Debido a que el mundo evangélico de hoy cree en gran medida que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico, comenzamos un estudio que narra lo que la Biblia enseña con respecto a este importante tema del reino. Que habrá un futuro reino mesiánico en la tierra ha sido revelado hasta ahora a través de la intención divina de restaurar el oficio de Administrador Teocrático (Génesis 1:26-28) que se perdió en el Edén (Génesis 3). Del mismo modo, la promesa de un reinado futuro, terrenal y mesiánico fue profetizada en el Pacto Abrahámico (Génesis 15) y sub-pactos relacionados. Si bien estos pactos garantizan que el reino algún día vendrá a la tierra a través de Israel, de acuerdo con el Pacto Mosaico, la manifestación final del reino está condicionada a la aceptación de Cristo por parte de la nación como su tan esperado rey durante los eventos del futuro período de la Tribulación. Artículos anteriores también explicaron cómo Dios restauró el oficio de Administrador Teocrático que se perdió en el Edén, al menos en un sentido limitado, en el Sinaí. Este arreglo teocrático cubrió la mayor parte de la historia del Antiguo Testamento cuando Dios, incluso después del tiempo de Moisés, gobernó Israel indirectamente a través de Josué, varios jueces y, finalmente, los reyes de Israel, hasta que el cautiverio babilónico terminó con la Teocracia. Tal terminación inició un tiempo oscuro en la historia judía conocido como los “Tiempos de los gentiles” (Lucas 21:24; Apocalipsis 11:2), cuando la nación no tenía un rey davídico reinando en el Trono de David, ya que Judá sería pisoteado por varias potencias gentiles. En el contexto de tal esclavitud entró Jesucristo, el heredero legítimo del Trono de David. Los relatos de los Evangelios identifican a Cristo como el tan esperado heredero real profetizado en el Antiguo Testamento.
El Ofrecimiento del Reino
Como se señaló
anteriormente, cuando el Pacto Abrahámico y los sub-pactos relacionados se
consideran en armonía con el Pacto Mosaico, la estructura pactual de Israel se
puede describir mejor como un pacto incondicional con una bendición
condicional. En otras palabras, cualquier generación judía debe satisfacer el
Pacto Mosaico condicional antes de que puedan entrar las bendiciones
incondicionales del Pacto Abrahámico. Tal condición sólo puede satisfacerse si
Israel entroniza al rey elegido por Dios (Dt. 17:15). Por lo tanto, le
correspondía al Israel del siglo I entronizar a Cristo para poder recibir todas
sus bendiciones pactuales.
La oportunidad para
que el Israel del siglo I entronizara a Cristo y, en consecuencia, experimentar
todas estas bendiciones se conoce como “el ofrecimiento del reino”. La idea
está capturada en la expresión: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se
ha acercado”, proclamada a la nación primero por Juan el Bautista (Mt. 3:1–2);
luego Cristo (Mt. 4:17); luego los Doce (Mt. 10:5–7); y finalmente los Setenta
(Lc. 10:1, 9). Lo que esta expresión significa es que el gobierno indiscutible
que Dios experimenta en el cielo se había acercado a la tierra en la persona de
Jesucristo, el ansiado rey davídico. Se le llama “el reino de los cielos” ya
que el reino será inaugurado por el “Dios del cielo”. Observe cómo Daniel
conecta a este “Dios del cielo” con Su reino venidero: “Y en los días de estos
reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás
destruido…” (Dn. 2:44). Debido a que el rey estaba presente, la oportunidad de
entronizarlo fue una realidad para el Israel del primer siglo. Sin embargo, la
expresión “se ha acercado”, no significa que el reino había llegado. Más bien,
el reino estaba cerca, en un estado de inminencia o expectativa inmediata, ya
que la presencia del rey le permitía al Israel del primer siglo tomar una
decisión genuina de entronizar a Cristo, y así entrar en sus bendiciones
pactuales.
Observe que la
palabra “reino” en la expresión, “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se
ha acercado”, no fue definida por Juan el Bautista, Cristo, los Doce, y los
Setenta. Esta falta de una definición del Nuevo Testamento muestra que la
noción del reino se entendía por cómo el concepto ya se había desarrollado en
el Antiguo Testamento. Como hemos aprendido, el Antiguo Testamento define y
describe específica y descriptivamente un venidero reino mesiánico terrenal.
Este reino se anticipa en el oficio de Administrador Teocrático que se perdió
en el Edén, en los pactos bíblicos, en la teocracia terrenal que gobierna a
Israel desde la época de Moisés hasta Sedequías, y en las predicciones de los
profetas del Antiguo Testamento. Si el Israel del primer siglo hubiera
entronizado a Cristo, este reino terrenal se habría convertido en una realidad,
no sólo para la nación, sino también para el mundo entero. Los pactos de Israel
se habrían cumplido, y los Tiempos de los Gentiles habrían terminado.
El Israel del Primer Siglo Rechaza el Ofrecimiento del Reino
A pesar de la
oportunidad sin precedentes para el establecimiento del reino mesiánico, debido
a la presencia del Rey entre los judíos del primer siglo, trágicamente, Israel
rechazó el ofrecimiento del reino. ¿Por qué el Israel de la época de Cristo
rechazó la oportunidad de establecer el reino? Se pueden dar al menos dos
razones. Primero, Cristo enfatizó en el Sermón del Monte que el reino no era
sólo físico y político, sino también moral y espiritual (Mateo 5‒7). Aquí,
Cristo reiteró lo que el Antiguo Testamento ya había revelado, que, aunque el
reino ciertamente sería terrenal y terrestre, también sería moral y ético (Ez.
37:23‒24). Por lo tanto, los ciudadanos del reino de Cristo exhibirían ciertas
cualidades morales (Mt. 5:3–12). Debido a que Israel estaba más interesado en
un reino físico y político, que derrocaría a una Roma opresiva, que en un reino
espiritual y moral (Juan 6:15, 26), el énfasis de Cristo en las características
morales de Su reino preparó el escenario para el rechazo final de Israel al ofrecimiento
del reino.
En segundo lugar,
Israel persiguió la justicia por medio del esfuerzo propio, en lugar de aceptar
la justicia imputada o transferida ofrecida por Cristo (Mt. 5:20). El sistema
farisaico orientado a las obras de Israel (Marcos 7:13), hizo que la nación tropezara
con el simple mensaje de que la justicia sólo se puede obtener por la fe sola
(Juan 6:28‒29). Romanos 9:30‒32 explica: “¿Qué, pues, diremos? Que los
gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la
justicia que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la
alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la
ley, pues tropezaron en LA PIEDRA DE TROPIEZO”. Si bien un pequeño remanente
judío aceptó el mensaje de Cristo, el quid de la nación, así como el liderazgo
de la nación, tropezaron con él.
Los Evangelios
revelan cuidadosamente el rechazo de Israel al ofrecimiento del reino. El punto
decisivo se encuentra en Mateo 12:24. Cuando los fariseos no pudieron explicar
uno de los muchos milagros de Cristo, en cambio atribuyeron la realización del
milagro a los poderes satánicos. En este punto, la expresión, “Arrepentíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2; 4:17; 10:5–7)
prácticamente desaparece del Evangelio de Mateo. El concepto no resurge hasta
que el ofrecimiento se extender a una generación distante de judíos durante el
período de la Tribulación (Mt. 24:14). Tal ausencia significa que Dios quitó el
ofrecimiento del reino de la mesa cuando los fariseos demostraron incredulidad
cuando fueron confrontados por los milagros de Cristo. Este rechazo del
ofrecimiento fue ratificado por la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén, así
como por la decisión de la nación de entregar a Cristo a los romanos para ser
crucificado (Mt. 21–23; 26–27). El rechazo de Israel del ofrecimiento del reino
también está representado en la siguiente declaración de los líderes religiosos
de la nación a Pilato: “Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar?
Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César”. (Juan
19:15). Por lo tanto, Juan resume bien: “A
lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11).
Debido a que Israel rechazó el ofrecimiento del
reino, el reino mesiánico no se
estableció en el Primer Advenimiento de Cristo. En lugar de heredar Su legítimo
reino, Cristo nunca llegó a ser rey de la nación y, en consecuencia, fue
“cortado”, y heredó “nada” (Daniel 9:26a). Si bien el Pacto Abrahámico
incondicional impide que Israel pierda la propiedad
de las promesas pactadas, la falta de respuesta del Israel del primer siglo al
ofrecimiento del reino impidió que la nación poseyera estas bendiciones. Desde
el tiempo de Cristo hasta el día actual, Israel sigue siendo sólo el propietario y no el poseedor de las promesas pactadas. Aunque no ha sido cancelado, el reino mesiánico permanece
en un estado de aplazamiento. Así
como las generaciones pasadas de judíos fueron disciplinados por las
violaciones al Pacto Mosaico a manos de los babilonios y los asirios (2 Reyes
17; 25), el Israel del primer siglo que rechazó a Cristo también experimentó
disciplina divina (Dt. 28:49–50), por medio de la destrucción de Jerusalén y el
templo, que resultó en más de un millón de muertes judías, cuando Tito de Roma
invadió a Israel treinta y ocho años después de la época de Cristo, en los
horribles eventos del año 70 d.C. (Dn. 9:26b; Mt. 24:1–2; Lucas 19:41–44).
La Era Interina y el Aplazamiento del Reino
Debido al rechazo
de Israel del ofrecimiento del reino que resultó en el aplazamiento del reino
mesiánico, Cristo comenzó a explicar las condiciones espirituales que
prevalecerían durante la ausencia del reino. Este programa interino incluye Su
revelación de los misterios del reino (Mt. 13) y la iglesia (Mt. 16:18). Antes
de describir estas realidades espirituales, deben hacerse algunas observaciones
preliminares sobre esta nueva era interina.
Primero, el hecho
de que Dios sabía que Israel rechazaría el ofrecimiento del reino (Dn. 9:26a),
marcando así el comienzo de Su propósito eterno para la era interina, de
ninguna manera implica que el ofrecimiento del reino al Israel nacional no
fuera una oferta legítima o de buena fe. Un Dios todopoderoso puede usar el
libre albedrío de Sus criaturas para lograr Sus propósitos eternos. Chafer
explica:
…Dios no sólo conoce de antemano la elección que Sus criaturas harán, sino que Él mismo puede obrar en ellas tanto el querer como el hacer Su propio placer. Las Escrituras presentan muchos incidentes que revelan el hecho de que la voluntad de Dios es ejecutada por los hombres incluso cuando no tienen la intención consciente de hacer la voluntad de Dios… ¿Estuvo la muerte de Cristo en peligro de ser abortada y todos los tipos y profecías con respecto a Su muerte de ser demostrados falsos hasta que Pilato tomó su decisión con respecto a esa muerte?[1]
En otras palabras, cuando Israel, por su propia voluntad rechazó el ofrecimiento del reino, esa decisión fue utilizada por un Dios todopoderoso para marcar el comienzo de la siguiente fase importante de Su plan preordenado. Este plan implicaba tanto que Cristo pagara la deuda por el pecado al morir en la cruz, como la obra actual de Dios en la era interina.
Continuará
Notas Finales
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