Un Milagro Transformador
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Esto es lo que pasó. A la mañana siguiente fui a la tienda y comencé a llamar tratando de encontrar a un comprador para mis accesorios. Estaba de pie en el mostrador hablando por teléfono, cuando oí un golpe en la puerta principal. Me di vuelta y miré la puerta de cristal y vi a un hombre y una mujer orientales de pie allí. El hombre sonreía de oreja a oreja. Señalé el cartel que colgaba en la puerta y les di la espalda a la pareja. El letrero decía, “Cerrado: Saliendo del Negocio”.
El hombre volvió a tocar. Me enojé. ¿No podía este hombre leer? ¿Por qué tenía esa gran sonrisa en su rostro? Lo último que quería ver era a una persona feliz. La miseria realmente ama la compañía.
Puse el teléfono, fui a la puerta, la abrí cerca de una pulgada y grité, “¿No pueden leer? ¡Está cerrado!”. “Oh, sí señor”, respondió él, “Sé que está cerrado. Estoy interesado en comprar sus accesorios”.
“¡Oh!”, respondí. “Entren. Entren”.
Cerré la puerta con llave y volví al teléfono, mientras el hombre y la señora orientales miraban alrededor de la tienda. Cuando terminé de hablar, el hombre se acercó a mí, todavía sonriente, y dijo, “Gracias, estimado señor, por permitirme ver su tienda”. Era casi nauseabundo en su cortesía. Continuó sonriendo y comenzó a inclinarse en estilo oriental. ¡Luego comenzó a disculparse! “Lo siento mucho, estimado señor, pero no tiene accesorios que me interesen”.
Una Pregunta de Sondeo
Los escolté a la puerta. La señora salió pero, cuando el hombre llegó a medio camino de la puerta, de repente se detuvo, se volvió hacia mí y dijo, “Discierno que está turbado en el espíritu. ¿Quiere hablar acerca de ello?”.
Hable de enojarse. Yo estaba furioso. ¿Quién se creía que era este tipo? Le respondí en mi “mejor” manera cristiana, “¿Qué le importa?”.
“Bueno”, respondió, “supongo que, por la naturaleza de esta tienda, usted debe ser un cristiano. Yo también lo soy. Y discierno que necesita ser ministrado. ¿Le importaría si compartiera con usted lo que Jesucristo ha hecho por mí en mi vida?
No quería oír su historia. Quería que se fuera. Pero, ¿qué le iba a decir? Es como cuando alguien pregunta si pueden orar por ti. Puede que no quiera que lo hagan, pero odia decir que no.
“Estoy muy ocupado”, dije, mientras miraba mi reloj con irritación.
“No tomará más que un momento”, contestó. Él sonrió de nuevo.
“Está bien, está bien”, dije, “pero que sea rápido”.
Se volvió y le dijo algo a la señora en un idioma extranjero, y ella se fue. Volví a cerrar la puerta, y fuimos a mi oficina. Cuando nos sentamos en el sofá, puso su brazo alrededor de mí y comenzó a palmear mi hombro con simpatía. Una vez más, yo estaba indignado. ¿Quién se cree este tipo que es? Apenas me conoce, y tiene su brazo alrededor de mí.
Pero pronto olvidé mi ira cuando comenzó a contar su historia.
Una Historia Fascinante
“Cuando yo era un pequeño niño, mi padre vino a casa un día con terror en sus ojos. ‘Vienen los comunistas’, dijo, ‘y van a matarnos porque somos cristianos devotos’”.
“Nos dijo a cada uno que tomáramos dos fundas de almohadas y que fuéramos a la sala. Comenzó a correr por toda la casa recogiendo objetos que amontonó en el centro del piso. ‘Pongan éstos en las fundas”, dijo, ‘ y aten las puntas’”.
“Éramos una familia muy rica, pero todo lo que llevamos con nosotros ese día fue lo que pudimos meter en esas fundas de almohadas. Huimos hacia la selva, y nos arrojamos al Señor porque no sabíamos cómo sobrevivir en la selva. Éramos 12 en total. Vagamos sin rumbo clamando a Dios para que nos salvara”.
“Finalmente, después de tres semanas, llegamos de Hanói a Saigón, y nos regocijamos por la liberación del Señor”.
Una Repetición del Milagro
“Empezamos de nuevo nuestra vida. Muchos años después, llegué a casa un día a mi familia y mis padres ancianos con esa misma mirada de terror en mis ojos. ‘Tomen las fundas de las almohadas’, grité. Los comunistas vienen de nuevo”.
“Verá, yo era un traductor en la embajada norteamericana. Había sido informado de que la embajada no pudo arreglar que mi familia saliera del país. Yo no me iría sin ellos. Así que, una vez más, tuvimos que huir. Sabía que si nos quedábamos, seríamos ejecutados, porque yo había trabajado para los estadounidenses”.
“Huimos al delta del Mekong y, de nuevo, empezamos a clamar a Dios por la liberación. Después de vagar durante varios días, logramos llegar al Mar del Sur de China, donde descubrimos un barco lleno de refugiados a punto de partir. ¡Dios nos había salvado una segunda vez!”.
“Pero, cuando el barco salió al mar, comenzó a hundirse. Había demasiados personas en él. Algunas personas entraron en pánico y comenzaron a empujar a otras por la borda. Algunos incluso lanzaron a sus hijos en el mar. Nos pusimos de rodillas y comenzamos a clamar a Dios. Pronto, un buque mercante apareció y tomó a los sobrevivientes a bordo. ¡Dios nos había salvado una tercera vez!
“Fuimos llevados a Filipinas, donde fuimos puestos con miles de otros refugiados en un tipo de campo de concentración. Comenzamos a orar para que Dios nos diera un nuevo hogar. Un año después, llegaron las noticias de que estábamos siendo adoptados por una iglesia bíblica en Dallas, Texas. Dios nos salvó una cuarta vez”.
“Así que aquí estamos en una nueva tierra, comenzando nuestras vidas. Dios es muy bueno. Él nos ama, y responde a nuestras oraciones. Apóyese en Él. Él le librará”.
Una Actitud Cambiada
Miré al hombre con lágrimas en mis ojos. Antes de que lo supiera, tenía mis brazos alrededor de él, abrazándolo en agradecimiento por insistir en compartir una historia que no había querido oír.
Cuando se fue, todo había cambiado. Sin embargo, nada visible había cambiado. Todavía tenía un negocio fallido. Todavía le debía al banco $100,000. Lo que había cambiado era yo. Ya no me sentía deprimido. Ya no me estaba revolcando en autocompasión. Tenía esperanza. Sabía en mi alma que Dios había oído mi oración y que había enviado a ese hombre para asegurarme que, si confiaba en el Señor, todo saldría bien. Dios había usado a un hombre oriental del otro lado del mundo, para quitar mis ojos de mí mismo y ponerlos en Su Hijo.
No tenía problemas comparados con los problemas que ese hombre había enfrentado. Si Dios pudo resolver sus problemas, seguramente podría encargarse de los míos.
Traducido por Donald Dolmus
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