Las Secuelas de la Muerte
Si hace 50 años me hubieras preguntado qué pasa cuando mueres, te habría dado una respuesta patética.
Te hubiera dicho que, cuando mueres, tu alma se duerme hasta que el Señor regrese. Al regreso del Señor, tu alma es resucitada y juzgada, y eres enviado al infierno o se te permite entrar al cielo.
Mi concepto del cielo era la de un mundo espiritual donde los salvos pasan la eternidad como espíritus incorpóreos, flotando en las nubes, tocando arpas.
Una Visión Equivocada
No hace falta decir que no podía entusiasmarme mucho con todo eso. Ciertamente no me gustaba la idea de estar inconsciente en la tumba durante eones de tiempo. Tampoco podía desarrollar ningún entusiasmo por la perspectiva de ser un espíritu incorpóreo sin una identidad o personalidad particular.
Y la idea de tocar el arpa por toda la eternidad era absolutamente escandalosa, ¡porque me habían enseñado que la música de instrumentos en la adoración era una abominación!
Pueden imaginar, por lo tanto, la sensación de conmoción que sentí cuando comencé a estudiar la profecía bíblica y descubrí que todas estas ideas mías acerca de la vida después de la muerte eran ajenas a la Palabra de Dios. Pero mi conmoción rápidamente dio paso a la euforia cuando descubrí lo que el Señor realmente tiene reservado para los creyentes.
La Perspectiva Bíblica
Aprendí de la Palabra de Dios que, cuando aquellos de nosotros que somos cristianos morimos, nuestros espíritus nunca pierden su conciencia (Filipenses 1:23). En cambio, nuestros espíritus plenamente conscientes son inmediatamente conducidos a la presencia de Jesús por Sus santos ángeles (2 Corintios 5:8).
Nuestros espíritus permanecen en la presencia del Señor hasta que Él aparezca por Su Iglesia. En ese momento, Él trae nuestros espíritus con Él, resucita nuestros cuerpos, reúne nuestros espíritus con nuestros cuerpos, y luego glorifica nuestros cuerpos, perfeccionándolos y haciéndolos eternos (1 Tes. 4:13-18).
Regresamos con Él al cielo en nuestros cuerpos glorificados donde se nos juzga por nuestras obras para determinar nuestros grados de recompensas (2 Corintios 5:10). Cuando se complete este juicio, participamos en una gloriosa fiesta de boda para celebrar la unión de Jesús y Su Novia, la Iglesia (Ap. 19:7-9).
Testigos de Gloria
Al concluir la fiesta, irrumpimos de los cielos con Jesús y regresamos con Él a la tierra en gloria (Ap. 19:14). Somos testigos de Su victoria en Armagedón; gritamos “¡Aleluya!”, mientras es coronado Rey de reyes y Señor de señores; y nos deleitamos en Su gloria cuando comienza a reinar sobre toda la tierra desde el Monte Sion en Jerusalén (Zac. 14:1-9; Ap. 19:17-21).
Durante mil años participamos en ese reinado, ayudándole con la instrucción, administración, y la aplicación de Sus leyes perfectas (Ap. 20:1-16). Vemos la tierra generada y la naturaleza reconciliada (Is. 11:6-9). Vemos abundar la santidad y la tierra inundada de paz, rectitud y justicia (Miqueas 4:1-7).
Al final del reinado milenial del Señor, somos testigos de la liberación de Satanás para engañar a las naciones. Vemos la naturaleza verdaderamente despreciable del corazón del hombre, cuando millones se unen a Satanás en su intento de derrocar el trono de Jesús. Pero volveremos a gritar “¡Aleluya!”, cuando seamos testigos de la destrucción sobrenatural de los ejércitos de Satanás y veamos a Satanás mismo arrojado al infierno, donde será atormentado para siempre (Ap. 20:7-10).
Luego seremos testigos del Juicio del Gran Trono Blanco, cuando los injustos sean resucitados para presentarse delante de Dios. Veremos santidad y justicia perfectas en acción, cuando Dios pronuncie Su terrible juicio sobre esta congregación de los condenados, que han rechazado Su don de amor y misericordia en Jesucristo (Ap. 20:11-13).
Jesús será plenamente reivindicado, ya que toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor. Entonces los injustos recibirán su justa recompensa, cuando sean arrojados al lago de fuego (Ap. 20:14-15).
Testidos de una Nueva Creación
Luego presenciaremos la exhibición de fuegos artificiales más espectacular de toda la historia.
Seremos llevados a la Nueva Jerusalén, la mansión eterna preparada por Jesús para Su Novia, y desde allí veremos cómo Dios renueva esta tierra con fuego, quemando toda la inmundicia y contaminación dejada por la última batalla de Satanás (2 Pedro 3:12-13).
Así como los ángeles se regocijaron cuando Dios creó el universo, nos regocijaremos al ver a Dios sobrecalentar esta tierra y remodelarla como una bola de cera caliente en la Tierra Nueva, la tierra eterna, el paraíso donde viviremos para siempre en la presencia de Dios (Ap. 21:1).
¡Qué momento tan glorioso será cuando nos bajen bajados a la Tierra Nueva dentro de la fabulosa Nueva Jerusalén! (Ap. 21:2). Dios descenderá del cielo y morará con nosotros (Ap. 21:3). Él proclamará: “He aquí yo hago todas las cosas nuevas” (Ap. 21:5).
Veremos a Dios cara a cara (Ap. 22:4). Enjugará todas nuestras lágrimas (Ap. 21:4). La muerte ya no existirá (Ap. 21:4). Se nos darán nuevos nombres (Ap. 2:17), y existiremos como personalidades individuales revestidas por cuerpos perfectos (Fil. 3:21). Y creceremos eternamente en el conocimiento de, y el amor por, de nuestro Creador infinito, honrándolo con nuestros talentos y dones.
¡Ahora sí que puedo emocionarme por eso!
La Palabra Versus la Tradición
¿No es sorprendente lo lejos que podemos alejarnos de la Palabra de Dios cuando dejamos de leer Su Palabra y comenzamos a hablar de las tradiciones de los hombres?
A medida que seguía haciendo un descubrimiento tras otro en la Palabra Profética de Dios que iba en contra de lo que me habían enseñado, comencé a preguntarme sobre el origen de las doctrinas que había aprendido. No tardé mucho en descubrir que la fuente era la filosofía griega.
El primer intento de mezclar los conceptos de la filosofía griega con las enseñanzas de la Palabra de Dios llegó muy temprano en la historia de la Iglesia. El intento se llamó gnosticismo. La herejía gnóstica surgió entre los primeros conversos gentiles porque trataron de helenizar las Escrituras, es decir, trataron de hacer que las Escrituras se ajustaran a los principios básicos de la filosofía griega.
Los griegos creían que el universo material, incluido el cuerpo humano, era malo. Esta visión negativa de la creación era diametralmente opuesta al pensamiento hebreo, como se revela en la Biblia. Para la mente hebrea, el mundo fue creado bueno (Génesis 1:31). Y, a pesar de que la bondad de la creación fue corrompía por el pecado del hombre (Isaías 24:5-6), la creación aún refleja en cierto grado la gloria de Dios (Salmos 19:1). Lo más importante es que la creación algún día será redimida por Dios (Romanos 8:18-23).
La Herejía Gnóstica
Cuando los primeros gentiles se convirtieron al Evangelio, su mentalidad griega colisionó inmediatamente con algunas de las enseñanzas fundamentales del cristianismo. Por ejemplo, se preguntaban: “¿Cómo pudo Jesús haber venido en la carne si Él era Dios? Dios es santo. ¿Cómo puede El que es santo encerrarse en un cuerpo que es malo?”.
En resumen, porque veían el universo material como malo, no podían aceptar la enseñanza de la Biblia de que Dios se encarnó. Su respuesta fue desarrollar la herejía gnóstica de que Jesús era un ser espiritual o fantasma que nunca se encarnó y, por lo tanto, nunca experimentó la muerte física.
Esta herejía es denunciada fuertemente en la Escritura. En 1 Juan 4:1-2, se nos dice que probemos a quienes buscan nuestra comunión espiritual, pidiéndoles que confiese “que Jesucristo ha venido en carne...”.
La Corrupción Agustiniana
Alrededor del año 400 d. C., un notable teólogo llamado San Agustín, intentó helenizar lo que las Escrituras enseñaban sobre los eventos del tiempo del fin y la vida después de la muerte. Agustín tuvo mucho éxito en su intento. Sus puntos de vista fueron adoptados por el Concilio de Éfeso en el año 431 d. C., y han permanecido como dogma católico hasta este día.
La influencia de la filosofía griega no permitió que Agustín aceptara lo que la Biblia enseñaba sobre la vida después de la muerte. Por ejemplo, negó que los santos resucitados gobernarían en la tierra durante mil años en un reino encabezado por Jesús — un concepto que se enseña claramente en toda la Biblia y cuyo período de tiempo se menciona específicamente seis veces en Apocalipsis 20.
En cambio, Agustín argumentó que ahora estamos en el Milenio, con Jesús reinando desde el Cielo. Descartó los mil años como una expresión figurativa que sólo simbolizaba un largo período de tiempo. Para él, era el lapso de tiempo entre la Primera y la Segunda Venida de Jesús.2
Con respecto al estado eterno, Agustín aceptó el concepto de que los creyentes vivieran en cuerpos glorificados eternamente en una nueva tierra, pero lo hizo porque creía que los nuevos cuerpos y la nueva tierra estarían libres de pecado.3
Pero muchos, si no la mayoría, de sus seguidores llevaron sus espiritualizaciones a los extremos, argumentando que la Nueva Tierra era sólo un nombre en clave para el Cielo, y que nuestra existencia eterna consistiría en que viviríamos para siempre en un mundo etéreo como espíritus incorpóreos flotando en las nubes.4
Las opiniones de Agustín son sostenidas por la mayoría de los cristianos profesantes hoy, tanto católicos como protestantes. Eso significa que la mayoría del cristianismo hoy enseña filosofía griega en lugar de la Palabra de Dios cuando se trata del ámbito de la profecía del tiempo del fin y la vida después de la muerte.
El Estado Intermedio
Algunas de las mayores confusiones sobre la vida después de la muerte se relacionan con el estado intermedio entre la muerte y la eternidad. Algunas personas abogan por un concepto llamado “sueño del alma”. Argumentan que tanto los salvos como los no salvos están inconscientes después de la muerte hasta el regreso de Jesús.
Pero la Biblia deja muy claro que nuestro espíritu no pierde la conciencia con la muerte. Lo único que “se duerme” es nuestro cuerpo, en un sentido simbólico (porque un día nuestros cuerpos “despertarán” cuando resucitemos).
Pablo dice en 2 Corintios 5:8 que preferiría estar “ausentes del cuerpo, y presentes al Señor”. En Filipenses 1:21, observa: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. Luego añade en el versículo 23 que su deseo es “partir y estar con Cristo”. ¡Pablo ciertamente no esperaba estar en coma después de su muerte!
Si entonces nuestros espíritus retienen su conciencia después de la muerte, ¿a dónde van? La Biblia enseña que antes de la resurrección de Jesús, los espíritus muertos iban a un lugar llamado Hades (“Seol” en el Antiguo Testamento). Los espíritus existían allí conscientemente en uno de dos compartimentos, ya fuera el Paraíso o el Tormento. Este concepto se muestra gráficamente en la historia de Jesús del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31).
La Biblia indica que después de la muerte de Jesús en la Cruz, descendió al Hades y declaró a todos los espíritus allí Su triunfo sobre Satanás (1 Pedro 3:18-19; 4:6). La Biblia también indica que después de Su resurrección, cuando ascendió al Cielo, Jesús tomó el Paraíso con Él, transfiriendo los espíritus de los santos del Hades al Cielo (Efesios 4:8-9; 2 Corintios 12:1-4). Los espíritus de los santos muertos se describen posteriormente en el Cielo, ante el trono de Dios (vea Ap. 6:9; 7:9).
Pablo confirma que el Paraíso fue trasladado al Cielo en 2 Corintios 12:1-4, donde dice que fue “arrebatado hasta el tercer cielo”, donde reside Dios. Luego se refiere a este lugar como el Paraíso.
Los espíritus de los justos muertos no podían directamente ir al Cielo antes de la Cruz, porque sus pecados no estaban perdonados. En cambio, sus pecados fueron simplemente cubiertos por su fe. El perdón de sus pecados tuvo que esperar el derramamiento de la sangre de Cristo (Levítico 17:11; Romanos 5:8-9; Hebreos 9:22).
Pero, desde el tiempo de la Cruz, los que mueren en el Señor son llevados directamente al Cielo porque hoy, cuando una persona recibe a Jesús como Señor y Salvador, los pecados de esa persona son perdonados y olvidados. El estado de los incrédulos, sin embargo, sigue siendo el mismo de siempre. Sus espíritus van al Hades, al compartimento llamado Tormentos, donde esperan su juicio final y su confinamiento en el Infierno.
El Cuerpo Intermedio
Durante el estado intermedio, entre la muerte y la resurrección, ¿cuál es la naturaleza de la existencia de los salvados y los perdidos? ¿Se convierten en espíritu puro en la naturaleza? La respuesta es no, en absoluto.
Sólo Dios es espíritu (Juan 4:24). Los seres humanos, al igual que los ángeles, fueron creados para tener cuerpos. Como dice Pablo en 2 Corintios 5:3, “no seremos hallados desnudos”.
Cuando nos despojamos de nuestros cuerpos mortales en la muerte, con la separación del espíritu del cuerpo, la Biblia enseña claramente que recibimos un cuerpo espiritual intermedio — intermedio entre nuestro cuerpo mortal actual y el cuerpo inmortal que recibiremos en el momento en que resucitemos. La evidencia de este hecho se puede encontrar en varios lugares de la Biblia.
- Cuando el rey Saúl quiso saber cómo le iría en una próxima batalla, fue a ver a una bruja en Endor y le pidió que llamara a Samuel de entre los muertos, para que pudiera consultar con él. Evidentemente, pensando que su espíritu demoníaco familiar aparecería, la bruja se asombró cuando Samuel apareció en su lugar y procedió a condenar a Saúl por traficar con el ocultismo (1 Samuel 28:7-19). Tanto ella como Saúl reconocieron a Samuel cuando apareció.
- Cuando Jesús contó la historia de Lázaro y el rico, dejó en claro que se reconocieron completamente después de que murieron y sus espíritus fueron al Hades — Lázaro al compartimento llamado el Paraíso, y el rico al compartimento llamado Tormentos. Sus espíritus fueron incorporados a cuerpos identificables (Lucas 16:19-31).
- En Su transfiguración, Moisés y Elías se unieron a Jesús, y los apóstoles que estaban presentes pudieron reconocer a ambos hombres mientras hablaban con Jesús (Mateo 17:1-7).
- Cuando el apóstol Juan fue llevado al Cielo, vio una inmensa multitud de personas vestidas de blanco frente al trono de Dios, con ramas de palma en sus manos. Cuando preguntó quiénes eran, se le dijo que eran mártires que estaban saliendo de la Gran Tribulación (Ap. 7:9-15).
En cada uno de estos casos, vemos personas muertas cuyos espíritus se han incorporado a cuerpos reconocibles que están vestidos.
Un Resumen
Entonces, ¿qué pasa cuando mueres? Si eres un hijo de Dios, tu espíritu es inmediatamente conducido a la presencia de Jesús por Sus santos ángeles. Te dan un cuerpo espiritual intermedio, y permaneces en el Cielo, en la presencia de Dios, hasta el momento del Rapto.
Cuando Jesús viene por Su Iglesia, Él trae tu espíritu con Él, resucita tu cuerpo y vuelve a poner tu espíritu en ese cuerpo. Luego glorifica tu cuerpo, haciéndolo eterno en naturaleza (1 Corintios 15 y 1 Tes. 4). Reinas con Jesús por mil años y luego vives eternamente con Él en la nueva tierra (Ap. 20-22).
Si no eres un hijo de Dios, entonces tu espíritu va al Hades en tu muerte, donde vives en un cuerpo espiritual intermedio. Este es un lugar de tormentos, donde estás cautivo hasta la resurrección de los injustos, que tiene lugar al final del reinado milenario de Jesús. En esa resurrección, usted es llevado ante el Gran Trono Blanco de Dios, donde es juzgado por sus obras y luego condenado a la “muerte segunda”, que es el “lago de fuego” o el infierno (Ap. 20:11-15).
Preparándose para la Eternidad
Una cosa es cierta: “Toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que ‘¡Jesús es el Señor!’” (Isaías 45:23 y Romanos 14:11). Tu destino eterno será determinado por el momento en que hagas esta confesión.
Si se hace antes de que mueras, entonces pasarás la eternidad con Dios. Si no, entonces harás la confesión en el juicio del Gran Trono Blanco antes de que seas arrojado al Lago de Fuego. Para pasar la eternidad con Dios, tu confesión de Jesús como Señor debe hacerse ahora. Te insto a que hagas esta sencilla oración:
Amado Padre Celestial, vengo a ti confesando que soy un pecador y que deseo arrepentirme de mis pecados y recibir a tu Hijo, Jesús, como mi Señor y Salvador. Dame el don de tu Espíritu Santo para que pueda nacer de nuevo, para que pueda ser sellado para la redención y para que pueda ser reconciliado contigo. En el nombre de Jesús, te lo ruego, Amén.
Lo siguiente que debes hacer es buscar una iglesia que crea en la Biblia y exalte a Jesús. donde puedas hacer una profesión pública de tu fe en Jesús y ser bautizado. Luego, busca un grupo de estudio bíblico, donde puedas participar en un estudio sistemático de la Palabra de Dios.
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