jueves, 16 de enero de 2025

Libro: Cómo Morir con una Sonrisa en el Rostro – Capítulo 2 (Parte 1 de 2)

Una Muerte Personal  

Por Dr. David R. Reagan

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Y oí [el apóstol Juan] una voz que me decía desde el cielo: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor”. — Apocalipsis 14:13

En 1980, decidí abandonar mi carrera académica como profesor de derecho y política internacional. Lo hice porque me sentí llamado por Dios a dar un paso de fe y comenzar a enseñar profecía bíblica y a proclamar el pronto regreso de Jesús. Esta decisión resultó en la fundación del Ministerio Cordero y León.

Casi de inmediato, el Señor comenzó a instarme a estudiar las secuelas de la muerte, algo de lo que sabía muy poco. Esto me llevó a escribir un artículo para la revista del ministerio que se tituló: “¿Qué Pasa Cuando Mueres?”.

Evidentemente, el artículo se dirigía a un área de intensa curiosidad cristiana porque tuvo una gran repercusión. La gente me colmó de agradecimientos y me pidió varias copias del artículo para distribuirlas a familiares y amigos.

Con el tiempo, esto llevó a la publicación de una versión ampliada del artículo en forma de folleto.1 Una vez más, fue recibido con gran entusiasmo. Y esa respuesta me motivó a escribir un libro en 2010 titulado “Eternidad: ¿Cielo o Infierno?”.2

En la década de 1990, tanto mi mamá como mi papá pasaron de esta vida a la presencia del Señor, y descubrí que una cosa era escribir objetivamente sobre la muerte y otra muy distinta experimentar subjetiva y emocionalmente la muerte de un miembro querido de la familia.

Ese sentimiento se intensificó enormemente con la muerte de mi esposa, Ann, en agosto de 2020, después de haber estado casados durante 60 años.

El Comienzo de las Aflicciones de mi Esposa

Ann era maestra de primer grado cuando comenzó su viaje de 18 años de regreso al Señor en agosto de 2001. Estaba en la escuela preparándose para el día de apertura de la semana siguiente. De repente sufrió un fuerte dolor en la zona del omóplato izquierdo. El dolor era tan intenso que la tiró al suelo.

Recibí una llamada telefónica en la oficina de mi ministerio para comunicarme que Ann había sufrido lo que parecía ser un ataque al corazón y que la habían llevado de urgencia al hospital en una ambulancia. Me dirigí de inmediato al hospital y, cuando llegué, los médicos me dijeron que le estaban haciendo pruebas para determinar qué le pasaba. Me dijeron que me sentara en la sala de espera de emergencias. Así lo hice, y esperé durante lo que me pareció una eternidad.

Finalmente, un médico salió y me informó que definitivamente no había experimentado un ataque al corazón. Dijo que tenía mucho dolor y que no tenían idea de lo que le pasaba. Preguntó si podían darle una inyección de morfina para calmar su dolor. Estuve de acuerdo. Más tarde, me dijeron que la morfina casi la mata. ¡Le provocó un shock anafiláctico!

Al día siguiente fue dada de alta del hospital todavía sufriendo muchas molestias, principalmente en el pecho. La llevé a un médico internista, que le diagnosticó fibromialgia — algo de lo que yo nunca había oído hablar.

Nos advirtieron que el mayor enemigo de la “Fibro” es el estrés y que, en consecuencia, lo más probable es que Ann tendría que retirarse de su carrera como maestra de primer grado. Eso resultó ser cierto, y se vio obligada a renunciar a su carrera de 30 años de enseñar a leer y escribir a niños de primer grado.

La ironía de todo esto era el hecho de que Ann había vivido en perfecto estado de salud durante 61 años. Nunca se había sometido a una operación de ningún tipo — ni siquiera a una apendicectomía o una amigdalectomía. De hecho, cuando se jubiló, tenía 180 días de baja acumulada. Pero, de la noche a la mañana, su vida había cambiado radicalmente.

Un Viaje Médico

Y así comenzó un largo viaje de visitas a médicos y clínicas en busca de algún alivio para Ann del dolor crónico de la Fibro. Probó con medicamentos, suplementos, masajes y ejercicio. Nada parecía funcionar. Mientras tanto, se nos había advertido que la Fibro probablemente se transformaría en lo que se llama “Síndrome de Fatiga Crónica”. Esto finalmente sucedió, y Ann comenzó a sentirse cansada todo el tiempo.

Luego, en la primavera de 2011, recibí una segunda llamada telefónica que resultó devastadora — aunque en ese momento no parecía haber nada de malo en ella. Esta vez, la llamada era de Ann. Parecía angustiada. Dijo que un trabajador que teníamos haciendo algunas reparaciones en la casa había terminado y que estaba tratando de pagarle. Cuando le pregunté qué le pasaba, me explicó que había intentado escribirle un cheque y parecía que no podía poner toda la información en las líneas correctas. ¡Había estropeado un total de cinco cheques! Le dije que le pagara con tarjeta de crédito.

No le presté mucha atención a la llamada. Había estado despierta hasta tarde la noche anterior, y supuse que estaba fatigada.

Pero las cosas se fueron volviendo caóticas poco a poco. Durante las siguientes semanas y meses, no pudo transferir sus cheques de su chequera a nuestro libro mayor. Los números estaban revueltos, ¡como si hubiera desarrollado dislexia de la noche a la mañana!

Luego comenzaron a suceder cosas raras, como cuando nos sentamos una noche a comer, y ella no pudo encontrar una olla de frijoles que decía haber preparado para la comida. ¡Tres días después, encontré la sartén llena de frijoles debajo del fregadero de la cocina! Sus lapsus de memoria como éste se volvieron cada vez más frecuentes.

El punto de inflexión llegó en diciembre de 2011, cuando me encontraba en el hospital recuperándome de una operación de reemplazo de rodilla. Ella vino a visitarme y me dijo: “He tomado una decisión importante que realmente va a impactar nuestras vidas". No podía empezar a imaginar lo que tenía en mente, y me sorprendió cuando lo reveló. “He decidido”, dijo, “no volver a conducir mi coche”. Cuando le pregunté por qué, me dijo que no sabía por qué, excepto que había empezado a sentirse incómoda e insegura al conducir. Fiel a su palabra, nunca volvió a conducir un automóvil, y eso requirió muchos cambios en la forma en que vivíamos.

Este incidente me convenció de que algo andaba muy mal con Ann, porque sabía por experiencia, que dejar de conducir es una de las cosas más difíciles de hacer para cualquier persona mayor, ya que esto significa el fin de su independencia.

Junto con su menguante memoria, Ann comenzó a experimentar la pérdida de su vista. Siempre había usado lentes de contacto, pero ya no parecían funcionar para ella. Consiguió unas gafas normales, pero no hubo mejora. Finalmente, se sometió a una cirugía de cataratas, pero fue en vano.

En ese momento, consulté varias fuentes para encontrar al mejor oftalmólogo de Texas, y llevé a Ann para que él la examinara. Procedió a hacerle todas las pruebas imaginables. Cuando terminó, levantó las manos con total frustración y dijo: “Sus ojos están bien. El problema debe ser la forma en que el cerebro está procesando las imágenes”. Demostró tener toda la razón, aunque él no lo sabía en ese momento.

Seguí llevando a Ann a un médico tras otro sin éxito en el diagnóstico de su estado general. Los oftalmólogos seguían desconcertados. Los neurólogos estaban igualmente desconcertados. Cada uno le hacía una prueba para detectar el Alzheimer y siempre la aprobaba.

El Punto de Inflexión

El quinto neurólogo al que la llevé fue quien nos indicó la solución del misterio. Después de sus exámenes, confesó su confusión. Pero, luego, dijo: “Sugiero que la lleven a los médicos de la clínica de neurología del Centro Médico de la Universidad de Texas Southwestern, en Dallas”. Explicó: “Han visto afecciones extrañas y raras que el neurólogo promedio nunca ha visto. Si alguien puede diagnosticarla, son ellos”.

Pasaron casi cuatro meses hasta que Ann fue admitida en la clínica. Dos médicos se sentaron con ella y comenzaron a hacerle preguntas. En cinco minutos, se dirigieron a mí y me dijeron que sabían exactamente qué le pasaba. “Ella tiene un caso clásico de síndrome de Benson”, dijeron. Les dije que nunca había oído hablar de él. Dijeron: “Es tan raro que la mayoría de los médicos tampoco han oído hablar de él”.

Procedieron a explicar que es una condición que comienza en la base del cerebro. Destruye toda habilidad matemática casi de la noche a la mañana. Luego comienza a destruir la vista. Finalmente, comienza a producir una pérdida de memoria a corto plazo. Era una descripción perfecta de lo que le estaba sucediendo a Ann.

La Tragedia de la Demencia

En los años que siguieron, la vista de Ann desapareció gradualmente y su demencia se intensificó. En el proceso, descubrí que simplemente no hay palabras para describir adecuadamente el horror de la demencia.

La demencia es un camino muy oscuro que hay que recorrer. Tiene muchos hitos, la mayoría de los cuales son desgarradores. Es difícil ver cómo una persona olvida cómo hacer las cosas fundamentales de la vida. Y es particularmente duro verla tomar conciencia de su condición.

El hito más difícil para mí llegó en 2014. Ann y yo siempre comenzamos cada día con un tiempo devocional juntos. Yo leía el Antiguo Testamento y ella leía el Nuevo Testamento. Luego leíamos un libro devocional y orábamos juntos. La mañana en la que estoy pensando fue cuando le tocó el turno a Ann de leer, y ella se quedó sentada mirando su Biblia, sin decir nada. Cuando le pregunté qué le pasaba, se volvió hacia mí llorando y dijo: “Ya no puedo leer”.

Aquí estaba una señora que había dedicado 30 años de su vida a enseñar a los niños a leer y escribir y, ahora, ya no podía leer.

Otro día memorable ocurrió un año después, en 2015, cuando me desperté una mañana y la encontré desaparecida. Me levanté de un salto y comencé a registrar la casa. La encontré acostada en un sofá en nuestra sala de devoción con una pequeña toalla de cocina en las piernas. Tenía tanto frío que temblaba. Mientras la acompañaba de regreso a su cama, de repente se volvió hacia mí y dijo: “Sabes, cariño, no soy la persona que solía ser”.

A pesar de todo su enorme sufrimiento, Ann nunca se dejó llevar por la autocompasión. Cuando le decía: “Lamento mucho que estés experimentando tanto sufrimiento”, ella siempre respondía diciendo: “Oh, hay muchas personas que están sufriendo mucho más que yo”.

A este respecto, después de su muerte, encontré la siguiente declaración que ella había escrito en su Biblia al final del libro de Job:

“La gran lección de este libro es que, si realmente conocemos a Dios, no necesitamos saber por qué nos permite experimentar lo que no entendemos. Él tiene el control y nos ama, incluso cuando parece que no lo hace”.

Traducido por Donald Dolmus
Ministerio En Defensa de la Fe (endefensadelafe.org)

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