Miqueas 5:2, 4, 5
Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.
Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.
Y Él estará, y apacentará con poder de Jehová, con grandeza del nombre de Jehová Su Dios; y morarán seguros, porque ahora será engrandecido hasta los fines de la tierra. Y éste será nuestra paz.
Mateo 2:4-6
Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, (Herodes) les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a Mi pueblo Israel.
Una vez al año, en la Navidad, el mundo recibe un significativo recordatorio de lo que Dios llega a hacer para guardar una promesa y cumplir las profecías al pie de la letra.
El profeta Miqueas, contemporáneo y amigo de Isaías, fue usado por Dios para añadir varias piezas estratégicas al rompecabezas de la profecía mesiánica que se había ido desarrollando por siglos en Israel. En el capítulo cinco de su libro, Miqueas escribió una de las profecías más específicas acerca del Mesías que habría de venir. Su lugar de nacimiento sería una oscura aldea de la provincia de Judea, en Palestina: Belén, la ciudad donde había nacido el rey David.
Entre los eruditos, tanto judíos como cristianos, que han aceptado el concepto de un Mesías personal, ha sido casi unánime la idea de que este pasaje se refiere al lugar de procedencia del Mesías. El antiguo Tárgum de Jonatán dice de la profecía de Miqueas: “De ti, Belén, saldrá el Mesías delante de Mí, para ejercer dominio sobre Israel; Aquel cuyo nombre se ha mencionado desde la antigüedad y desde la eternidad” (Miqueas 5:2).
La autoridad normativa entre los judíos modernos con respecto a la interpretación de las Escrituras es la serie de comentarios de Soncino acerca del Antiguo Testamento. Afirma al llegar a la extraordinaria profecía: “Esta profecía del Mesías es comparable a la más famosa acerca de la ‘vara del tronco de Isaí’, que aparece en Isaías 11:1. Para darle ánimo al pueblo en medio de su calamitosa situación, Miqueas profetiza que saldrá un hombre de Belén (esto es, de la Casa de David), el cual, en el poder del Señor restaurará a Israel a su tierra y reinará sobre él en nombre de Dios en medio de una paz permanente”:
¡Los sabios lo buscaban entonces y lo siguen buscando ahora!
Estaba muy difundido el conocimiento de que este pasaje bíblico profetizaba de dónde sería oriundo el Mesías. Cuando los tres sabios gentiles, comúnmente llamados magos, llegaron de Mesopotamia a la corte de Herodes buscando el lugar de nacimiento del Mesías judío, Herodes convocó a los teólogos de Israel. Cuando interrogó a estos dirigentes judíos sobre dónde habría de nacer su Mesías, dijeron sin vacilar: “En Belén de Judea; porque así está escrito por el profeta”, y luego comenzaron a citarle a Herodes la profecía de Miqueas.
Todo está en las manos de Dios
Durante dos mil años nunca ha habido duda alguna acerca del lugar donde nació Jesús. Todo el mundo sabe que fue en Belén. No obstante, la forma en que llegó hasta allí su madre en el momento exacto en que habría de nacer es realmente asombrosa. Hasta muy poco antes de su nacimiento, María vivía en Nazaret, el pueblo de ella y de José. Cuatro años antes, el emperador romano Augusto César decidió imponerles un impuesto especial a algunas de sus provincias conquistadas. Esta imposición se llevó a cabo mediante un censo obligado de todas las personas, lo cual les obligaba a regresar a la ciudad de sus antepasados.
A los judíos les disgustó la idea de un impuesto especial, así que enviaron una comitiva hasta Roma para protestar, ya que Cirenio, el gobernador de Siria, no tenía autoridad para solucionar el problema. En aquellos tiempos la comunicación y el transporte eran lentos. El resultado final de aquellas gestiones fue el fracaso, y los judíos se tuvieron que someter al censo y al impuesto. Mientras los recaudadores oficiales de impuestos se trasladaban hacia el oriente, pueblo por pueblo y provincia por provincia, se produjo una demora en el curso natural de los acontecimientos. De esta forma, cuando se puso en vigor la inscripción en Judea, y María y José se vieron obligados a salir rumbo a Belén, ciudad de sus antepasados, se cumplió el tiempo exacto en que ella habría de dar a luz al niño.
Los tiempos no fueron fijados por María, ni tampoco por el César, o los romanos que recaudaban los impuestos. Ninguno de ellos era el que controlaba las cosas. ¡Era el Dios que rige el universo quien tenía en Su mano el timón, y fue Él quien “movió a los pueblos de la tierra y fijó los tiempos de todo, hasta el último día, de modo que María y José llegara a Belén en el momento exacto para que Jesús, el Mesías escogido, naciera en el lugar debido; el lugar señalado por el dedo infalible de la profecía”!
Tomado del libro: "La Promesa", por Hal Lindsey.
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