Debido a que el mundo evangélico de hoy en gran parte cree que la iglesia está experimentando actualmente el reino mesiánico, comenzamos un estudio que narra lo que la Biblia enseña con respecto a este importante tema del reino. Que habrá un futuro reino mesiánico en la tierra se ha revelado hasta ahora a través de la intención divina de restaurar el oficio de Administrador Teocrático (Génesis 1:26–28), que se perdió en el Edén (Génesis 3), así como a través de la promesa de un reinado futuro, terrenal y mesiánico como fue profetizado en el Pacto Abrahámico (Génesis 15) y los sub-pactos relacionados.
La Partida y el Regreso
de la Teocracia
El siguiente lugar
importante en la Palabra de Dios que habla de la realidad de un futuro reino
mesiánico es la revelación del Pacto Mosaico, que Dios dio exclusivamente al
Israel nacional (Sal. 147:19–20), en el Monte Sinaí. Después de la Caída en el
Edén (Gn. 3), el reino teocrático dejó la tierra. Esta partida dejó al mundo
sin el beneficio del oficio de Administrador Teocrático, hasta la época de
Moisés. Esta realidad puede explicar por qué el apóstol Pablo describe el
período de tiempo espiritualmente oscuro entre Adán y Moisés de la siguiente
manera: “Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley,
no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés,
aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es
figura del que había de venir” (Ro. 5:13–14).
Aunque el período de tiempo entre Adán y Moisés fue ciertamente espiritualmente oscuro, la luz del oficio de Administrador Teocrático eventualmente regresó a la tierra a través de la revelación de Dios del Pacto Mosaico en el Sinaí. A pesar de cuatrocientos años de esclavitud en Egipto (Gn. 15:13–16), Dios benignamente redimió y liberó a Su pueblo por medio del Éxodo. Luego llevó a Su pueblo redimido al Sinaí y entró en un nuevo pacto con ellos llamado el “Pacto Mosaico”. Note la ocurrencia del término “reino” cuando Dios entró en este nuevo pacto con Israel. “Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado” (Ex. 19:5–6; itálicas añadidas).[1] Debido a que ésta es la primera referencia al término “reino” en relación con el reino de Dios en toda la Biblia, es razonable concluir que el oficio de Administrador Teocrático, que se perdió en el Edén, fue restaurado en la tierra, al menos en un sentido limitado, en el Sinaí. Así como Dios gobernó indirectamente a través de Adán en el Edén, Dios ahora comenzó a gobernar indirectamente sobre Israel a través de Su Administrador Teocrático, Moisés. Este arreglo teocrático cubrió la mayor parte de la historia del Antiguo Testamento ya que Dios, incluso después de la época de Moisés, gobernó a Israel indirectamente a través de Josué, y luego varios jueces y, finalmente, los diversos reyes de Israel.[2]
Un Pacto Incondicional con una Bendición Condicional
El Pacto Mosaico
también introdujo un nuevo componente en los tratos pactuales de Dios con
Israel. Este nuevo elemento debe entenderse para comprender el plan divino
concerniente a un futuro reino terrenal. Como se argumentó anteriormente, los
Pactos Abrahámico y Davídico son incondicionales. En otras palabras, descansan
completamente en Dios en lugar de en la actuación de Israel para su eventual
cumplimiento. Por el contrario, el Pacto Mosaico (Ex. 19–24) es condicional.
Observe los términos “si” y “entonces” [presentes en la versión inglesa NASB]
en Éxodo 19:5–6: Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y
guardareis mi pacto, entonces vosotros seréis mi especial tesoro
sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un
reino de sacerdotes, y gente santa” (itálicas añadidas). En otras palabras, si
Israel obedece los términos del Pacto Mosaico, entonces Dios bendecirá a la
nación física, material y espiritualmente.
La estructura
técnica pactual en el antiguo Cercano Oriente para este tipo de acuerdo se
conoce como un “Tratado Suzerain-Vassal” [amos o señores feudales, y vasallos;
nota del traductor]. Aquí, el señor feudal, o un superior, entra en un acuerdo
con un inferior, o vasallo. El vasallo promete quedar bajo la custodia
protectora del señor feudal. El señor feudal, a su vez, promete bendecir o
maldecir al vasallo, dependiendo de si el vasallo demuestra lealtad o
deslealtad al señor feudal, obedeciendo o desobedeciendo los términos
específicos del texto del pacto. En el caso del Pacto Mesiánico, el señor
feudal es Dios. Israel es el vasallo. El texto del pacto son los Diez
Mandamientos y todas sus aplicaciones, como se detalla en la Ley Mosaica (Ex.
19–24; Lv.; Dt.). Las bendiciones y maldiciones por la obediencia al pacto se
encuentran en Levítico 26 y Deuteronomio 28. En contraste con este acuerdo
señor-vasallo, el antes mencionado Pacto Abrahámico incondicional, y los
sub-pactos relacionados, representa un pacto del antiguo Cercano Oriente
conocido como “Tratado de Concesión Real”, donde un rey promete recompensar
incondicionalmente a un súbdito.
Si el Pacto
Abrahámico y sus sub-pactos relacionados son incondicionales, y el Pacto
Mosaico es condicional, entonces, ¿cómo trata Dios con Israel bajo ambos
pactos? La respuesta radica en entender la diferencia entre propiedad y posesión. Suponga que alguien es propietario de una casa de
vacaciones, pero está demasiado ocupado trabajando para visitar esta casa. En
este punto, esta persona es propietaria
de la casa, pero no la posee o la
disfruta. Del mismo modo, el Pacto Abrahámico le da a Israel la propiedad incondicional de sus diversas
promesas. Debido a la naturaleza incondicional del Pacto Abrahámico, ninguna
cantidad de desobediencia por parte de Israel puede eliminar su propiedad de estas bendiciones. Mientras
que Israel puede ser disciplinado severamente por Dios, por desobedecer los
términos del Pacto Mosaico (Lv. 26:14–46; Dt. 28:1–68), incluso resultando en
la conquista de la nación por potencias extranjeras (Dt. 28:49–50), nunca puede
renunciar a la propiedad de las
promesas mencionadas en el Pacto Abrahámico.
Sin
embargo, antes de que Israel pueda poseer o disfrutar lo que posee, debe
obedecer los términos del Pacto Mosaico. Por lo tanto, cualquier generación
dada dentro de Israel debe cumplir las condiciones del Pacto Mosaico, para
poder experimentar las bendiciones prometidas en el los Pactos Abrahámico y Davídico.[3]
Una provisión importante del Pacto Mosaico es que Israel debe entronizar al
rey elegido por Dios (Dt. 17:15). Tal entronización satisfará así la condición
de obediencia que se encuentra en el Pacto Mosaico, permitiendo así a Israel poseer, en lugar de ser simplemente el propietario, de las bendiciones del
Pacto Abrahámico. El Pacto Mosaico apunta en última instancia hacia Cristo. En
Juan 5:45–47, Jesús les explicó a los judíos de Su época: “No penséis que yo
voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis
vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de
mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a mis
palabras?”. Así es como se ve la imagen completa: Si bien Israel posee las bendiciones pactuales que se
encuentran en el Pacto Abrahámico y los sub-pactos relacionados, ella no puede poseer o entrar en estas bendiciones
hasta que cumpla con la condición que se encuentra en el Pacto Mosaico. Sin
embargo, esta condición puede satisfacerse mediante la entronización de la
nación del rey elegido por Dios (Dt. 17:15), que es Cristo (Juan 5:45–47).
¿Cómo se relaciona
todo esto con el tema de un futuro reino terrenal? Aunque se garantiza incondicionalmente
que las promesas y bendiciones del Pacto Abrahámico vendrán directamente a
Israel e indirectamente al mundo entero, estas condiciones del reino no se
manifestarán hasta que el Israel nacional confíe en Jesucristo, su tan esperado
Rey. Debido a que nunca ha existido una generación judía que haya cumplido con
esta condición, el reino mesiánico permanece en un estado de postergación o
suspensión, hasta nuestros días. Sin embargo, un día, una futura generación de
judíos cumplirá con esta condición, lo que resultará en el establecimiento del
reino mesiánico de Dios en la tierra. Como se revela en las páginas de la
profecía bíblica, se necesitarán los eventos del futuro período de la
Tribulación para traer a esa generación a la fe en Cristo, lo que conducirá a
la manifestación del reino terrenal, teocrático, y mesiánico (Jer. 30:7; Dn.
9:24–27; Zac. 12:10; Mt. 23:37–39; 24:31; 25:31).
Del Reino Dividido al Término de la Teocracia Terrestre
El reino teocrático sobre Israel que Dios comenzó a
través de Moisés en el Sinaí continuó sin cesar a través de los reinados de los
tres primeros reyes de la nación, Saúl, David y Salomón. Desafortunadamente, la
prosperidad que caracterizó el reinado de cuarenta años de Salomón terminó con
su desobediencia personal al pacto. Como tercer rey de Israel, acumuló riquezas
y múltiples esposas (1 Reyes 11:1–8), en violación de las instrucciones
específicas del Pacto Mosaico (Dt. 17:16–17). Por lo tanto, Dios trajo la
disciplina del pacto (Lv. 26:14–46; Dt. 28:15–68) a la nación, a través de la
división del reino (1 Reyes 12). Esta división dio como resultado que diez
tribus formaran el Reino del Norte, que también se llamaba Israel. Las dos
tribus restantes formaron el Reino del Sur, o Judá. Dos razones hicieron a Judá
en el sur el centro del programa del reino de Dios. Primero, la antigua
profecía mesiánica indicaba que el verdadero rey de la nación nacería algún día
en la tribu de Judá (Gn. 49:10), que era parte del Reino del Sur. En segundo
lugar, los reyes del linaje de David reinaban sólo sobre Judá. Estos reyes
davídicos son importantes con respecto a rastrear el programa del reino de Dios
a través de las Escrituras, ya que el Pacto Davídico descrito anteriormente
prometía que, por medio del linaje de David vendría finalmente una dinastía y
un trono eternos (2 S. 7:13–16). Los reyes del Reino del Norte continuaron en
rebelión al pacto. Tal fracaso eventualmente llevó a la máxima disciplina
divina (Dt. 28:49–50), en la forma de la dispersión del Reino del Norte por
parte de los asirios, en 722 a.C. (2 Reyes 17).
Por lo tanto, desde
el 722 a.C. hasta el cautiverio babilónico en 586 a.C., sólo el Reino del Sur,
Judá, permaneció como el reino teocrático terrenal. Lamentablemente, el Reino
del Sur imitó la rebelión del pacto de las tribus del Norte previamente
dispersas (Ez. 23). En consecuencia, el residual reino del Sur también incurrió
en disciplina divina (Dt. 28:49–50), por medio del cautiverio babilónico. Cuando
Nabucodonosor de Babilonia destruyó Jerusalén y el templo salomónico, y se
llevó a Judá al cautiverio (2 Reyes 25; Ez. 33:21), la teocracia terrenal
terminó. En otras palabras, Dios gobernó a la nación indirectamente a través de
varios reyes davídicos hasta el derrocamiento de Sedequías, quien fue el último
de la dinastía davídica en reinar desde el Trono de David. Esta terminación de
la teocracia terrenal se significó mediante la partida de la gloria Shejiná de
Dios del templo (Ez. 10:4, 18–19; 11:23).[4]
Continuará
Notas finales
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