La madurez espiritual es imposible para los creyentes que han llegado a dudar de su salvación eterna. Sin embargo, la falta de garantía es muy común entre los que son y los que dicen ser cristianos.
Las dudas pueden originarse de muchas fuentes. Tal vez la persona que duda nunca fue realmente salva por la fe sola en Jesucristo solo. O podrían haberse confundido acerca del evangelio. A veces, los pecados persistentes o las pruebas difíciles pueden hacer que las personas duden si realmente son cristianas. Algunos tipos de personalidad están propensos a dudar de su salvación porque están orientados a la introspección o los sentimientos emocionales. De cualquier manera, la falta de seguridad es un obstáculo triste e innecesario para crecer en la gracia, ya que la seguridad es el derecho de cada cristiano. Juan les dijo a sus lectores: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13a).
En Romanos 8 encontramos cuatro preguntas que, al preguntarse y contestarse, ponen fin al problema de la seguridad sin lugar a dudas. No es de sorprenderse que estas preguntas se encuentren en el libro que menciona la gracia más que cualquier otro libro en el Nuevo Testamento. Hasta este punto, Pablo ha demostrado que la gracia ha justificado (3:21-5:21) y santificado (6:1-8:17) al creyente. Ahora muestra cómo asegura al creyente (8:17-39). Explica que Dios ha predestinado a todos los que ha justificado para que sean finalmente glorificados, es decir, conformados a la imagen de Su Hijo, Jesucristo (8:29-30). Este enunciado es un fuerte argumento para la seguridad. Sin embargo, el pináculo de esta lógica de la gracia se encuentra al final del capítulo 8.
Las cuatro preguntas son presentadas de forma retórica, ¿Qué, pues, diremos a esto?' (8:31a). La verdad que Pablo está explicando es tan poderosa y magnífica que demanda una respuesta y su conclusión. Aquí están las cuatro preguntas y su conclusión:
1. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (8:31b). Esta pregunta introductoria lanza un desafío a todos los que dudan o desafían la suficiencia de la obra salvadora de Jesucristo. Por supuesto, no existe nadie que pueda oponerse al propósito y plan final de Dios: glorificar a aquellos que son suyos (8:28-30). La respuesta de Pablo a esta primera pregunta incluye una pregunta retórica: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (8:32). En otras palabras, si Dios nos dio el regalo mayor, Su Hijo, ¿por qué no nos daría todo lo demás que se necesita para garantizar nuestra glorificación? Como creyentes,podemos estar seguros de que somos salvos eternamente porque nadie puede destruir el plan de Dios para nosotros.
2. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios?” (8:33a). La segunda pregunta es una réplica de una corte judicial. Nadie puede acusarnos de de delitos pecaminosos, porque Dios nos ha justificado (8:33b). En la corte final, nuestro Juez, el más honorable altísimo y santo Dios, nos ha absuelto y nos ha declarado justos de acuerdo con Su justicia perfecta. Si Dios ha pronunciado su veredicto, ¿quién puede traer otra vez los cargos por nuestra mala conducta para presentarlos delante de Él? ¡No existe doble sentencia en el sistema legal de Dios! Como creyentes, podemos estar seguros de que somos salvos eternamente porque no hay ningún pecado que Jesucristo nuestro Señor no haya ya absuelto.
3. “¿Quién es el que condenará?” (8:34a). La tercera pregunta cuestiona si existe alguien que pueda emitir un veredicto de “Culpable” en contra de nosotros. Pero si ya fuimos declarados “No culpables” en nuestra justificación, ¿quién puede revertir el veredicto de Dios? “Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (8:34b). Cuando Jesús dijo desde la cruz, “Consumado es”, estaba diciendo que nuestra deuda por el pecado fue pagada en su totalidad con Su muerte. Él tomó el castigo por nosotros. Luego se levantó de entre los muertos, probando que Dios aceptó ese pago, por lo que estamos libres del castigo futuro. La palabra “intercesión” también es un término judicial. Se refiere al trabajo de un abogado defensor. Como nuestro abogado, podemos contar con que Jesús va a ganar el caso. Él ahora vive en la presencia de Dios, a Su mano derecha, defendiendo nuestro caso ante el Padre (Heb. 7:25). Su súplica por nosotros se basa en la obra suficiente y terminada que hizo en la cruz. Como creyentes, podemos estar seguros de que somos salvos eternamente porque nuestros pecados, pasados, presentes, y futuros, permanecen pagados por el mismo Cristo Jesús.
4. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (8:35a). ¿Quién puede interponerse en nuestra relación entre Dios y nosotros? ¿Quién puede interrumpir Su propósito de amarnos desde el principio de nuestra salvación hasta su destino final? La respuesta de Pablo es inclusiva. Él busca en el universo físico y el campo espiritual cualquier cosa que tenga el poder de interponerse entre nosotros y nuestro Padre Celestial.
Situaciones como “tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada” (8:35b) nos tientan a pensar que, dado que Dios permite estas cosas, no debe amarnos. Pero no hay contradicción entre el amor de Dios por nosotros y nuestro sufrimiento. Aun las fuerzas tan poderosas y amenazantes como la muerte, espíritus malignos, o la incertidumbre del futuro no pueden cancelar el amor de Dios hacia nosotros. ¡Y la frase “ni ninguna otra cosa creada” (8:39) aun nos incluye a nosotros! Su conclusión es exhaustiva: absolutamente nada “nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (8:39b). Con semejante garantía, los que hemos creído nunca debemos dudar de que estaremos para siempre con Dios.
Conclusión
¿Puede algo interrumpir el amor de Dios por Sus hijos, a quienes llevará a su destino final de ser glorificados en la imagen de Cristo? Pablo contesta, “¡Nadie, ninguna cosa, en ningún lugar, de ninguna manera!”. Nuestra salvación eterna descansa en lo que Jesús ha hecho por nosotros y la consiguiente fidelidad y poder de Dios. Lo que Dios prometió, Él lo hará. Podemos descansar en la seguridad de esta salvación, si es que la hemos recibido como un regalo de Dios por medio de la fe en Jesucristo nuestro Salvador. Estas cuatro preguntas de Romanos 8 evitan que veamos subjetivamente a nuestros sentimientos o nuestra conducta. En cambio, nos mantienen enfocados objetivamente en la persona y la obra de Jesucristo, el Ancla de nuestra alma.
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