como Juan Calvino
enseñó y los Reconstruccionistas afirman hoy en día? ¿Podría un mundo de maldad
desenfrenada ser en realidad lo que Dios desea? ¡Seguro que no!
“¡Espere un minuto!”, alguien argumenta. “¿Está
sugiriendo que nuestro Dios omnipotente no puede realizar Su voluntad en la
tierra? ¡Qué clase de herejía es ésta! Pablo dice claramente que Dios ‘hace
todas las cosas según el designio de su voluntad’ (Efesios 1:11)”.
Sí.
Pero la Biblia misma contiene muchos ejemplos de hombres desafiando la voluntad
de Dios y desobedeciéndole. Dios se lamenta, “Crié hijos, y los engrandecí, y
ellos se rebelaron contra mí” (Isaías 1:2). Los sacrificios que le ofrecen y
sus malas vidas no están, obviamente, de acuerdo con Su voluntad. Se nos dice
que “los fariseos y los intérpretes de la ley desecharon los designios de Dios”
(Lucas 7:30). La declaración de Cristo en Mateo 7:21 muestra claramente que no
todo el mundo hace siempre la voluntad de Dios. Esto también está implícito en
Isaías 65:12; 1 Tesalonicenses 5:17-19; Hebreos 10:36; 1 Pedro 2:15, 1 Juan
2:17 y muchos otras Escrituras. De hecho, Efesios 1:11 no dice que todo lo que
ocurre está de acuerdo a la voluntad de Dios, sino que de acuerdo con “el
consejo” de Su voluntad. Es evidente que el consejo de la voluntad de Dios le
ha dado al hombre la libertad para desobedecerle. No hay otra explicación para
el pecado.
Sin embargo, en su afán de proteger la soberanía de
Dios de cualquier desafío, A. W. Pink sostiene fervientemente: “Dios ordena de
antemano todo lo que llega a ocurrir…Dios inicia todas las cosas, regula todas
las cosas…”1 Edwin H. Palmer está de acuerdo: “Dios está detrás de todo. Él
decide y causa que sucedan todas las cosas que ocurren…Él ha predestinado todo
‘según el designio de su voluntad’ (Ef. 1:11): el movimiento de un dedo…el
error de un mecanógrafo – incluso el pecado”.2
Aquí nos enfrentamos con una distinción vital. Una
cosa es que Dios, en Su soberanía y sin menoscabo de esa soberanía, dé al
hombre el poder para rebelarse contra Él. Esto abriría la puerta para el pecado
como responsabilidad exclusiva del hombre por una libre elección. Es algo
totalmente diferente que Dios controle todo hasta el punto de que Él deba
causar efectivamente que el hombre peque.
Es una falacia pensar que para que Dios esté en control
de Su universo, Él deba, por lo tanto, predestinar e iniciar todo. De este
modo, Él causa el pecado, luego castiga al pecador. Para justificar este punto
de vista, se afirma que “Dios no tiene la obligación de extender Su gracia a
aquellos que predestina al juicio eterno”. De hecho, sin embargo, la obligación
no tiene ninguna relación con la gracia.
En realidad disminuye la soberanía de Dios sugerir
que Él no puede usar para Sus propios propósitos lo que Él no predestina ni
origina. No hay razón ni lógica ni bíblica de por qué un Dios soberano, por su
propio designio soberano, no les pueda permitir a criaturas hechas a Su imagen,
la libertad de una genuina elección moral. Y hay razones de peso de por qué lo
haría.
Más de un ateo (o un buscador sincero que esté
preocupado por el mal y el sufrimiento) nos dice en nuestras caras, “Usted
afirma que Dios es todopoderoso. Entonces, ¿por qué no detiene el mal y el
sufrimiento? ¡Si Él puede y no lo hace, es un monstruo; si no puede, entonces
no es todopoderoso!”. El ateo piensa que nos tiene arrinconados.
La respuesta involucra ciertas cosas que Dios no
puede hacer.
Pero Dios es infinito en poder, ¡así que no debe
haber nada que él no pueda hacer! ¿En serio? El hecho mismo de que Él es
infinito en poder significa que Él no puede fallar. Hay muchas otras cosas que
seres finitos hacen todo el tiempo; pero que el Dios infinito, absolutamente
soberano no puede hacer porque Él es Dios: mentir, engañar, robar, pecar,
confundirse, etc. De hecho, muchas otras cosas que Dios no puede hacer son de
vital importancia que las entendamos, al enfrentar los desafíos de los
escépticos.
Por desgracia, hay muchas preguntas sinceras que la
mayoría de los cristianos no pueden responder. Pocos padres se han tomado el
tiempo para pensar en los muchos desafíos intelectuales y teológicos que sus
hijos enfrentan de forma creciente, desafíos para los que la juventud de hoy no
halla respuestas desde tantos púlpitos y lecciones de escuela dominical. Como
resultado, un número creciente de aquellos criados en hogares e iglesias
evangélicas están abandonando la “fe” que nunca entendieron adecuadamente.
¿Son la soberanía y el poder la cura para todo? Muchos
cristianos superficialmente piensan que sí. Sin embargo, hay mucho para lo que
la soberanía y el poder son irrelevantes. Dios actúa no sólo soberanamente,
sino que en amor, gracia, misericordia, bondad, justicia y verdad. Su soberanía
se ejerce solamente en perfecta armonía con todos Sus demás atributos.
Hay muchas cosas que Dios no puede hacer, no a
pesar de lo que Él es, sino por quién Él es. Incluso Agustín, descrito como el
primero de los tempranos así llamados Padres de la Iglesia, quien “enseñó la
absoluta soberanía de Dios”,3 declaró, “Por lo tanto, Él no puede hacer algunas
cosas por la sencilla razón de que es omnipotente”.4
Debido a su santidad absoluta, es imposible que
Dios haga lo malo, que cause que otros hagan lo malo o incluso atraer a alguien
hacia lo malo: “Cuando alguno es tentado, no diga que
es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él
tienta a nadie…” (Santiago 1:13-14). Pero, ¿qué pasa
con los muchos lugares en la Escritura donde dice que Dios tentó a alguien o
que Él fue tentado? Por ejemplo, “probó Dios a Abraham” (Génesis 22:1). La
palabra hebrea ahí y en todo el Antiguo Testamento es nacah, que significa
probar o demostrar, como en la valoración de la pureza de un metal. No tiene
nada que ver con tentar a pecar. Dios estaba probando la fe y la obediencia de
Abraham.
Si Dios no puede ser tentado, ¿por qué se le
advierte a Israel, “No tentaréis a Jehová vuestro Dios” (Deut. 6:16)? Incluso
se nos dice que en Masah, al exigir agua, “tentaron a Jehová, diciendo: ¿Está
pues Jehová entre nosotros, o no? (Éxodo 17:7). Luego, ellos “tentaron a Dios
en su corazón, pidiendo comida a su gusto… y hablaron, ¿Podrá Dios poner mesa
en el desierto? Ellos enojaron al Dios Altísimo” (Salmo 78:18, 41, 56).
Dios no estaba siendo tentado a hacer lo malo, Él
estaba siendo provocado, así que Su paciencia estaba siendo probada. En lugar
de esperar obedientemente a que Él satisficiera sus necesidades, Su pueblo
estaba exigiendo que usara Su poder para darles lo que querían, para satisfacer
sus deseos. Su “tentación” de Dios era un desafío blasfemo, que lo obligaba a
ceder a sus deseos o a castigarlos por su rebelión.
Cuando Jesús fue “tentado por el diablo”, para que
se arrojara desde el pináculo del templo para demostrar que los ángeles lo
sostendrían en sus manos, Él citó Deuteronomio 6:16 — “No tentarás al Señor tu
Dios” (Mateo 4:1-11). En otras palabras, ponernos deliberadamente en un lugar
donde Dios debe actuar para protegernos, es tentarle.
Santiago sigue diciendo, “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia
es atraído y seducido”. La tentación a lo malo no proviene de afuera, sino de
adentro. El hombre que podría no ser “tentado” a ser deshonesto en los
negocios, podría sucumbir a la tentación de cometer adulterio y, así, sería
deshonesto con su esposa. Se dice que “todo hombre tiene su precio”.
Dios no estaba tentando a Adán y a Eva a pecar cuando les
dijo que no comieran de un árbol en particular. Eva fue tentada por su propia
codicia y deseo egoísta. Aun en la inocencia, el hombre podía ser egoísta y
desobediente. Vemos esto en niños pequeños, quienes aún probablemente no
conocen la diferencia entre lo bueno y lo malo.
Adicionalmente, hay una serie de otras cosas que Dios no
puede hacer. Dios no puede negarse a Sí mismo o contradecirse. Él no puede
cambiar. No puede faltar a Su palabra. Específicamente en relación con la
humanidad, hay algunas cosas que Dios no puede hacer, las cuales son muy
importantes de entender y de explicar a otros. Uno de los conceptos más
fundamentales (y menos comprendido por personas “religiosas”) es éste: Él no
puede perdonar el pecado sin que la pena sea pagada y aceptada por el hombre.
¿Estamos diciendo que a pesar de Su soberanía y
poder infinito, Dios no puede perdonar a quien Él quiera, que Él no puede
simplemente hacer borrón y cuenta nueva en el registro celestial? Exactamente:
Él no puede, debido a que Él es también perfectamente justo. “¿Así que está
sugiriendo”, se quejan algunos, “que Dios quiere salvar a toda la humanidad,
pero carece del poder para hacerlo? Es una negación de la omnipotencia y
soberanía de Dios si hay algo que Él desee, pero que no pueda lograr”. De
hecho, la omnipotencia y la soberanía son irrelevantes con respecto al perdón.
Cristo en el Jardín, la noche antes de la Cruz,
clamó, (Mateo 26:39). Seguramente si hubiera sido posible proveer la salvación
de cualquier otra forma, el Padre hubiera permitido que Cristo escapara los
atroces sufrimientos físicos de la Cruz, y la infinita agonía espiritual de
soportar la pena que Su justicia perfecta había pronunciado sobre el pecado.
Pero incluso para el Dios Todopoderoso, no había otra forma. Es importante que
expliquemos claramente esta verdad bíblica y lógica cuando presentemos el
Evangelio.
Supongamos que un juez tiene ante él a un hijo, una
hija u otros ser amado hallado culpable de múltiples asesinatos por el jurado.
A pesar de su amor, el juez debe respetar la pena exigida por la ley. El amor
no puede anular a la justicia. La única manera en la que Dios podía perdonar a
los pecadores y permanecer justo, sería que Cristo pagara la pena por el pecado
(Romanos 3:21-28).
Hay otros dos asuntos de vital importancia en
relación con la salvación del hombre, que Dios no puede hacer: Él no puede
obligar a nadie a amarlo; y Él no puede obligar a nadie a aceptar un regalo.
Por la misma naturaleza del amor y el dar, el hombre deber tener el poder de
elegir. La recepción del amor de Dios y el regalo de la salvación por medio de
Jesucristo, sólo puede ser por un acto del libre albedrío del hombre.
Algunos argumentan que si fuera la voluntad de Dios
que todos los hombres sean salvos, el hecho de que no todos se salvan significa
que la voluntad de Dios se frustraría y que Su soberanía sería anulada por los
hombres. También se argumenta que si un hombre puede decir sí o no a Cristo, él
tiene la palabra final en su salvación y su voluntad es más fuerte que la
voluntad de Dios: “La herejía del libre albedrío destrona a Dios y entrona al
hombre”.5
No hay nada en la Biblia o en la lógica que sugiera
que la soberanía de Dios requiera que el hombre sea incapaz de tomar una
decisión real, moral o de otra clase.
Darle al hombre el poder de tomar una decisión
genuina e independiente no disminuye el control de Dios sobre Su universo. Siendo
omnipotente y omnisciente, Dios ciertamente podría arreglar las circunstancias
para impedir que la rebelión del hombre frustre Sus propósitos. De hecho, Dios
incluso podría usar el libre albedrío del hombre para ayudar a cumplir Sus
propios planes y, de este modo, ser glorificado aún más.
El gran designio de Dios desde la fundación del mundo
de otorgarle al hombre el Regalo de Su amor, excluye a cualquier capacidad para
forzar ese Regalo sobre cualquiera de Sus criaturas. Tanto el amor como los
regalos de cualquier tipo deben ser recibidos. La fuerza pervierte la
transacción.
El hecho de que Dios no puede fallar, mentir,
pecar, cambiar o negarse a Sí mismo, no disminuye en lo más mínimo Su
soberanía. Ni tampoco es menos soberano debido a que no puede obligar a nadie a
amarlo o a recibir el regalo de la vida eterna por medio de Jesucristo. Y desde
el lado del hombre, prevalece la limitación inversa: no hay nada que alguien
pueda hacer para merecer o ganar el amor o un regalo. Deben ser dados
gratuitamente desde el corazón de Dios, sin ninguna razón que no sea el amor,
la misericordia y la gracia.
Maravillosamente, en Su gracia soberana, Dios ha
constituido así al hombre y ha designado así un regalo que el hombre puede
recibir voluntariamente por un acto de su voluntad y responder en amor al amor
de Dios. Alguien ha dicho, “El libre albedrío del hombre es la más maravillosa
de las obras del Creador”.6 El poder de elección abre la puerta a algo
maravilloso más allá de la comprensión: una genuina comunión entre Dios y el
hombre por la eternidad. Sin el libre albedrío, el hombre no podría recibir el
regalo de la vida eterna, así que Dios no podría dárselo.
Pusey señala que “sin el libre albedrío, el hombre
sería inferior a los animales inferiores, que tienen una especie de limitada
libertad de elección…Sería contradictorio que el Dios Todopoderoso creara a un
agente capaz de amarlo, sin ser capaz también de rechazar Su amor…sin el libre
albedrío, no podríamos amar libremente a Dios. La libertad es una condición del
amor”.7
Es el poder de una elección genuina del corazón y
voluntad propios del hombre, que Dios le ha dado soberanamente que le permite a
Dios amar al hombre, y al hombre recibir ese amor y amar a Dios a cambio “porque
él nos amó primero” (1 Juan 4:19). Es imposible que el poder de elección pueda
desafiar la soberanía de Dios, dado que es la soberanía de Dios la que ha
otorgado este regalo sobre el hombre y establecido las condiciones para amar y
dar.
Sugerir que a Dios le faltaría “poder” (negando así
Su soberanía), si Él ofreciera la salvación y algunos la rechazaran es no
entender el asunto. El poder y el amor no pertenecen a la misma discusión. De hecho,
de las muchas cosas que hemos visto que Dios no puede hacer, una falta de “poder”
no es la razón para ninguna de ellas, ni tampoco Su soberanía es mitigada en lo
más mínimo por cualquiera de ellas.
Así pues, para que a la humanidad le haya sido dado
por Dios el poder de elegir amarlo o no, y recibir o rechazar el regalo
gratuito de la salvación; lejos de negar la soberanía de Dios, es admitir lo
que la soberanía de Dios en sí ha proporcionado amorosa y maravillosamente.
Que voluntariamente
podamos responder desde el corazón a Su amor con nuestro amor y, en gratitud
por Su gran regalo, proclamar las buenas nuevas a otros.
Notas
1 Arthur W. Pink, The
Sovereignty of God (Baker Book House, 1984), 240.
2 Edwin H. Palmer, the five points of Calvinism (Baker Books, 1999), 25.
2 Edwin H. Palmer, the five points of Calvinism (Baker Books, 1999), 25.
3 C. Norman Sellers,
Election and Perseverance (Schoettle Publishing Co., 1987), 3.
4 Augustine of Hippo, The
City of God (n.p.n.d.), V. 10.
5 W.E. Best, Free Grace
Versus Free Will (W.E. Best Books Missionary Trust, 1977), 35.
6 Junius B. Reimensnyder,
Doom Eternal (N.S. Quiney, 1880), 257; cited in Samuel Fisk, Calvinistic Paths
Retraced (Biblical Evangelism Press, 1985), 223.
7 Edward B.
Pusey, What Is Of Faith As To Everlasting Punishment? (James Parker & Co., 1881), 22-23; cited in
Fisk, op. cit., 222.
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Traducido por
Donald Dolmus
En Defensa de la Fe
(endefensadelafe.org)
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